Apenas el lunes de esta semana, el titular del diario El País rezaba, literalmente: “Venezuela espera una reconciliación nacional”. Escrito y publicado antes de que se empezaran a conocer los resultados de la votación, la semana nacía con un sentido de la información en dicho diario que iba en dirección de resaltar la oportunidad de reconciliación tras la polarización nacional por los 14 años de la “Revolución Bolivariana”. Qué pena que todo quedara en deseos.
Un día después, la tipografía del encabezado era más negra que de costumbre. Decía ahora, “La ajustada victoria de Maduro agrava la fractura en Venezuela”. De la oportunidad de reconciliación, ni sus luces. Tras sólo 10 días de campaña electoral, ¡diez días! y con una parcialidad absoluta de los medios de comunicación para el heredero designado por Chávez y, por ende, candidato de Estado, Maduro obtenía una victoria por apenas 1.7 por ciento de diferencia. No importó que apostara el resto a la deificación de Chávez, con todo y el de Barinas cabildeando en el paraíso a favor de un Papa latinoamericano y hablando al hombro de Maduro mediante el trinar de un pajarito. “Maduro actuó como el médium de una sesión de espiritismo nacional que fracasó”, sentenció un analista venezolano.
Para el miércoles, el espacio en la primera de El País era más pequeño pero no menos alarmante: “Las protestas en Venezuela derivan en un derramamiento de sangre”, a raíz de cuando menos siete personas muertas en distintas protestas contra el fallo del Colegio Nacional Electoral. Venezuela ha entrado en un limbo jurídico, con un presidente que juramentó ayer viernes para un nuevo periodo de seis años mientras la oposición prepara el cuestionamiento jurídico de la elección. ¿“Reconciliación nacional”? Las frases del día de Maduro son… “mano dura contra el fascismo… si quieren derrocarme, vengan por mí. Los espero yo y el compromiso inquebrantable del ejército bolivariano…”.
El jueves, el encabezado decía “El Gobierno de Maduro se radicaliza”, narrando cómo en la sesión del Parlamento del martes, el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, negó el uso de la palabra a los diputados que no reconociesen primero a Maduro como presidente electo. ¿Qué ha sido de los diputados de oposición que lideraban algunas comisiones? Destituidos. ¿De la más mínima posibilidad de reconciliación y de un nuevo inicio? Destruida. “De continuar la protesta, radicalizaremos la revolución”, ha dicho Maduro, como si la amenaza de falta de democracia fuera suficiente para calmar las protestas… por falta de democracia.
Ahora, el gobierno de Maduro ve cómo en la radicalización puede ir cerrando las vías a cualquier expresión política distinta a la suya. Se habla ya no sólo de dejar de asignar recursos de la administración central a cualquier gobernador que no reconozca al gobierno de Maduro, sino además de desconocer a Capriles como gobernador del estado de Miranda y proceder a su detención acusado de instigar los desórdenes callejeros que se han visto en todo el país en estos días. ¿Ciencia o política ficción? Todo es posible en esta Venezuela tan querida en la que resulta ahora que Chávez… “era el muro de contención de muchas de esas ideas locas que se nos ocurren a nosotros”, como ha dicho el mismo Diosdado Cabello. “[Chávez] imponía su liderazgo, su prudencia y su conciencia, y nos evitaba actuar en muchas ocasiones con estas ideas locas nuestras”.
Si Chávez era el prudente, el consciente, el muro de contención, ¿qué le puede esperar a Venezuela ahora? Porque no se puede olvidar que Chávez era el de la silla vacía a su lado para que el espíritu de Bolívar lo acompañara en sus eventos relevantes. Era el de los programas de televisión en vivo que iniciaban los domingos sin saber cuándo terminarían porque el comandante hablaba y hablaba y hablaba (claro, también cantaba y declamaba y contaba chistes y daba rienda suelta a esa energía interminable que le distinguía entre tantas otras cosas). Era el presidente de la represión simpática y humorada, pero represión al cabo; el que instigaba a la gente con recursos a que emigrara. El que vació la economía con una mezcla tropical de socialismo estatal y redistribución populista que ha puesto al país al borde de la bancarrota (apenas hace un mes el bolívar perdía un tercio de su valor, mientras que, pese a la bonanza petrolera de todos los años del chavismo, el déficit fiscal no baja de 8 o 9 por ciento del producto interno bruto).
“Detrás de la propaganda, la realidad venezolana es la de un régimen corrupto, cínico e incompetente”, argumentaba la revista The Economist apenas hace unas semanas (marzo 9). Pobre Venezuela, siendo una gran nación partida por la mitad aún con líderes “prudentes”, ¿qué le espera ahora?