Abordamos pasadas las 23 horas de aquel día de inicios de Mayo. Aquella sala del Chicago O`Hare Intentational Airport, bien se habría confundido con la sala de espera de algún banco nacional en día de cobro de pensiones, es decir, todos los ocupantes de la sala presentábamos un rostro de desesperanzada resignación a la espera de nuestro turno de abordaje y es que eso de hacer filas y esperar el turno, es un sentimiento no fácil de superar (debería de haber ya una fobia oficial con todo y nombre para la filas), es como si el cuerpo descansara, como si nos dijéramos a nosotros mismos “vale, no hay mas que hacer durante las siguientes dos horas”. Cualquiera podría pensar que es un buen tiempo para hacer algunas de esas cosas que nunca hay tiempo para hacer, pero no, las filas son cosa aparte, en su interior el tiempo pierde lógica, en el momento en que se entra a una fila se pierde el parámetro natural del tiempo, los segundos simplemente tienen otra duración. Es tanta la ansiedad por llegar a nuestro turno que no nos quedan fuerzas de hacer algo más que simplemente tratar de apurar con el pensamiento a todo aquello que nos rodea. Las filas son ladronas de energías, se encargan de consumir la vitalidad y animo de sus ocupantes para mandarlos a una dimensión paralela de extrema tolerancia.
Se logró, después de repetidas revisiones de nuestros pasaportes y tickets de abordaje, después de haber pasado por mas arcos de los que se ven en la fachada principal del típico Palacio Municipal de provincia (los del Chicago O`Hare International Airport, claro está, eran de seguridad y no tan armoniosamente decorados), se logró, habíamos encaminado (algunos arrastrado) nuestros cansados y para aquellos entonces poco animados cuerpos a la aeronave. Cuando se aborda a esas horas, las únicas sonrisas que se ven son las de la tripulación (en ocasiones, ni siquiera en estos distinguidos elementos), la realidad es que todos los pasajeros íbamos mas dormidos que despiertos.
El acomodo de los pasajeros de un avión que va ocupado en su totalidad, es cosa seria, en definitiva es un tema de logística de altos rangos, lo curioso de esto es que es una batalla poco balanceada, ya que la representación numérica de cada batallón es poco mas que injusta, estamos hablando de poco menos de cien viajeros medio dormidos (mejor dicho, medio despiertos), enfrentando a cuatro amables sobrecargos que tienen como principal meta antes que otra cosa, no dejar de sonreír y servir en todo lo posible a aquellos poco menos de 100 incautos. Los sobrecargos de algunas de nuestra líneas aéreas nacionales son un claro ejemplo de que México es competitivo en ciertas áreas a nivel mundial si se cuenta con la infraestructura y capacitaciones correctas. Estoy convencido de que si nos hubieran notificado los sobrecargos a los pasajeros de que nuestro avión estaba yendo en picada y era imperativo saltar de la aeronave, nos lo hubieran dicho con una sonrisa en la boca.
Después de la inentendible y a la vez inconfundible orden de nuestro comandante y capitán que rezaba algo parecido a un “todos sentados, todos abrochados, que ya nos vamos”, la sobrecargo por cuestión de segundos perdió la sonrisa y decididamente se dirigió a su improvisado asiento al lado de la cabina de vuelo. Durante los siguientes minutos el ambiente enmudeció, el único sonido que se escuchaba provenía de las turbinas de la aeronave y de las mesitas de servicio que temblaban cada vez con mayor intensidad conforme ganábamos mayor velocidad en tierra, cosa extraña, durante el despegue a nadie le interesaba hablar, es como si el mundo se hubiera detenido por un instante, los pasajeros olvidamos todo aquello que nos ocupaba segundos antes y los sobrecargos se olvidaron incluso de sonreír. Todos ocupabamos nuestras fuerzas concentrándonos en darle impulso a la aeronave para su despegue, fue una bella comunión entre todos los presentes, todos colaboramos para la misma causa, y en una comunista reflexión concluimos en que “o subimos todos juntos o no sube nadie”; si en nuestro México tuviéramos mas conclusiones de este tipo, que hermosas serian tantas cosas.
