¿Y quién es ese Michel Legrand? De súbito, me sé incapaz de dar respuesta satisfactoria a la pregunta. Es el suyo un nombre que conozco de toda la vida. Identifico (o creo identificar) un cierto sonido asociado a sus partituras. Y acabo, de hecho, no sólo de poner un disco suyo (el soundtrack de Les demoiselles de Rochefort, vieja obsesión refrendada por obra y gracia de un hallazgo inesperado en YouTube), sino de afirmar que es un músico que cada vez me gusta más. Todo lo cual, sin embargo, no basta sino para hacer que me percate de que, devoto suyo como me proclamo, no sé un carajo de Michel Legrand. Enfrentado, sin embargo, a los ojos esperanzados de mi mujer (amor es creer que el otro sabe algo de algo), hago mi mejor esfuerzo por sonar, si no erudito, cuando menos solvente:
—Ah… es un músico francés que se hizo famoso en los 60… Hizo mucha música para cine… ¿Te acuerdas de “The Windmills of Your Mind”?… Bueno, pues ésa es de él… y… es de The Thomas Crown Affair… con Steve McQueen y Faye Dunaway… ¿te acuerdas?… Y además hizo… hizo…
El azar, bajo la forma de un acoplado avecindado en mi iPod, viene en mi oportuna ayuda:
—… hizo… esta canción. Que es buenísima. Tanto que hasta hace que Nana Mouskouri parezca soportable. Te la voy a poner. Es suya, claro -él la compuso-, pero además toca el piano. Y canta.
En efecto, hago sonar “Quand on s’aime”, cuyo ingenio jazzeado y scateado tiene la doble virtud de suspender el interrogatorio conyugal y hacerme corroborar el talento de Legrand: el piano ágil, equidistante del be-bop neoyorquino y el music-hall parisino; la voz, no poderosa, pero con la soltura de un Trénet y la capacidad para la abstracción y la improvisación de un Tormé; la capacidad, en efecto, de apuntalar -merced al arreglo- el difuso virtuosismo vestal de la voz de Mouskouri -la cantante más aburrida del mundo- para convertirlo en algo amable, divertido, vibrante: todo lo que no fuera jamás.
Pasada la prueba, recolectado el premio consistente en haber escuchado mejor a un músico que llevaba años meramente oyendo, me queda una asignatura pendiente: comprender por qué tanto me gusta a quien conozco tan poco. Así, me lanzo a la computadora, al librero. Me entero de que fue niño prodigio del Conservatorio parisino, alumno aventajado de Nadia Boulanger, superestrella del easy listening pero también jazzista más que respetado. Compro vía Internet algunos discos. I Love Paris y Holiday in Rome son mero lounge solvente, cosas que habría hecho mejor nuestro Juan García Esquivel, pero Legrand Jazz (a solo 60 pesitos en iTunes) se antoja una revelación: premiado por su disquera por el éxito de sus álbumes de música bonita, un Legrand de 27 años pide ir a Nueva York a grabar un disco de jazz puro y duro, reúne en tres de sus tracks a Bill Evans en el piano, Paul Chambers en el bajo, Eddie Costa en el vibráfono, John Coltrane en el saxofón y un Miles Davis a meses de grabar Kind of Blue casi con el mismo elenco en la trompeta. El resultado -que no intentaré describir- es uno de los grandes discos de jazz de la historia.
Y el soundtrack de The Thomas Crown Affair será, en efecto, mucho más que una canción memorable, acaso el punto de confluencia de todas las tradiciones a que pertenece. Y el de Dingo, su más-de-treinta-años-después con Miles, llevará el diálogo entre los dos aparentes opuestos por caminos inesperados.
¿Pregunta alguien por Michel Legrand? Tendré que decir -ahora sí- que me suena.