España se ha descompuesto muy rápidamente después de haber sido, durante décadas, el ejemplo y la inspiración de países en vías de desarrollo. Esa descomposición ha sido también causada por la bonanza económica que llevó a mucha gente indeseable a ocupar puestos políticos que antes habían ocupado mejores personas.
El problema económico de España es grave y su recuperación será lenta; el euro lo hace caro para inversiones y poco competitivo en el comercio. Pero hoy el problema más grande que tiene España es político y es con la región de Cataluña.
La vocación autonomista de Cataluña no es nueva, se ha basado en una cultura de trabajo y ahorro combinada con una idiosincrasia tradicional muy fuerte que empieza con un idioma que no sirve de mucho (sólo se habla allí). La lengua catalana es y ha sido un escudo cultural para demostrar la sobrevivencia de su cultura ante las tentaciones de algunos de quitarles su identidad. Sin embargo, durante años, esa fuerte cultura y orgullo se han ido confundiendo con una postura política de independencia, como si Cataluña hubiese existido antes y que fueron y son un pueblo sometido por España. El exceso de tolerancia, enfermedad propia de la democracia occidental, fue cediendo terreno al punto que la propia educación quedó en manos de los gobiernos autonómicos españoles y, por lo tanto, ha sido usado como instrumento modificador de la historia para que la gente crea lo que no es.
Así, mucha gente de la comunidad española de Cataluña piensa que no deberían estar en España porque España se aprovecha de ellos. Los gobiernos autonómicos catalanes han ido subiendo el tono del independentismo, incluso con la complicidad irresponsable de partidos nacionales como el PSOE que formó gobiernos con Esquerra Republicana de Catalunya (pro independentistas). Hemos llegado ya al punto de la propuesta de un referéndum inconstitucional donde se pregunte si se desea que Cataluña se incorpore como un Estado (aceptación tácita de que nunca lo ha sido).
El soso gobierno de Rajoy ha contestado con legalismos, sin darse cuenta que todos han dejado crecer este problema tanto que ya no es legal sino político. Que poco importa ya que el referéndum sea constitucional o no; el sentimiento de muchos catalanes ya está allí, por más artificial o ideologizado que sea. ¿Ha llegado el momento de que el Estado español doble la apuesta y acepte un referéndum donde se publicite la inviabilidad de una Cataluña independiente y se hagan saber los costos económicos de una medida así? Es una pregunta difícil porque en ninguno de los dos lados hay talento político suficiente para manejar este asunto bien.
Los catalanes independentistas deben entender que esto tiene un impacto económico contundente y no favorable a Cataluña. Que no se trata de bajar del asta la bandera española y subir la señera (aragonesa por cierto). Que Europa ya lo avisó, quien se separe, no formará parte de la Unión Europea y eso implica el pago de aranceles de los productos de Cataluña a Europa y, más importante, a España. Que las cinco mil empresas multinacionales que producen en Cataluña, por ser España, se irán de allí y que las 120 mil empresas catalanas que comercializan productos en España se quedarán sin 40 millones de clientes potenciales de un golpe. Que Valencia recuperaría su puesto de puerto más importante del reino, que la geografía le había dado. España debe tomar cartas en el asunto, el problema es con quién, pero bien se empezaría con una abdicación.
Feliz 2014 a todos los lectores y sus familias. Salud y prosperidad.
*Abogado y opinante
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@LlozanoO