El Artículo 3° de la Constitución Mexicana dice que la educación pública básica en nuestro país debe ser obligatoria, laica y gratuita. Y aunque habría muchos asuntos que analizar al respecto, en esta ocasión quiero mencionar -sólo como punto de partida para esta nota- algunas cuestiones en torno a los planes y programas de lectura que se manejan dentro de nuestro sistema educativo nacional en la instrucción primaria, por ejemplo.
Desafortunadamente es bastante común que las situaciones didácticas, los planes de estudio y las estrategias utilizadas en pos del proceso de enseñanza/aprendizaje de la “lecto-escritura”, lejos de ser una aventura estimulante y gratificante resulte, para la mayoría de los pequeños alumnos de los primeros grados, un camino bastante sinuoso y accidentado (por decir lo menos), tanto en las escuelas públicas como en la privadas…
Aunque, al final de cuentas, los niños -más tarde o más temprano- aprenden a “leer y a escribir”. Pero -tristemente- a medida que van desarrollando mediocremente estas habilidades, parecen menos interesados en practicar la lectura de otras fuentes que no sean (por absoluta obligación) los tan empobrecidos ‘libros de texto gratuitos’ o las tan socorridas guías de estudio de diferentes marcas editoriales que tienen que comprar (forzosamente) los papás porque así lo exigen los maestros.
Así es que -a decir verdad-la mayoría de los chicos, los jóvenes, los padres de familia y hasta los propios docentes no han adquirido el hábito de la lectura como un medio de culturización y una fuente de placer intelectual. De modo que es una pena que México se encuentre entre los países con un alto índice de analfabetas culturales en su población, porque aquí no se lee. Pero ¿A qué se debe esto?
Creo que, aunque existen muchos factores de fondo (“un pueblo ignorante e inculto es más fácil de manipular…”), didácticamente se cometen algunos errores importantes. Por ejemplo, en las escuelas los educadores enseñan a los alumnos únicamente a decodificar (lo cual es bastante árido para los pequeños) y pasan por alto que el lenguaje, tanto oral como escrito, se enriquece con elementos gestuales y corporales -que son todo un lenguaje en sí-. Y se olvidan de que los textos son, en última instancia, un medio de comunicación del conocimiento, del pensamiento, de las emociones, de los sentimientos y -en general- de la experiencia humana.
Se dice, además, que lo más importante de leer es el impacto mismo de lo que recibes con esta actividad: los datos científicos que obtienes, la información histórica que te ilustra sobre los hechos y las circunstancias en el devenir de los tiempos, la información general que aprendes acerca de las diversas culturas en el mundo, pero -muy especialmente- ese diálogo íntimo que se llega a establecer entre Tú y algunos autores (particularmente de filosofía o de creación literaria en cualquiera de sus géneros: poesía, cuento, novela, artículo,
ensayo, etc.), sobre todo cuando has desarrollado esa “metacompetencia” de la lectura por el placer mismo de leer -incluso ‘entre líneas’- que te lleva a paladear cada idea o imagen descrita y hasta la intención de cada palabra.
Ciertamente el acto de leer así, llega a ser una actividad individual, privada. Y hacerse un lector -en toda la extensión de la palabra- requiere indudablemente de crear el hábito y el gusto hacia ello con el ejercicio mismo.
Estoy totalmente de acuerdo con el concepto de que esta forma de lectura es “recreativa” porque originalmente el escritor creó una obra pero cada lector la re-crea y entre ambos se establecen puentes y vínculos más allá de la temporalidad y las distancias.
Por lo que, si me estás siguiendo hoy en estas líneas, toma esto como un consejo respetuoso: Dedica más tiempo a la lectura. ¡Hay tanto en los libros! E invita a tu familia (especialmente a tus hijos) a practicarla. Créeme, es uno de los placeres de la vida e incluso… se sabe que es terapéutico.