Para Jorge Castañeda, por su fértil terquedad
Fui de las últimas en dar mi firma para el desplegado que se publicó el 25 de septiembre del año pasado, en el que un grupo de ciudadanos pedimos que se aprobara el proyecto para que se despenalice la posesión de mariguana para consumo personal en la Ciudad de México al aumentar significativamente la cantidad de gramos que puede poseer un usuario. La razón de mi reticencia no tuvo que ver con algún cuestionamiento a la libertad de los adultos para consumir lo que les venga en gana. No tengo problema con el ejercicio de esa libertad siempre y cuando no cause daño a los demás y en especial a los menores.
Mi resistencia provenía en primer lugar de poner en duda el grado de impacto de la legalización de la mariguana en la destrucción de los cárteles del crimen organizado. En demasiadas ocasiones se contemplaba la despenalización de las drogas como una receta mágica para el quiebre económico de los cárteles. Pero en las pasadas dos décadas conocimos la capacidad de adaptación del crimen organizado frente a las iniciativas del Estado para atacarlo o frente a la multiplicación de competidores. Un amplio abanico de actividades legítimas e ilegítimas sustituye aquellas que eventualmente se vuelven menos rentables o más riesgosas. El secuestro masivo de migrantes, por ejemplo, es una modalidad relativamente nueva de delito, un “nicho” que Las mafias pudieron explotar con relativa tranquilidad hasta la masacre de San Fernando. Pero en el desplegado, que se puede consultar en www.despenalización.mx, este optimismo ingenuo no encuentra cabida. Es cierto que “la criminalización aumenta el precio de las drogas” y que la “despenalización reduciría estas rentas”, pero no se argumenta que se acabaría mágicamente el poder de los grupos criminales.
En segundo lugar, mis dudas provenían de los argumentos acerca de la baja peligrosidad de la cannabis. Alguien muy cercano a mi cariño se encuentra entre el 11% de adictos a la mariguana y eso duele y hace meditar. Comparado con el alcohol, el tabaco, la cocaína o la heroína, el de la mariguana es el índice más bajo de adicción. Las estadísticas no calman el dolor o la frustración personal pero permiten tomar distancia. Al parecer, no hay entre las estadísticas internacionales una sola muerte causada por exceso de cannabis, y en los números nacionales las muertes causadas directa o indirectamente por consumo de alcohol o tabaco son abrumadoramente mayores. Decimos en el desplegado “en el Servicio Médico Forense, por ejemplo, 77% de los cuerpos con análisis toxicológicos positivos habían consumido alcohol y sólo 7% mariguana. Algo similar ocurre en los Servicios de Urgencias: 68% de quienes resultan positivos al análisis toxicológico es por alcohol, mientras que sólo 10% lo es por mariguana”.
En un artículo anterior que titulé “Si fumas mariguana no funciona la banana” menciono conclusiones asociadas a investigaciones sobre la plasticidad del cerebro que demuestran que el cerebro del adolescente todavía está en formación y que indicarían que los 18 años son una edad demasiado temprana para beber alcohol o fumar mariguana y que es probable que los estadunidenses tengan razón cuando imponen una edad legal de 21 años. La investigación médica puede ayudar a la formulación de propuestas en torno a este límite de edad. La intervención de los expertos de los centros contra las adicciones que participan generalmente en foros contra la legalización y casi nunca en foros que exploran la alternativa contraria, también sería fundamental para la mejor calibración de políticas públicas al respecto.
Finalmente, el argumento para mantener mi escepticismo respecto a los beneficios de una posible legalización tenía que ver con la prohibición que mantenían los Estados Unidos al consumo y posesión de mariguana. Pero ese argumento también se ha venido debilitando en la medida en que el ánimo de la opinión pública estadunidense cambia aceleradamente ante dos tipos de evidencias: el combate a las drogas ha sido inmensamente más dañino tanto en ese país como en otros —y aquí entra América Latina y en especial México— que cualquier daño que pueda haber causado la yerba, y en segundo lugar, hay creciente evidencia médica y científica de que en efecto la cannabis puede tener un uso farmacéutico útil en varias enfermedades.
Ayer domingo el influyente diario The New York Times publicó una editorial de la casa con el título “Acaben con la Prohibición, otra vez”, en referencia a la derogación de la prohibición para la venta, producción, almacenamiento y transporte de bebidas alcohólicas, que duró de 1920 a 1933 y a la necesidad de revocar la prohibición federal al consumo de mariguana que data de hace más de 40 años. El editorial hace referencia a cambios en más de dos terceras partes de los estados de ese país que han legalizado ya sea el uso médico de la mariguana o toleran el consumo personal o francamente legalizan toda la cadena asociada al uso recreativo de la cannabis, como ha sucedido en Washington y Colorado, y como quizá suceda en las próximas elecciones en California y Nebraska.
Descriminalizar o legalizar no es una solución ideal —y sé bien la agonía de las familias afectadas por seres queridos con adicciones—, pero las soluciones ideales no existen. Lo que es absurdo es que más de 60% de los presos en las cárceles federales están sentenciados por delitos contra la salud y, entre estos, seis de cada diez por mariguana. Jorge Castañeda menciona en un artículo reciente que 50 mil presos en Estados Unidos serán liberados paulatinamente gracias a una mayor tolerancia del gobierno de Obama al consumo de la cannabis. Es trágico que un país como el nuestro, con tantas necesidades y limitaciones, dedique tantos recursos humanos y materiales a combatir que la mariguana llegue a la frontera norte, cuando allá caminan rápido a su despenalización y legalización en una multitud de modalidades. Es hora de discutir y debatir cómo nos liberamos de esa carga. Nos encontramos en Twitter: @ceciliasotog.