Cierto tiempo había transcurrido. Los cultivos volvían a crecer, las lluvias regresaban, las estaciones repetían su cauce luminoso… El hombre ha sido el eterno testigo del retorno hacia un punto inicial.
Los indios acostumbraban arrojar posesiones del año anterior en una gran hoguera. Ropa vieja, útiles caseros de madera, maíz, cereales. Una costumbre tan literal en su significado, que los eruditos de épocas posteriores no han tenido que especular sobre su sentido. Significaba el comienzo de un nuevo año y una nueva vida.
Para los babilonios fue motivo de 11 días conmemorativos. Un ciclo festivo que se instauró en el momento en que la primavera abordaba sus primeros trazos entre los jardines colgantes de Babilonia. El rostro egipcio también se tornaba festivo cuando la naturaleza señalaba la entrada de un nuevo año. Cuando el Nilo crecía su caudal para propiciar la siembra, el hombre recomenzaba a labrarla con confianza en los tiempos venideros. Las diferentes culturas han llevado implícitos ritos que invocan salud, amor y dinero durante los cambios de ciclo.
El hombre vive de esperanza. Confiamos. Evolucionamos. Maduramos. Por eso no es extraño encontrar ritos ancestrales propios de cada cultura y pueblo que busquen la felicidad, el éxito y la abundancia. La mayoría de los rituales del 31 de diciembre fueron introducidos por los colonizadores españoles y se arraigaron con más fuerza a nuestras tradiciones.
A las 12 de la noche, 12 uvas le dan la bienvenida al año nuevo como acordes a las campanadas del reloj. Entre abrazos y serpentinas, nos acometemos a un ritual de deseo. En él, nuestros sueños pueden convertirse en realidad porque nos comprometemos a hacerlo. Brindamos por un año más de vida. De experiencia. Por la oportunidad de ser mejores… Anhelamos. Olvidamos las penas, el rencor, la tristeza, la venganza. ¡Estamos vivos! Aflora la añoranza de un año que termina y la esperanza de alcanzar mayor éxito durante el año que comienza.
Sentarse y volverse a parar con cada una de las 12 campanadas: trae matrimonio. Recibir el año nuevo con dinero dentro de los zapatos: trae prosperidad económica.
Para tener mucha ropa nueva: la noche del 31 debes usar la ropa interior al revés o estrenar. Poner un anillo de oro en la copa de champaña con la que se hará el brindis: te asegurarás de que no falte el dinero.
Encender velas de colores: las azules traen la paz; las amarillas, abundancia; las rojas, pasión; las verdes, salud; las blancas, claridad, y las naranjas, inteligencia. Repetir en voz alta o mentalmente la frase “Voy a ser feliz este año” junto a los 12 campanadas.
Sacar las maletas a la puerta de la casa para tener muchos viajes el año que comienza. Mejor aún es dar la vuelta a la manzana arrastrando las maletas. Usar ropa interior amarilla la noche de fin de año, para asegurar felicidad y buenos momentos. O roja para el amor. Comer una cucharada de lentejas (cocidas) dentro de los primeros minutos del nuevo año para tener prosperidad.
Desde siempre, la llegada de un nuevo año ha significado un triunfo intangible. Una victoria personal. Esperanza que oportunamente se renueva cada 365 días. Un acto de libertad y redención. El deseo aunado a la expectativa de obtenerlo. Apetito por la virtud, la felicidad, el amor. Fe en el destino.