Mañana ocurre todo lo significativo en septiembre. Nuestra gente nos acostumbró a la gran noche en la cual los niños fuimos enormemente felices. Pero hubo un 15 de septiembre en que se suspendieron las fiestas, los buñuelos y los fuegos de artificio. Porque el 11 habíase terminado la ilusión de un nuevo gobierno mandado por el pueblo en esos actos heroicos de la imaginación y la esperanza y en que todos hemos sido inoculados desde el nacimiento. Claro, me estoy refiriendo a gente como nosotros los pueblerinos crecidos en las anécdotas de la Revolución en los llanos de Celaya y de la Independencia en la Alhóndiga de Granaditas. Ni modo, así nos educaron, y mucho he hablado aquí de los temas de conversación a la hora de la merienda con recuerdos pasados de bisabuelos a abuelos y de nuestros padres a nosotros. De cómo mi abuelo mandaba parar los colchones en los balcones y en las paredes más seguras para que mis tías se escondieran en cuanto entraba “la bola” y ni se les fuera a ocurrir raptar a la más bonita del redil, o carrancearse lo poco habido en el corral, el de a de veras. Eran días duros, no solamente para los habitantes del estado de Guanajuato, sino también para mis otras tías viviendo en el DF y quienes nos contaban con grandes ademanes la Decena Trágica, los tiros, el hambre y el agua almacenada como oro puro. Y cuando fuimos grandes nos tocaron otras conmemoraciones dolorosas de la patria y sus acaeceres.
Por ejemplo conocer de cerca a Salvador Allende (Allende el Bravo titulé a un memorable librito cuando mataron al héroe). Personaje de enorme señorío, elegante a morir, pulcro, de ropa inmaculada y ni una arruga, olía bonito, hablaba suave en sociedad, poseía el don de la buena educación y el trato fino de chileno bien educado. Grandísimo orador. En Guadalajara echó un discurso fantástico, el cual nada más los reaccionarios jóvenes tapatíos ubicados en el mejor hotel al cual fuimos con toda una muchachada a oírlo más, sentados en el césped del jardín en una noche tibia aromática, los distinguidos, pues, hablaban en voz alta, se burlaban, le faltaron al respeto sin disimulo y se oían del restaurante hasta la arboleda que nos cobijaba. Quien esto escribe tuvo el honor de ir a Chile como periodista y estuve muy cerca del compañero Presidente, a quien me rendí a su decoro cada minuto transcurrido. El país era entonces una fiesta -pobre sí, pero rico en entusiasmo-; nos tocó una manifestación que “pasó por las alamedas” formidable y nos cansamos de brincar para no ser “momios” tal conminaba la emocionada concurrencia apretada de jóvenes y de campesinos (y de perrillos chiquitos, chaparritos, a los cuales sigo viendo en las manifestaciones de toda América Latina…mero adelante los canecitos, ladre y ladre y corre y corre del lado de los alevantados… (por cierto, dejo aquí, en este recuerdo entrañable de Allende el Bravo, mi oposición absoluta a aumentar la pobre comida de los perros, como dicen en mi tierra “de sus de por sí” muertos de hambre y callejeros) (voy a ir a “tomar” el triángulo de los compositores populares aquí en mi rumbo, justo al finalizar Alfonso Reyes, para quejarme de tamaña barbaridad. Fin)…
*Escritora y periodista
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