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Democracia de doble filo

Superiberia

 

He escuchado que los partidos políticos pretenden celebrar un pacto para combatir la delincuencia y la inseguridad. Me parece bueno que todos estemos conscientes de tan infausta crisis criminal. Pero, por esto mismo, me asaltan dudas inquietantes. ¿De verdad la inseguridad es un asunto de política y de políticos? ¿En serio, qué van a pactar y con quién lo van a pactar? ¿En la mesa de acuerdos, también se van a sentar los cárteles, lo cual me parecería insano? O, ¿tan sólo concurrirá la politik-klass, lo cual me parecería inútil?

De otra manera más directa, ¿la criminalidad mexicana es un problema  de democracia y, por lo tanto, correspondencia de los partidos políticos, o de gobernabilidad y, por lo tanto, responsabilidad de los ejecutivos y de sus gabinetes de seguridad?

En esto se advierte el eterno enredo entre la democracia y la gobernabilidad. Sobre todo cuando la gobernabilidad puede enfilarse al desbarranco y la democracia puede empantanarse en la confusión. Porque, si la fractura de nuestro Estado de derecho no se debe a los partidos políticos, entonces, ¿por qué habríamos de pensar que la solución se hallaría en parear sus voluntades ideológicas
o partidistas?

El triunfo de la democracia casi siempre proviene de la voluntad de las mayorías. Pero la instalación de la gobernabilidad casi siempre dimana de la voluntad de las minorías. La democracia es seductora y divertida, mientras que la gobernabilidad es insípida y aburrida.         

Pongo un ejemplo viviente de lo que estoy diciendo. Recién tuvimos el mes dedicado a la campaña mundial contra el cáncer. En lo personal, compré  corbatas rosas para todos los días, mismas que ya dejé de usar. En todos los lugares que frecuento, en los tribunales, en las procuradurías, en la televisora, en el periódico y en los restaurantes vi una plaga mayoritaria de encorbatados rosáceos, entre ellos yo mismo.

Si el cáncer mamario fuera un asunto de consenso democrático, a estas alturas ya estaría totalmente vencido en el mundo entero. Pero estoy convencido de que, con toda nuestra parafernalia, no logramos curar a una sola enfermita. Espero, por lo menos, que hayamos logrado prevenir a muchas mujeres sanas.

Lo mismo acontece en el cuerpo político. La democracia es aritmética, pero la gobernabilidad es geometría. Por eso es que no estoy seguro si, con el consenso de todos los partidos nacionales, de sus consejeros políticos, de sus comités ejecutivos y de sus bancadas congresionales, habrá de reducirse siquiera 1% del índice delincuencial mexicano. Éste me parece que, también, es un cáncer del cuerpo social, al que he bautizado como cratoma o degeneración del sistema de poder.   

A casi todos nos seduce la democracia porque casi todos creemos que pertenecemos al círculo de la mayoría. Así como a casi todos nos gusta la economía liberal y la propiedad privada porque casi todos creemos que somos socios del club de los ricos. Y casi todos anhelamos la vigencia del Estado de derecho porque casi todos creemos que militamos entre los respetuosos de la ley. No saber lo que somos nos puede llevar desde al ridículo de querer cantar en las bodas ajenas, hasta al peligro de querer bailar con tigres
de Bengala. 

La democracia es para mandar y para obedecer. Es para que la mayoría mande y para que la minoría obedezca. Para que la mayoría impere y para que la minoría tolere. Pero la gobernabilidad casi siempre es inversa. Por eso, presiento inútil un pacto democrático pensando que la mayoría que forman los buenos se va a imponer a la minoría
de los malos.

Confieso que soy un enamorado romántico de la democracia, aunque nunca la he practicado ni en mi familia ni en mi bufete ni en las instituciones que me han encargado. Tampoco he estado obligado a ello. Pero me gusta soñar en que los que somos más queremos lo bueno y, sobre todo, en que somos infalibles.

Ya he narrado la pregunta que me hizo un muy acomodado alumno mío, sobre ¿cómo podríamos lograr una democracia perfecta? Para contestar, tuve que ser muy franco y muy directo para utilizar, sin miramientos, todo mi descarnado realismo político, que hoy tanto
me caracteriza.

Le pregunté si en verdad deseaba, para México, una democracia “perfecta”. Si tenía la idea clara de dónde se encontraba situado dentro de la sociedad mexicana. Si, “a lo macho”, se sentía parte de las mayorías en lo económico, lo social, lo ideológico, lo cultural, lo profesional y hasta lo habitacional. 

Si no se había percatado que él y su familia pertenecían a la décima parte de mexicanos que han sido más privilegiados por el desarrollo, la educación y la fortuna. Que, por eso, en las cuentas de una democracia perfecta, no pertenecería al grupo de los que mandaran sino al de los que obedecieran.

Como es un joven muy inteligente, me miró consternado. Para consolarlo le aconsejé, con palabras de Truman, que si le gustaban las salchichas y la política nunca pensara demasiado en lo que ambas contienen.

 

*Abogado y político.

Presidente de la Academia Nacional, A. C.

w989298@prodigy.net.mx

Twitter: @jeromeroapis

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