Apenas el avión se asentó en pleno vuelo, todo regreso a lo que era minutos antes, las sonrisas en los sobrecargos volvieron y la comunión abandono el ambiente dando paso a la acostumbrada ambición, nuevamente todos necesitábamos almohadas y cobertores.
El vuelo de manera calma se fue, uno impaciente acá, otro impaciente allá, pero sin ningún detalle fuera de lo ordinario, no hubo películas, solo nos dieron a los pasajeros unos austeros audífonos que algunos conectamos al jack del descansabrazos más inmediato y dado que los pasajeros habíamos abordado ya desde un inicio en un estado bastante desmejorado, en general no hubo mayor descontento por la ausencia del tradicional filme proyectado, mas bien, lo que queríamos todos, era simplemente cerrar las cortinas y descansar un poco, dejando todo (incluso nuestras maletas) en manos de nuestro hasta ese momento desconocido comandante en jefe, es decir, nuestro ya mencionado capitán.
¿Qué nos hace compatriotas?, ¿qué elementos o qué sentimientos nos dan la identidad nacional?, estas preguntas pueden tener una gran variedad de apreciaciones, cada ciudadano puede entender la identidad nacional conforme a su propia educación cultural y esto generaría un amplio marco de diferencias. Para mi la identidad nacional no es un conjunto de elementos populares como una canción, un equipo de futbol o una bebida, para mi la identidad nacional de un país se basa en la manera en que sus ciudadanos se ven a ellos mismos.
De los poco menos de 100 pasajeros que formábamos la lista de aquel avión, un alto porcentaje éramos mexicanos en identidad y un muy bajo porcentaje éramos mexicanos en el papel. Era un vuelo mexicano, con pasajeros estadounidenses de identidad mexicana. ¿Las personas condicionan a el ambiente o el ambiente condiciona a las personas?. El vuelo se llevo sin contratiempos, ningún pasajero hizo algo diferente a lo que se le pidió que hiciera, todos sentados cuando era requerido, todos depositamos la basura donde se nos indico, todos abrochados igualmente cuando fue requerido, y mucho de esto sucedió ya volando sobre tierra nacional.
Volvió a rezar nuestro comandante en jefe, ahora un “todos sentados, todos abrochados, que ya llegamos”, lo mismo de hace cuatro horas, la sobrecargo dejo todo lo que estaba haciendo (sonrisa incluida) y se apresuro en dirección a su asiento, mientras tanto los pasajeros nuevamente nos convertimos en todo silencio, todo comunión, esta vez el objetivo era apuntar la aeronave hacia la pista y lograr frenarla a tiempo con el pensamiento. Se logró y apenas el avión tomo estabilidad en tierra, Solidaridad nos abandono y comenzó el alboroto en busca de las maletas de mano y por hacernos todos un lugar en el pasillo de salida.
Poniendo píe en tierra todo fue familiar, la esencia de orden y obediencia se quedo en la aeronave, ya en tierra las cosas eran distintas y a la vez como las recordaba.
No se pueden seguir reglas inexistentes, los mexicanos somos capaces de seguir reglas ajenas, y al mismo tiempo somos incapaces de seguir las nuestras. La razón de esto es que las reglas del próximo no las cuestionamos (siempre que no nos afecten), simplemente las respetamos y seguimos, pero en nuestras propias reglas buscamos opinar como es natural y es humano que si no nos preguntan nuestra opinión entonces nuestra manera de castigar a esa regla será desobedeciéndola, es decir, los mexicanos debemos de ser mas participes en la generación de nuestras reglas para entonces ser nosotros mismos quienes primeramente las defendamos y sigamos.
Imaginémonos participando en alguna actividad deportiva sin conocer el reglamento de la misma, todos correríamos hacia cualquier sentido, no habría ganadores, nadie sabría que hacer para ganar, no habría objetivos, no habría parámetros de éxito y fracaso, simplemente seria una actividad sin ninguna lógica. La sala de emplacamiento vehicular de cualquier delegación de transito, las sala de conexiones nacionales y la sala de aduana del Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, la entrada a un partido de futbol en el Estadio Azteca, todos estos escenarios demuestran que estamos acostumbrados a cada quien correr en su propia dirección y esto se debe a que los encargados de marcar las direcciones, son poco capaces de hacerlo.
Sin reglas no hay orden, sin orden no hay progreso.