Sé que el título puede parecer una contradicción pero intentaré aclarar cuál es la idea:
Indudablemente todas las personas tenemos un valor por el sólo hecho de serlo. En eso somos semejantes. Pero también es cierto que, en el transcurrir de nuestra existencia, cada uno llega a convertirse en un ser distinto a los demás (en lo que a su proceder se refiere) y en muchos casos, esto es por propia decisión.
Veamos: desde el punto de vista de la Sociología la gente como grupo o “masa” no es más que el resultado de las circunstancias que le tocó vivir. De tal suerte que cada sujeto es un producto de su historia familiar, educativa, cultural, etc. Entonces ¿Dónde queda el concepto de “libre albedrío”? ¿Es acaso un mito?
¿Una ilusión?
Aunque soy plenamente consciente de que ciertamente los sectores de la población que aún pueden ser selectivos en sus elecciones más relevantes son -desafortunadamente- la minoría (y debo decir que esto me causa una gran rebeldía interna), creo también que incluso aquellos que tienen la posibilidad de elegir ser proactivos y generadores de un cambio en esta realidad social plagada de penosísimas discrepancias (como las reducidas oportunidades que tienen la mayoría en cuanto a tener un nivel de vida más justo y digno: con tiempos libres y condiciones de salud física que les permitiesen incursionar en la práctica del análisis y de la reflexión orientada hacia un incremento de la conciencia acerca de la vida y sus propósitos esenciales) por lo regular llegan a obstaculizarlo y hasta lo impiden por así convenir a sus intereses. O no lo ejercen por simple apatía y egoísta comodidad.
El asunto aquí no es promover una especie de activismo insurrecto pero considero que, incluso desde una postura pacifista, somos muchos los que podríamos propiciar pequeños cambios (que al sumarse tendrían un impacto social importante) ya sea efectuando algunas actos positivos o renunciando a realizar aquellos que fueran perjudiciales para otros en nuestro entorno más próximo.
Claro que tomar decisiones para elegir nuestras acciones (y hasta nuestras intenciones) implica una serie de condiciones y exigencias que no todos están dispuestos a enfrentar.
En principio habría que dejar de lado ciertos esquemas sumamente dañinos con los que hemos sido formados -y que seguimos utilizando con las jóvenes generaciones- tales como la educación de acuerdo a estereotipos y roles de género. O peor aún, el modelo de competitividad en el que se considera como “el mejor” al que más alarde hace de sus egos y se conduce abusivamente con quienes
le rodean.
Recordemos (como se menciona al principio de esta nota) que todos somos esencialmente iguales y que uno de los derechos básicos a los que debemos aspirar es el respeto a nuestra dignidad como personas.
Tenemos conocimiento, a través de la historia, de que siempre han existido aquellos líderes humanistas que nos han invitado insistentemente a tener el valor de vivir con un comportamiento más respetuoso
y constructivo.
Pero también sabemos que aquellas personas consideradas como “diferentes” (porque mantienen una actitud positiva y hasta idealista) no siempre son las más populares, aun cuando sean las más compartidas o colaborativas. Y que tampoco son muy aceptadas las que se manejan con más empatía y solidaridad, ni aquéllas que simplemente se niegan a participar en actos que pudieran perjudicar directamente a sus prójimos.
Sin embargo, a pesar de los obstáculos, estos individuos excepcionales siempre se van a distinguir en el grupo al que pertenezcan y es muy probable que surja quien resulte ser alguien inspirador y un ejemplo a seguir, a mediano o a largo plazo.
NOTA: Quiero resaltar aquí, que para mí es muy significativo el hecho de haber escrito este texto unos momentos antes de que mi compañero de vida sufriera un terrible golpe a su salud, mismo que un mes después lo llevó a la muerte… ¿Coincidencia? No lo sé. Pero tengo la CERTEZA de que Él fue una de esas personas capaces de tocar el corazón de mucha gente.
Por eso es que tantas personas te quisieron mientras viviste, Guillermo. Aunque sólo en algunos -como en nuestro hijo y en mí- seguirás viviendo para siempre. Te amo eternamente.