¿Cómo se le hace para ser feliz? Se llenan de oro quienes saben fórmulas más o menos interesantes, sonrisas debidas, lociones mágicas, ropa incambiable (en mis tiempos había una señora de quien se decía que usaba un medio fondo sin lavar durante diez años). Una vez coloqué un vaso con agua fresca arriba del ropero y en la mudanza de rigor era como tubo de mina, seco y negro. Se me olvida quererme, eso ya lo sé, sólo el doctor Rafael Álvarez Cordero tiene fe y bondad, afecto milagro por mí y lo agradezco de rodillas. Nadie puede fingir loca alegría si medita bien en lo que vive… mi circunstancia es grave mas sigo teniendo fe en Dios aunque mis seudoamigas se burlen de mí. ¡Fíjate, si con Él y todo apenas doy un paso! Me dicen supersticiosa porque creo tantísimo en Él… Vivo, pues, junto a la picota de quienes atentan contra el alma de los árboles (mi jacaranda de la que me abrazo como si fuera mi madre) y a eso, añadir el amor inconmovible que tengo por los animales. Ahora el odio que se les ha desatado (junto con los demonios, que dijera Ruiz Massieu) contra los perros, esos infelices huacales de hambre que no muerden ni a un ratón… Y ya inventaron el comercio con los caballos. Sí, los caballos, arquitectura de la belleza lograda por Dios, su cuello altivo dejando la huella de las venas, las grupas sin mácula, las colas salvadoras de malos espíritus, y el trote al paraíso. Los compran en la frontera a Estados Unidos para matarlos a palos, electricidad, infinita crueldad luciferina y vender su carne a restaurantes y fábricas de comida… dicen que los traen en camionsotes y los dejan al sol sin agua, hacinados, hambrientos, asustados, y nomás se oyen las patadas desesperadas en las puertas de fierro. Coces telegráficas. Relinchos de dolor. Todo esto porque me acuerdo siempre hasta mi muerte del caballo Arete, tuerto, ganador en las olimpiadas, molido a fuetazos inclementemente por Mariles, evocado hace poco por Carlos Tello Díaz (un escritor muy admirado por mí), caballito del mar y del cielo a quien le debemos la gloria terrenal y ni siquiera las gracias le dieron. A mi Arete lo enterraron con todos los honores pero su sufrimiento no se lo quitó nadie.
No ha habido otro corcel como Arete, pero vive en la memoria de nosotros como los caballos que en el Norte de la patria están siendo sacrificados por unos cuantos centavos. Por eso preguntaba yo cómo se le hace para ser feliz. Aquel brincar de la cama por la mañanita rumbo a la escuela, a la misa, al jardín, a la bicicleta en mi casa a pelear con los hermanos por montar el caballo de Manuel, mi hermanito, que le regaló su padrino Puga. El caballo de Manuel se llamaba Relámpago (como un burro que tenía Riqui Parra en su casa del mar) y vivía en el cuartel porque no teníamos establo en la casa, allá en la cumbre del callejón de los Dolores.
¿Felices? A mí los animales y las plantas me hablan, sé de sus almas, de la pura-sangre animalera, todos todos, y la savia sabia de los tallos, las hojas, los pistilos, los tallos, los troncos, las ramas, parafernalia de la naturaleza, pensamiento exacto de Dios que juega a los dados y hace los nísperos.
Hoy estoy triste. Le dicen depresión. Le digo amor por la vida de mi alrededor. Aún.