Por Andrés Timoteo / columnista
CAFÉ AMARGO
Por estos días inició la cosecha de dos productos insignes para Veracruz, la caña -se le llama zafra a su corte y recolección- y el café. Con ambos pasa lo de siempre, la peripecia interminable para los productores y los recolectores. Los primeros enfrentan precios castigados de los frutos y los segundos un salario miserable por su labor manual, lo que es contradictorio dado el consumo permanente, y a veces hasta creciente, y la cotización positiva del aromático en los mercados internacionales.
La estimación es que se elevará en un 5.8 por ciento la cosecha cafetalera 2019-2020. Es decir, a nivel nacional se recolectarán casi 50 mil toneladas de grano más que las 852 mil toneladas recogidas en la cosecha pasada. El estado de Veracruz es el segundo lugar en la producción del aromático, después de Chiapas, y el pronóstico es que en este ciclo se recolecten mil 432 toneladas más que las 24 mil 700 del anterior.
En todo el País, la cafeticultura da sustento a 500 mil familias distribuidas en 480 municipios de 15 entidades. Con ese grado de impacto social, la temporada de cosecha se revitalizan cientos de poblados con el llamado “corte de café”, los plantíos se llenan de bullicio diario, igual los caminos rurales y carreteras al trasladar el grano recolectado hasta los puntos de compra. La cosecha del café da vida al campo.
También da vida a la economía nacional pues el café representa el 0.66 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) y después del petróleo es el segundo producto más exportado. Los destinos del grano mexicano son 42 países siendo los principales consumidores Estados Unidos, España, Bélgica, Alemania y Canadá.
Sin embargo, a pesar de los pronósticos al alza en la producción y, por supuesto, la cotización mundial del grano -en la Bolsa de Valores de Nueva York- que tiene tendencias aceptables, en el campo cafetalero hay pobreza y precariedad. Aun siendo el segundo productor nacional, Veracruz libra desde hace años una batalla para evitar la desaparición de cultivo del aromático.
Los cafetaleros, especialmente los pequeños productores, son una suerte de héroes -y no se exagera al usar ese término- porque mantienen las fincas productoras pese a los precios bajísimos. Muchos lo hacen por tradición familiar, se resisten a dejar morir la actividad y con ello sostienen, a golpe de bolsillo propio, los cultivos y la recolección que también dan sustento a muchas familias que por temporadas se dedican a la recolección del fruto.
En el Estado hay 140 mil 782 hectáreas sembradas con cafetales en 98 municipios que se dividen en nueve regiones: Misantla, Tlapacoyan, Coatepec, Huatusco, Ixhuatlán del Café, Zongolica, Tezonapa, Córdoba y la Sierra de Santa Marta, en la zona de Los Tuxtlas. Allí se distribuyen 90 mil 743 productores, menos de la mitad de los que había hace años cuando sumaban casi 200 mil.
Ahora, esos casi 91 mil cafetaleros nuevamente enfrentan un ciclo con precios muy castigados y se están cumpliendo los temores de las organizaciones de productores pues solo en unos cuantos puntos de compra el kilogramo del café cereza –el fruto rojo recién cortado de la mata- ha llegado a ubicarse en los 8 pesos. En las últimas tres semanas, el precio -que inició en 5 pesos- ha oscilado entre los 6 y 7.50 pesos.
La semana pasada, por ejemplo, en algunos centros de acopio de la zona Centro estas eran las cotizaciones: la más alta en los beneficios de Aresca y Cobisa de Huatusco que lo pagaban en 7.50 pesos y la más baja en Monte Blanco, de Fortín de las Flores, donde se cotizó en 6.70 pesos. En Ixhuatlán del Café el precio fue de 7.20 pesos.
De esa cantidad, el productor debe pagarle al recolector, en promedio 2 o 3 pesos por kilogramo, además cubrir gastos como el traslado del grano hacia los puntos de compra y los insumos durante el año como fertilizantes, productos para combatir o prevenir enfermedades, especialmente la roya, y el mantenimiento de los plantíos. Por eso se les llama héroes, porque hacen todo eso pese al precio miserable del producto.
AMENAZAS E IMPROVISACIONES
Y no es que el café veracruzano no valga, sino que su precio es deprimido a conveniencia de los acaparadores. El principal de ellos es Agroindustrias Unidas de México (Amsa) que ha absorbido casi la totalidad de la compra de la cosecha en Veracruz. Despulpa el fruto y lo vende a su cliente número uno: Nestlé, una de las trasnacionales más voraces.
No se equivocan las organizaciones de cafetaleros que han calificado a Amsa y a Nestlé como plagas más dañinas que la roya. Ambos monopolizan la producción del aromático, fijan precios a capricho, obligan a producir grano robusta que es la variedad más barata y de menor calidad, y han provocado la extinción de otros compradores, y por ende, la competencia para moderar el precio.
Amsa ya se apoderó de las cosechas y Nestlé viene por más rebanadas del pastel, ahora con el anuncio -hecho desde inicios de la administración lopezobradorista- de que abrirá una planta procesadora en Xalapa con una inversión de 154 millones de dólares. Pero no es bonanza lo que se aproxima con Nestlé expandiéndose en Veracruz sino monopolio, precios bajos, grano de mala calidad y ganancias que se van al extranjero.
A esa amenaza se adiciona los incumplimientos e ineficiencias -y algunos afirman que hasta indolencia- de los gobiernos federal y estatal para defender la agroindustria cafetalera. Desde julio del año pasado se anunció la creación del Instituto Nacional del Café -la versión de aquel Instituto Mexicano del Café (Imecafé) que funcionó de 1958 hasta los años noventa- que tendría sede en Jalapa para impulsar la investigación, mejoramiento de calidad y de mercados del grano.
Un año después del anuncio nada ha pasado y eso que urgen mecanismos para respaldar la cafeticultura nacional. Peor aun está la improvisación y deficiencia en la planeación oficial que raya en la irresponsabilidad. Dos ejemplos de eso son que el gobierno federal clasificó al Estado de México como productor de café sin que produzca nada y a nivel local, el Plan Veracruzano de Desarrollo (PVD) cataloga a municipios citrícolas, entre ellos Álamo Tempache, como zonas cafetaleras. Vaya, los que van a defender a los cafetaleros no rebuznan porque no se saben la tonada. Así no se