
Ada Rosas
El Buen Tono
Córdoba.- Cuando suena la sirena, no sólo responde un bombero. También responde un sacerdote, un hijo amoroso, un hombre de fe con las botas llenas de hollín y el alma encendida por el servicio. Así es el padre Oscar Fabricio Martínez Limón: un hombre que se ha atrevido a unir lo divino con lo terrenal, la iglesia con la emergencia, el altar con el fuego.
El 22 de agosto de 2013, Día del Bombero, el padre Oscar Fabricio Martínez Limón recibió algo más que un reconocimiento: fue abrazado como parte del Heroico Cuerpo de Bomberos de Córdoba, Veracruz. Ese día, su vocación se duplicó: servir a Dios y al prójimo, incluso en medio del fuego.
Todo empezó en enero, cuando recibió de parte del departamento de Bomberos la invitación a conocer la corporación. Así fue que inició su camino como bombero honorario, con una gorra bordada y una camisa como primeras insignias. Meses después, en una misa organizada para los bomberos, fue oficialmente recibido como parte del equipo. Su primera credencial y su primer aguinaldo –mil pesos–marcaron ese nuevo rumbo. No dudó en darlo todo a quien primero le dio todo: su mamá. A quien le prometió que un día no le faltaría nada.
Desde entonces, el padre Oscar Fabricio ha vivido situaciones que marcaron su vida, como el primer incendio al que asistió el 19 de diciembre. Emocionado, llamó a su madre para pedirle la bendición, sin saber que la alarma de la sirena la asustaría profundamente. Aquella escena fue capturada por policías federales, policías estatales y reporteros: entre la tragedia de un trailero calcinado en la autopista, se vio a un bombero colocándose una estola y bendiciendo el lugar. Ese bombero era él.
El sacerdote ha enfrentado momentos como bendecir a personas agonizantes que murieron en sus brazos o consolar a familias en trágicos accidentes. Recuerda especialmente el Domingo de Ramos durante la pandemia, en el cual celebró la misa en soledad mientras la transmitía en Facebook, y luego acudió a un accidente donde un motociclista falleció. La familia regresó días después para agradecerle su presencia.
En otro episodio, durante un incendio en mayo de 2018, detrás de una empresa de transportes, cayó desde 3 metros de altura. “Nomás alcancé a decir ‘Dios’… azoté en un lavadero, reboté al piso, y ya. No me pasó nada”. Salió ileso, con apenas un ligero dolor muscular. “Sentí como si hubiera caído sobre un colchón”, relata.
Explica que cuando se escuchan cinco toques de sirena seguidos, eso es señal de una emergencia, un llamado a actuar rápidamente, como una especie de “señal de Batman y Robin”. Comenta que, a pesar de estar en momentos como la misa o atendiendo a enfermos, él decide esperarse un poco para equilibrar esas dos responsabilidades. “A veces estoy fresco y con energía. Pero otras veces, la fatiga es difícil de evitar”, dijo.
En San Román, cuando regresaba de un incendio: “Me limpiaba el sudor y el hollín de la cara, el humo que no podía evitar. Me quitaba el chaquetón de bombero, me ponía la sotana y sólo quedaban visibles las botas de bombero. Era como una transformación instantánea entre dos mundos”, relató con nostalgia.
También comenta cómo las cosas han cambiado con el tiempo. “Los casos han disminuido gracias a las mejoras en las corporaciones de bomberos y la constante capacitación de Protección Civil”, explicó. “La gente también ha comenzado a tener más cuidado, aunque siempre hay riesgos. Pero en general, ha habido una disminución significativa de incidentes.”
Actualmente es jefe de guardia, con siete personas a su mando. Aunque uno de sus elementos es evangélico, él respeta cada creencia. “Antes de salir, si sienten que va a estar fuerte el asunto, nada más se persignan”, comenta.
Antes de ser bombero, fue sacerdote. Su vocación clerical sigue firme, y cita a san Agustín de Hipona: “Para ustedes soy su obispo, pero como ustedes, yo soy un cristiano”. Él cree que la fe no se vive sólo dentro de la iglesia, sino también en las calles, en las desgracias, en el servicio.
Hoy afirma que sólo necesita de su sotana y su casco para servir.
En su oración antes de cada turno, siempre pide lo mismo: que no pase nada, que si algo pasa, sea leve, y si no puede evitarse, que sea rápido. Un equilibrio constante entre la fe, el fuego y el amor al prójimo.
