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Angelina y Francisco

Superiberia

 

Este será otro texto en donde hablemos de aquellos actos inefables, definidos así, porque a su alrededor  las circunstancias que llenan las historias dejan de ser concebibles. Lo peor, es que son reales. Hemos dedicado aquí espacios -en varias ocasiones- para hablar de episodios en los que la violencia entre niños o jóvenes estudiantes es la protagonista. Y es que seguimos tratando de entender cuáles son las verdaderas causas del bullying, además del por qué éste es un problema que parece rebasar el alcance de las autoridades, no sólo académicas, sino también de las que tendrían que impartir justicia. Hoy, justamente, tenemos dos historias al respecto.

La primera es una actualización a lo sucedido con Angelina, una joven estudiante de una escuela secundaria en el barrio de Tepito. Es de origen mixteca, es una de las mejores estudiantes, pero justo es su origen lo que dio pie a que fuera agredida por sus compañeros. En su casa no hablan español, les costó mucho que alguna autoridad se tomara el tiempo para escucharlos cuando fueron a denunciar el bullying del que Angelina era víctima. Quienes la golpeaban, incluso documentaron en un video trepado a las redes sociales, lo que eran capaces de hacerle.

Para quien aún piense que el bullying no es un problema -porque los hay, de ahí que este tema siga dando historias y provoque su ingreso en la agenda de la política social de gobiernos locales-, les diremos que, tristemente, aún hay autoridades que piensan igual que ustedes. Y eso abre un nuevo capítulo que deberá analizarse cuánto antes.

El caso de Angelina dio tres detenidos, los compañeros de clase que la agredieron: dos chicas y un chico. Las jovencitas fueron enviadas al Centro de Diagnósticos para Adolescentes, el joven fue puesto ante una juez para que definiera su situación. El jueves, nos enteramos que no habrá mayor sanción para él, al menos no una penal, a pesar de que dentro de las agresiones sufridas -golpes, patadas, etcétera- obligaron a Angelina a acudir a un hospital. Sin embargo, el mayor sinsentido de esto, es que la juez que llevó al caso, llegó a tal conclusión porque las lesiones no eran visibles a más de dos metros de distancia. Aunque anotemos aquí, que Angelina debió usar un collarín.

La otra historia, es la de Francisco y su mamá. Él es un niño de apenas cinco años, su madre es trabajadora doméstica, ambos de origen mazateco. El menor estudiaba el tercer año de preprimaria en el Colegio La Salle de Seglares, un colegio privado al que llegó gracias a que la empleadora de Gloria, la madre del niño, lo ingresó en él para su formación académica. Jamás pensó que ello terminaría en un muy triste episodio para todos, en especial para el menor.

No sólo sus compañeros, también los profesores (o misses como se hacen llamar) y autoridades de aquel lugar, lo discriminaron por su origen indígena. Algo que se hizo una constante y esto afectó el desarrollo y aprendizaje de Francisco. Silvia, quien lo inscribió, llevó el caso a la Conapred y después de varios meses, ya se emitió una “opinión jurídica” a la que deberá emitir postura la institución.

Son dos historias ni tan distintas, que tienen como mayor punto de encuentro, el sin sentido que todavía existe frente a quienes se consideran superiores. Y, claro, en ambos casos, lo inefable es que ambos vengan de una suerte de autoridad.

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