Por: Clemencia Licona Manzur
En los últimos 150 años, el ruido, ese sonido francamente molesto, ha incrementado exponencialmente y está por todos lados. Viene por ejemplo de, los motores y escapes de algunos medios de transporte, los sitios de construcción, las industrias, las bocinas con música a todo volumen, la gente en las calles, las casas y los lugares de trabajo. Todo este ruido hace que nuestras ciudades retumben continuamente a diferentes tonos, tiempos y volumen.
Efectivamente, la Organización Mundial de la Salud nos dice que la contaminación por ruido ocupa el segundo lugar en el mundo, después de la del aire. También nos dice que cualquier sonido por arriba de los 70 decibelios (dB) es peligroso y posiblemente genere algún tipo de lesión en los oídos. A propósito, hace unos días resumí los efectos del ruido en la disminución de la capacidad auditiva, recalcando que los que escuchan música a altos volúmenes corren un alto riesgo de sufrirla. Sin embargo, el ruido no solo afecta la capacidad auditiva, hay muchos más problemas relacionados con él, incluyendo los efectos que tiene en el cerebro y sus funciones.
Para entender por qué el ruido afecta al cerebro, es importante hablar antes de la relación entre el sonido y este maravilloso órgano.
LOS OÍDOS PERCIBEN EL SONIDO Y EL CEREBRO LOS IDENTIFICA
¿Sabías que nuestros oídos perciben los sonidos sin saber qué son, o qué debemos hacer con ellos? En realidad, es el cerebro el que interpreta los sonidos y les da sentido.
¿Cómo lo hace? Por medio de un sistema de audición sofisticado, que involucra varias etapas. Primero, los sonidos pasan por el oído externo, llegando al tímpano y haciendo que éste vibre. Las vibraciones del tímpano continúan hacia el oído medio, pasando por tres pequeños huesos, que las amplifican y las mandan a la cóclea, en el oído interno. Dentro de la cóclea, miles de células convierten las vibraciones mecánicas en señales eléctricas. Estas últimas viajan por el nervio auditivo hasta el cerebro. Entonces la magia ocurre, el cerebro (por medio de una “sinfonía” de señales entre neuronas) le da un significado a los sonidos que oímos. Para completar el proceso, éste hace que nuestro cuerpo reaccione, activando las zonas encargadas del pensamiento, el movimiento, los sentimientos y las sensaciones. En resumen, cuando detectas sonidos, tu cerebro está intentando saber si te gustan o no, si tienes que ponerles atención o ignorarlos, y al mismo tiempo está decidiendo qué instrucciones darle a tu cuerpo al respecto.
Este complejo proceso sucede en un santiamén, permitiéndonos reaccionar inmediatamente a nuestro ambiente auditivo. Encima, ocurre todo el tiempo, como si fuera una super autopista con mucho tráfico en ambas direcciones, una de transporte e interpretación del sonido, y la otra de respuesta a este.
EL SONIDO Y EL CEREBRO
Los científicos han estudiado por algún tiempo el papel del sonido en la memoria, la atención, la regulación emocional, así como la huella que deja en el funcionamiento de nuestro cerebro.
Por ejemplo, ¿has notado qué algunas canciones te hacen recordar un momento o una persona especial? Este fenómeno conocido como “memoria autobiográfica evocada por la música”, nos muestra la conexión entre el sonido y la memoria: nuestro cerebro está diseñado para asociarlo con experiencias y crear memorias a las que tenemos acceso toda la vida.
También muy importante, el sonido está relacionado con el aprendizaje y la atención. Algunos sonidos nos pueden ayudar a aprender mejor y a enfocarnos en algo, mientras que otros, pueden hacer todo lo contrario.
