Según Ghosn, las fábricas de automóviles en México hoy están entre las más competitivas y eficientes del mundo.
El año pasado, además de Nissan, las sucursales de Volkswagen, Honda, General Motors, Mazda, Fiat y Daimler también anunciaron planes de expansión de sus operaciones en México.
En apenas seis años México pasó de ser el noveno al cuarto productor mundial en este rubro, sólo superado por Alemania, Japón y Corea. Se estima que el país fabricó 2.68 millones de automóviles en 2011, comparado con 1.5 millones en 2005. La industria representa 20% del PIB manufacturero y genera más de 56 mil empleos.
Variables tales como el aumento de los salarios en China, ventajas monetarias y los altos costos de transporte han contribuido, sin duda, a este auge. Pero no podemos menospreciar la importancia de que Ghosn y otros estén señalando la productividad como un factor central.
Recordemos que en general, la productividad es una de las grandes debilidades de América Latina. Con excepción de la minería y la agricultura, la productividad en América Latina ha estado estancada durante 15 años. Y el atraso es particularmente grave en el área de los servicios, que generan 70% de los empleos en la región. Entonces, ¿cómo se explica que México se haya convertido en un referente mundial de la productividad en un sector tan importante como el automotriz, y qué lecciones ofrece su experiencia para el resto de la región?
La respuesta empieza con el compromiso sostenido que México ha mostrado con la apertura comercial. Durante 20 años, México ha construido una amplia red de acuerdos comerciales con más de 40 países, lo cual explica en buena medida que sea el principal exportador de la región.
México también ha aprovechado su posición geográfica para articular las cadenas de valor globales, incorporando a sus exportaciones bienes intermedios producidos localmente, así como aquellos importados del resto de América Latina.
Esta estrategia ha fomentado la formación de una generación de gerentes y trabajadores mexicanos expuestos a los últimos modelos de gestión y a técnicas industriales introducidas por las mejores empresas del planeta.
Paralelamente, México ha fortalecido la cobertura y la calidad de su educación técnica y vocacional. Sólo en los últimos 10 años, se duplicó el número de instituciones públicas de educación terciaria, agregando 120 instituciones dedicadas a ciencia e ingeniería. Hoy México gradúa cada año más de 75 mil ingenieros un nivel superior al de Alemania y cercano al de Estados Unidos.
Todo esto permite que la industria automotriz cuente con a un acervo de capital humano altamente capacitado, y también explica los avances de los “clusters” productivos en aeronáutica, telecomunicaciones y dispositivos médicos.
Hoy México tiene la oportunidad de construir sobre estos éxitos para dinamizar los sectores de su economía donde la productividad es aún baja y el empleo informal alto. El Pacto de México, junto con los recientes consensos alcanzados para avanzar la reforma laboral y educativa, son señales de la gran voluntad que existe para acometer un irreversible despegue hacia el desarrollo inclusivo y hacia una sociedad de clases medias.
La productividad no se logra de un día a otro, como bien se ha discutido en el Foro México 2013. Pero México tiene las condiciones para ser un ejemplo en AL, si apuesta a un plan de largo plazo basado en competencia abierta, educación, inversión en innovación, acceso a financiamiento a empresas, y políticas que reduzcan la informalidad.
* El autor es presidente del BID.