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Campañas que engañan

Superiberia

Según palabra de Albert Einstein: “Nada sería tan beneficioso para la salud humana y para incrementar las oportunidades de supervivencia de la vida en la Tierra, como la evolución del hombre hacia la dieta vegetariana”. Y si nos detenemos un poco a observar, hacia allá vamos. Cada día millones de personas, alrededor del mundo vuelven a confiar en la alimentación como el medio más certero hacia la salud. Empiezan a preguntarse qué es lo que realmente está perjudicando a su salud y poco a poco lo van eliminando de su dieta. La industria se da cuenta de este cambio y entonces busca ofrecer productos “saludables”. Investigan los pros de su producto y si no los tienen, los adicionan con alguna propiedad para poder etiquetar su artículo y responder tan sólo al marketing.

Qué tal los productos etiquetados “con pollo”. Una carne magra, con menor porcentaje de grasa en su composición. Creo que su presencia es determinante cuando elegimos nuestra charcutería. La realidad es que muchos comemos jamón de pavo o tocino. El chorizo de pollo suena siempre más saludable porque el cerdo, en nuestra sociedad, es una idea determinada. Cerdo es igual a gordo. En fin, al comprar pollo sentimos que vamos a consumir un producto jugoso, gustoso, pero menos graso y calórico. La realidad es que muchos de estos productos llevan como ingrediente principal la carne de cerdo y añaden pollo o pavo como un ingrediente más, pero no como elemento mayoritario, aunque en el etiquetado o en el envase se destaque.

Lo mismo pasa con la etiqueta “con aceite de oliva”. Va remarcada en su etiqueta y sin embargo se trata  de un ingrediente secundario en la composición del producto. Pues la grasa principal es otra (por lo general, aceite de girasol). A mi punto de vista es abusar de las propiedades de alguien más. Hoy es bien sabido que el consumo de aceite de oliva ayuda a bajar los niveles de colesterol del cuerpo, pero nadie dijo que debe consumirse como agua de uso. Porque sigue siendo grasa. Una cucharada contiene 90 calorías. Así que mi consejo es que si está conservado en grasa, mejor no lo compren.

El Omega 3 igualmente sufre de explotación. Los mismos enlatados o los aceites son un claro ejemplo. Lo que llama mi atención es que lo exponen como si se tratara de algún elixir de la tecnología cuando en realidad se encuentra de manera natural en los pescados, las nueces, los aceites vegetales. Que el envase lo destaque en su etiqueta no debería ser la razón que determinara la elección del consumidor. Yo soy de la idea de que cualquier cosa que esté en una lata es menos saludable que lo fresco.

Hay también productos, como el yogur, que se ofrecen “con trozos de fruta”.  Pero tras leer la lista de ingredientes nos encontramos con un producto que contiene entre 2% y 11% de fruta. En los casos más abundantes, 14 gramos de fruta por 100 gramos de producto. Para entrar en proporción, una fresa pesa 20 gramos. Así, pues, el contenido de fruta de un yogur es menor al tamaño de una fresa. Este consumo no sustituye, de ninguna manera, una ración diaria de fruta. Y la misma reflexión va para los jugos.

Con tan sólo ir al supermercado nos podemos dar cuenta del despropósito que habita en las campañas alimentarias. Envases confusos e irreales. Parecieran salidos de un mundo imaginario donde los colorantes, sabores artificiales y el azúcar crecieran en los árboles. Es irónico, pero sus “buenas intenciones” desordenan nuestras ideas y en lugar de hacer nuestras opciones más simples, nos las complican. Creo que es hora de que la publicidad se adecue a nuestras necesidades.

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