Emocionalmente, el sonido tiene la capacidad de evocar una gran variedad de respuestas y activar diversos estados emocionales y fisiológicos, por ejemplo, acelerar el latido de nuestro corazón al escuchar ciertos ritmos, calmarnos al escuchar las olas del mar, o activar las hormonas del estrés. La respuesta emocional al sonido proviene de nuestra historia evolutiva, porque el reconocer y reaccionar a diferentes estímulos sonoros es crucial para nuestra supervivencia.
Últimamente la ciencia también estudia el efecto del sonido en la capacidad del cerebro para reorganizarse y formar conexiones neuronales (neuroplasticidad). Así mismo, varios investigadores experimentan con el efecto de la música en los tratamientos para pacientes con padecimientos neuropsiquiátricos, incluyendo la esquizofrenia, el Alzheimer, el Parkinson, el dolor, la ansiedad y la depresión —por supuesto hablamos de sonidos o música a volúmenes no molestos, no del ruido—.
EL RUIDO Y SU IMPACTO EN EL CEREBRO Y SUS TAREAS
Nuestro cerebro no solo interpreta y responde al sonido, también está continuamente filtrando estímulos del medio ambiente a través de otros sentidos, además, está tratando de saber cómo actuar frente a ellos. Este trabajo requiere de mucha atención. En este contexto, el ruido puede interferir con el trabajo del cerebro para mantenerte vivo, porque hace que sea más difícil interpretar la información que recibe de todos lados y responder a ella.
Podríamos imaginar que el ruido para el cerebro es como la estática que oyes cuando cambias de estación de radio, esa que hace que a penas distingas lo que dice la locutora cuando no has sintonizado bien la estación, solo que, en este caso el cerebro está tratando de saber qué pasa con tu cuerpo y su medio ambiente, y el ruido se lo está dificultando. Como resultado, cuando el cerebro tiene que funcionar en ambientes ruidosos, éste se distrae continuamente, se cansa rápidamente y hace sus tareas de manera menos eficiente.
Como ejemplo, está estudiado que, en lugares ruidosos, los niños y jóvenes tienen problemas para aprender, leer y recordar lo aprendido. El ruido puede incluso afectar el aprendizaje del lenguaje, tal vez creando ruido interno que compite con la comprensión de sonidos importantes, como los del habla. Por otra parte, el ruido dificulta realizar tareas que requieren mucha atención y los sonidos fuertes hacen perder la concentración.
El ruido no tiene que estar a volúmenes que causan daño al oído (es decir, a más de 70 dB) para ocasionar otros daños biológicos, nos dicen Nina Kraus y Trent Nicol del Laboratorio Brainvolts, en la Universidad Northwestern, Illinois. Según los investigadores, nuestro cerebro evolucionó para responder a los cambios en lo que consideramos patrones de sonidos normales, porque nuestros antiguos ancestros necesitaban estar alerta a las fuentes potenciales de peligro. Distinguir entre las señales ambientales y el ruido es importante desde el punto de vista evolutivo —por ejemplo, piensa en el sonido repentino de una serpiente moviéndose, mientras los grillos estridulan—. Sin embargo, tener la audición siempre en “modo encendido”, es cansado para el cerebro, especialmente cuando el ruido proviene de fuentes que éste no considera importantes, pero que no dan tregua —por ejemplo, el ruido continuo de los aparatos de música de los vecinos, el tráfico, o gente cantando y gritando en el bar de la esquina, por horas—.
Además, Kraus y Nicol nos dicen que, la exposición crónica al ruido no importante para tu cerebro provoca que se mantenga en un estado de alerta extenuante. Como resultado, tu capacidad de percepción se adormece y las señales de peligro son menos fáciles de distinguir. Es decir, serás menos capaz de detectar sonidos específicos en medio del ruido o de detectar importantes advertencias de sonido que te deberían poner en alerta; también te distraerás más fácilmente con cualquier ruido, comprometiendo tu efectividad en el trabajo, tu salud psicológica y hasta tus relaciones. Encima, mientras más ruido te rodea, eres menos capaz de alistar a tu cerebro para que ponga atención cuando lo necesita.
