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Benedicto IX: El papa que vendió el trono y dejó una mancha indeleble en la historia del Vaticano

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AGENCIA

Roma.- En la extensa y solemne historia del papado, pocos nombres provocan tanto escándalo como el de Benedicto IX, el único hombre que ocupó el trono de San Pedro en tres ocasiones y que, de manera insólita, llegó a venderlo como si se tratara de una herencia familiar.

Teofilatto de Tusculum, hijo de una poderosa familia noble romana, fue elegido papa en 1032, con apenas 20 años -aunque algunas fuentes aseguran que tenía tan solo 11 o 12 años- gracias a la influencia y los recursos de su padre, el conde Alberico III. Su acceso al papado, impulsado por la corrupción, marcó el inicio de uno de los capítulos más bochornosos en la historia de la Iglesia.

Durante su primer mandato, Benedicto IX fue señalado por su vida de excesos y escándalos: Orgías en el Vaticano, sodomía, asesinatos y hasta brujería. San Pedro Damián, historiador católico, lo describió sin miramientos como un “demonio del infierno disfrazado de sacerdote”. Ante su conducta, el pueblo romano terminó por expulsarlo de la ciudad en 1044.

Sin embargo, Benedicto IX no desapareció. Un año después, regresó brevemente al poder solo para protagonizar un acto inaudito: vendió el papado a su padrino, el sacerdote Juan Graciano (quien se convirtió en el papa Gregorio VI), a cambio de una gran suma de dinero, presuntamente para poder casarse con su prima.

Este hecho desató una crisis de legitimidad sin precedentes en la Iglesia, ya que, por un tiempo, coexistieron tres papas: Benedicto IX, Gregorio VI y Silvestre III, considerado un antipapa. La situación obligó la intervención del emperador Enrique III, quien convocó el Concilio de Sutri en 1046, donde los tres fueron destituidos y se eligió a Clemente II como nuevo pontífice.

De esta época oscura surgieron reformas cruciales: La elección papal quedó reservada al Colegio de Cardenales a partir de 1059, y, más adelante, se instauró el sistema de humo blanco y negro para anunciar la elección de un nuevo papa, evitando así futuras confusiones y fraudes.

Benedicto IX no pasó a la historia como santo ni como reformador, sino como un símbolo de corrupción y abuso de poder en el seno de la Iglesia. Su vida y actos siguen siendo una advertencia sobre los peligros de la ambición desmedida, recordándonos que hasta las instituciones más sagradas requieren reglas firmes y transparencia para mantener su legitimidad.

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