En la política, como en otras actividades humanas, hay verdades hechas, lugares comunes, les llaman otros, y hay un una que seguramente tiene origen en la física. Ella dice: “Lo que resiste, apoya”. En México, se le atribuye a Jesús Reyes Heroles, dicha quizá en los tiempos del proceso de la reforma política de 1979, durante el gobierno de José López Portillo, misma que tiene que ver y mucho en el origen de la llamada transición mexicana hacia la democracia.
Es obvio que en política, el que resiste está en la oposición. Eso quiere decir que los regímenes políticos más o menos democráticos deben contar con buenos opositores que, así en esa condición, los apoyen. La oposición, en otras palabras, es parte esencial, insustituible, en cualquier sistema político democrático.
Hoy en México, lamentablemente, la oposición, toda, de cualquier signo, no está en sus mejores momentos. Sus dos principales partidos, Acción Nacional (PAN) y el de la Revolución Democrática (PRD), viven severas crisis en lo interno y en lo externo. Además, están, por decirlo así, desdibujados en su papel y, en ocasiones, parecerían comparsas del partido en el poder. Por fortuna no han llegado aún a los niveles que tuvieron, por ejemplo, los partidos Popular Socialista (PPS) y Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), en la segunda mitad del siglo XX.
El presente de ambos partidos, su actuación pública en el Pacto por México (sin quitarles sus méritos en el reconocimiento de las necesidad de las reformas que necesita el país) y los evidentes triunfos políticos (otros los llaman golpes espectaculares o mediáticos) del gobierno de Enrique Peña Nieto permiten prever el regreso total del PRI en las elecciones legislativas federales de 2015.
Ya ocurrió en 1991, tres años después de las elecciones presidenciales más impugnadas de la historia de México, aquellas en las que el triunfador oficial fue el priista Carlos Salinas de Gortari. Sus golpes mediáticos o espectaculares del inicio de su sexenio (las aprehensiones de Joaquín Hernández Galicia La Quina, Carlos Jonguitud Barrios, Eduardo Legorreta); sus reformas (el reconocimiento jurídico de las iglesias y las consecuentes relaciones con el Vaticano; la transformación del ejido; la privatización de la banca y de Telmex; el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá; el Programa Nacional de Solidaridad, entre otras) y, por supuesto, la desarticulación de la oposición: el cardenismo dividido al acabarse el Frente Democrático Nacional (FDN) y el PAN acusado de haber legitimado al Presidente de la República. Entonces, el PRI recuperó la mayoría absoluta en el Congreso de la Unión (hay que recordar que la elección fue por diputados federales y una parte del Senado). La oposición hubo de conformarse con luchas en las elecciones estatales, en las que dos personajes carismáticos, por razones absolutamente diferentes, impidieron su fracaso absoluto: el doctor Salvador Nava Martínez, en San Luis Potosí, y Vicente Fox, en Guanajuato.
En las próximas semanas (el PAN) y en los próximos meses (el PRD) celebrarán sus procesos internos para sus sucesiones, con grandes divisiones que operan en su contra, tanto en su interior como en el ámbito de la opinión pública, mientras el PRI y su gobierno federal se fortalecen y muestran su “unidad”, basada, otra vez, en la figura del señor Presidente de la República, figura básica, “líder nato”, le llamaban y muy pronto le llamarán nuevamente, en su conformación interna y también en lo externo.
En el PAN, el proceso para la elección interna de su nueva dirigencia ya está corriendo. Y el escribidor debe advertir, antes de hacer cualquier comentario u opinión, que cree firmemente que cualquier lucha o conflicto entre políticos o sus organizaciones son esencialmente por el poder, aun aquellas inspiradas en principios doctrinarios o ideológicos. No hay de otra: la lucha política siempre será por el poder.
La experiencia panista de elegir a su dirigencia nacional mediante votación abierta de sus militantes es inédita. En otros partidos y organizaciones en México no ha dado buenos frutos. Sin embargo, aseguran que la modificación de sus estatutos se debió a las exigencia de su militancia. El camino que les espera es, dice la canción, largo y sinuoso.
No hace siquiera 20 años que Carlos Castillo Peraza afirmaba, cuando su partido todavía no había ganado la Presidencia de la República, que el PAN había logrado una victoria cultural en la sociedad mexicana. El yucateco se refería a que su partido había logrado convencer a la mayoría de los mexicanos de que su camino no era el de la antidemocracia ni el la corrupción.
El escribidor confiesa que ni es médium ni tiene ouija y, por lo tanto, es incapaz de entrevistar a los muertos, pero supone (supone, ojo) que Castillo Peraza no mantendría su afirmación por lo menos para los miembros del que fue su partido: a la vista hay antidemocracia y, de acuerdo con ellos mismos, hay corrupción. Tal vez, sólo tal vez, tendría que reconocer que la cultura priista de la política sigue campeando en el país y, peor aún, en su partido.
Tampoco tiene la capacidad de la profecía ni mucho menos bola de cristal, pero no está por demás opinar que en el proceso interno del PAN, a celebrarse el 18 de mayo, y meses más tarde en el del PRD, se juega el futuro del país. Si la oposición no es capaz de reinventarse, en 2015 habrá regreso del carro completo y, para 2018, el Presidente de la República habrá recuperado su facultad de designar al candidato del PRI, al menos, a sucederlo.