Los investigadores también advierten que, en vecindarios ruidosos, los niños y adolescentes tienen a menudo niveles de ruido neuronal en el cerebro, es decir, sus neuronas auditivas estarán activas aun cuando el mundo esté callado. El resultado es un “cerebro ruidoso” que no procesa el sonido como debería.
A todo esto, hay que agregarle los efectos de dormir mal para el cerebro, porque el ruido también nos afecta cuando dormimos. Dormir está íntimamente ligado con el funcionamiento de nuestro cerebro, digamos, lo optimiza desde muchas perspectivas y enriquece varias de sus funciones, incluyendo nuestra capacidad para aprender, memorizar y tomar decisiones lógicas. Aún a niveles bajos, el ruido afecta la calidad del sueño, porque provoca movimientos en el cuerpo, nos despierta e incrementa el ritmo de los latidos del corazón. Además, el ruido acorta los periodos de sueño profundo y restaurador, indispensables para que tu cerebro funcione bien.
Existe cada vez mayor evidencia de que la exposición continua al ruido afecta al cerebro y al sistema nervioso, contribuyendo a un riesgo mayor de desórdenes neuropsiquiátricos, tales como derrames cerebrales, demencia, decadencia cognitiva, desórdenes del desarrollo del sistema neurológico, depresión, ansiedad, problemas de conducta en niños y adolescentes, y suicidios en jóvenes, adultos mayores y gente con enfermedades mentales.
Aunque es casi imposible deshacernos del ruido de nuestras actividades, podemos contribuir a atenuar aquel que, debido a la continua exposición, puede afectar a nuestros cerebros. También podemos evitar el ruido más fuerte que puede dañar nuestra audición. Por ejemplo, podemos dejar de usar bocinas en las calles y bajar el volumen de las que usamos en interiores; debemos procurar que los bares o restaurantes no tengan música a volúmenes que se escuchen fuera de sus locales, también que usen aislamiento y que cierren sus puertas para que los gritos o el karaoke no disturben a los vecinos; podemos evitar que los medios de transporte sean tan ruidosos dándoles mantenimiento y no modificándolos para hacerlos rugir. El objetivo no es callar al mundo, es reducir la contaminación auditiva en nuestras ciudades y especialmente, no provocar problemas de aprendizaje, atención, memoria, distinción de señales de peligro, y trastornos neuropsiquiátricos, sobre todo en las poblaciones más vulnerables.
FUENTES:
Hahad, O., et al. “Cerebral consequences of environmental noise exposure”. Environment International 165 (julio 2022): 107306. https://doi.org/10.1016/j.envint.2022.107306
Hahad, O. et al. “Noise and mental health: evidence, mechanisms, and consequences”. Journal of Exposure Science & Environmental Epidemiology (enero 2024: 1–8), https://doi.org/10.1038/s41370-024-00642-5
Konkel Neabore, L. “Too much noise can harm far more than our ears”. Science News Explores, abril 2024. https://www.snexplores.org/article/noise-pollution-harms-brain-health
Kraus, N. “Everyday noises are making our brains noisier”. Nautilus, octubre 2021. https://nautil.us/everyday-noises-are-making-our-brains-noisier-238336/
Kraus, N. y Trent N. “‘Safe’ noise harms the brain”. The Hearing Journal 75, no. 4 (abril 2022): 30,31. https://doi.org/10.1097/01.HJ.0000827584.62326.50
Licona Manzur, C. “Cuidemos de nuestros oídos, también son importantes”. El Buen Tono, diciembre 2024. https://www.elbuentono.com.mx/cuidemos-de-nuestros-oidos-tambien-son-importantes/
Redacción. “Sound’s impact on the brain: exploring auditory processing and cognitive effects”. NeuroLaunch.com, septiembre 2024. https://neurolaunch.com/how-does-sound-affect-the-brain/