Desde el año pasado el Festival de artes y música Coachella, que se lleva a cabo en Indio, California, sucede dos fines de semana. El elenco es exactamente el mismo, y los horarios también. Seguro que habrá algunos cambios entre un fin de semana y otro, pero en general la idea es que el espectáculo que el público vio en el primero lo vea en el siguiente.
He platicado con mucha gente sobre esto y a varios les extraña que algo así suceda. Los festivales conllevan una mística de evento único. Que te ofrezcan escoger entre un fin de semana y otro prometiéndote lo mismo da la impresión de que esa “mística” es falsa, está fabricada.
Son los fans quienes se esfuerzan en pensar, y sentir, que el concierto al que fueron es más importante y especial que el que sucedió ayer y al que va a pasar mañana. Los organizadores no tienen nada que ver con esto. Claro, para ellos es mejor que los asistentes sientan eso, que están en un evento irrepetible.
El ser humano es muy extraño. Deseamos vivir un momento único, pero a veces nos saboteamos a nosotros mismos y no disfrutamos el momento presente. Hay quienes siempre sentirán que no están en el día correcto, que su grupo favorito tocó mejor ayer (cuando no vino) o que mañana tocarán esa canción que lleva años tratando de escuchar en vivo y hoy no está en el setlist. Esa gente es la que compra boleto para todos los días de la visita de su grupo a su ciudad y seguro que, en este caso, va los dos fines de semana al Coachella.
¿De dónde sacan el dinero para ir a tanto concierto? Sepa.
Café Tacvba fue invitado a tocar en la edición de este año de dicho festival, y, como la mayoría de los grupos que ahí tocan, ahora andamos en una minigira que comprende ciudades del estado de California, Nevada y Arizona.
Por contrato con el festival, los artistas del cartel no pueden tocar ni cerca de la fecha ni alrededor del lugar en donde se va a llevar a cabo el evento. Así que las bandas viajamos varios cientos de kilometros para seguir trabajando y cumplir las reglas.
Antes de subirnos al escenario principal del Festival el sábado pasado, tocamos en Pomona y Ventura, California. El domingo viajamos y tocamos en Las Vegas, Nevada, y ayer hicimos lo mismo en Tucson, Arizona. Hoy viernes tocaremos en Phoenix.
Ahora que estuvimos en el House of Blues, de Las Vegas, vimos que unos días antes habían tocado Spiritualized y Foals (cada uno en un día distinto) y que al siguiente día, después de nosotros, se presentaría Beach House.
Otros grupos, como Blur, The Stone Roses, Orchestral Manouvres in the Dark (OMD) y Spiritualized aprovecharon y fueron (o van a ir) a México a tocar.
Aunque ahora muchos de los grupos que están en este festival bajan a México a hacer presentaciones, Coachella recibe cada vez más público mexicano. Muchos son de la frontera, pero otros toman un avión desde la Ciudad de México o Monterrey. No faltan en las redes sociales mensajes y fotos de quienes ya estuvieron el pasado fin de semana.
El festival genera ahora más expectativa que nunca. Desde el año pasado lo transmiten por internet. Sé que la mayoría de los lectores de esta columna sabe perfectamente que es un streaming, pero hay varios (los conozco) que no tienen ni idea. Yo mismo no sé bien cómo lo hacen, aunque tengo amigos que se dedican a eso, a transmitir conciertos de bandas por internet. No me quiebro la cabeza y pienso: “es como ver la tele, pero en mi compu”. Es una explicación muy burda, pero seguro funciona.
Estos streamings generan tanta audiencia que no basta con contar el público asistente, las 60 mil personas que asisten al festival en vivo, sino que a eso se deben sumar los miles (¿o millones?) de personas que están en su casa pegados a su computadora. No sólo sucede con Coachella sino con un sinfín de festivales, el Vive Latino incluido.
Pero es mejor que los músicos no pensemos en eso. Ya es demasiada presión saber que estoy tocando en un festival internacional, y si a eso le sumo la gente que nos está viendo por internet, podría paralizarme de los nervios.
Aunque, debo ser honesto, si me subo a tocar es porque seguramente me encanta la adrenalina que eso genera. Aunque me cuesta trabajo pensar en mí como un adicto a la adrenalina (parece título de una serie chafa de televisión), debo aceptar que lo soy. Bueno, digamos que sólo un miniadicto.
Adictos de a de veras, los corredores de autos, o ese tipo que se aventó desde la estratósfera en paracaídas.
Yo sólo toco la guitarra en un grupo de rock.