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Chespirito, el complot y la debacle

Superiberia

 

Ahora escucho que Chespirito y los homenajes por su muerte son una cortina de humo de los males que aquejan a la Nación. 

Desproporción que se parece a los reclamos de quienes veían en el Mundial de Fútbol en Brasil una manera de distraer la atención del “pueblo de México” para aprobar las leyes de la Reforma Energética.

Como si no pudiéramos decidir qué ver, escuchar o hacer. 

O como si no tuviéramos capacidad de discernir, atender, o gustar de más de dos cosas
a la vez.

¿No podemos disfrutar un partido de fútbol y seguir el debate energético? ¿Bailar danzón y ser fans de Pink Floyd? ¿Echar un taco de canasta con el mismo gusto que un Foie Gras con jalea de frutos rojos?

¿O los que rieron, ríen o reirán con un sketch del Chavo del Ocho o del Chapulín Colorado ya no leerán y estarán condenados a ignorar por el resto de sus vidas a Albert Camus?

Una de las maravillas de este mundo es que podemos emocionarnos tanto con Von Karajan como con Pérez Prado; con “Madame Butterfly” de Puccini como con “Dance and Dense Denso” de Molotov; con “No hay nada más difícil que vivir sin ti” en la voz de Marco Antonio Solís como con el Tercer Movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoveen.

Así es la vida, la pluralidad, la libertad y la complejidad de lo placentero. Lo entretenido o divertido no está, ni tiene por qué estar, peleado con lo inteligente. Al contrario.

No le carguemos los fantasmas, prejuicios y furias partidistas a un hombre talentoso que hizo lo que quería y lo hizo bien.

Roberto Gómez Bolaños arriesgó, innovó y trascendió. 

Fue capaz de ponerse un disfraz, bastante ridículo, de superhéroe trasnochado, y hacer reír a generaciones con frases simples, pero pegajosas y agudas como flechas. No es fácil. No cualquiera.

La vida o muerte de Chespirito nada tiene que ver con Ayotzinapa, o el discurso de los diez puntos del presidente Enrique Peña Nieto, o la liberación de los once detenidos el 20
de noviembre.

Cada cosa en su lugar y con la importancia que merecen.

Sí, los medios han seguido la muerte de Chespirito.

 Y si renunciaran Miguel Ángel Osorio Chong, Jesús Murillo Karam y Gerardo Ruiz Esparza acapararían la atención de la opinión pública y sería información “de ocho columnas”.

Pero aquí nos debatimos entre las filias y fobias de la politiquería como criterios únicos de definición de las personas y sus acciones (y hasta su fallecimiento).

Que si Chespirito apoyaba al PAN, que si es parte de la debacle cultural, que si era “televiso” entonces formaba parte de la mafia del poder. ¡Por favor!

Habría que relajar la corrección política, la arrogancia seudo intelectual y las expresiones de rencor y odio.

El viernes murió un gran comediante, que hizo lo que muy pocos: entretener, crear frases exitosas, ir más allá de las fronteras y perdurar. 

Tal vez en México sólo él y Cantinflas lo han logrado de
esa manera.

Ya quisiéramos menos dogmáticos y más chespiritos, más cantinflas, más molotovs, más chicharitos, más plácidos domingos, más bukis, más carlos prietos, más elisas carrillo, más iñárritus, más lubezkis, más octavios paz, más poniatowskas… y así, más y más talento de todo para todos.

 

*Twitter: @elisaalanis

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