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Internacional.- En un sorprendente giro de los acontecimientos, un informe del diario español El País ha desvelado la existencia de una intrincada red de espionaje ruso que ha utilizado identidades latinoamericanas para infiltrarse en Occidente. Entre los casos más recientes y destacados se encuentran Artiom y Anna Dultsev, quienes, bajo los nombres falsos de Ludwig Gisch y María Rosa Mayer Muñoz, lograron engañar a las autoridades y a la sociedad argentina durante más de una década.
De acuerdo con el informe de María R. Sahuquillo, ex corresponsal en Rusia del diario madrileño, América Latina se ha convertido en un terreno fértil para la creación de identidades falsas por parte de los servicios de inteligencia rusos. Los países de Argentina, Perú y Brasil se han convertido en los escenarios predilectos para la fabricación de “leyendas” o identidades encubiertas para agentes rusos. El método empleado incluye el robo de identidades de bebés fallecidos y la corrupción de funcionarios en registros civiles remotos.
La importancia de estos agentes ha crecido exponencialmente desde la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, que provocó la expulsión de numerosos diplomáticos rusos de países occidentales. En respuesta, Moscú ha intensificado el uso de agentes encubiertos para continuar con sus operaciones de espionaje.
Vladimir Putin, con su vasta experiencia como antiguo agente del KGB y ex director del FSB, ha dado un impulso significativo al programa de espías “ilegales”. La complejidad y la rigurosidad del entrenamiento para estos agentes se reflejan en las palabras del legendario espía soviético Yuri Drozdov, quien afirmó que formar a un agente ilegal competente puede llevar hasta diez años.
El caso de Artiom y Anna Dultsev es un ejemplo notable de cómo los agentes rusos han logrado establecerse en países occidentales con identidades falsas. La pareja, que llegó a Argentina en 2012 y obtuvo la ciudadanía en 2014, se presentó como ciudadanos argentinos antes de mudarse a Eslovenia en 2017. Allí, establecieron negocios de bajo perfil —una galería de arte y una empresa informática— como tapadera, mientras sus hijos, criados en un entorno hispanohablante, desconocían su verdadera identidad.
Este revelador informe destaca la sofisticación y el alcance global de las operaciones de espionaje ruso, así como la creciente necesidad de una vigilancia internacional más rigurosa para contrarrestar estas amenazas encubiertas.