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Darwin hoy: “Los changos están enojados”

Superiberia

 

Comienzo por recordar a usted que el 12 de mayo último sostuve que son deberes fundamentales del Estado promover la educación, impulsar el desarrollo y ejercer con energía y prudencia el monopolio de la fuerza contra los transgresores de la ley.

Posteriormente, el presidente Peña hizo algunas afirmaciones sobre la corrupción y la naturaleza humana; me abstengo de comentar directamente lo dicho por el Ejecutivo, así como la andanada de reproches y acusaciones en su contra, imputándole haber ofendido al pueblo de México.

No nos engañemos ni hagamos falsos debates. La naturaleza humana es la misma en todas partes; nadie ha pedido o sugerido resignación alguna; y nadie ha justificado expresa o tácitamente la corrupción y la impunidad.

Por supuesto que cualquiera tiene derecho de criticar lo que le plazca, pero no a distorsionar el significado de las palabras, ni el contenido y alcance de las frases u oraciones a debate.

Aceptemos que los gobernantes y los políticos no venimos de Marte, somos lo bueno y malo que existe en la sociedad. Que sean diferentes los grados de responsabilidad que corresponden a gobernantes y gobernados es otra cuestión, pero lo cierto es que la bondad y la maldad de los seres humanos son consecuencia inmediata y directa de sus vivencias: dónde, cómo, cuándo y de quiénes nacieron; cómo han alimentado su cuerpo; qué consejos y ejemplos han recibido de los demás; cómo han gozado y sufrido el entorno familiar y social en el que les ha tocado vivir; y, sobre todo, cuál ha sido la calidad de la educación y cultura recibidas. Todo ello es necesario conocer para poder entender lo que cada quién es y el por qué de su actitud ante la vida.

Nadie puede negar la existencia de bondad y maldad en las conductas humanas, así como la necesidad de que las instituciones —desde la familia hasta el gobierno— realicen una gran cruzada civilizadora, lo cual no implica posponer los esfuerzos por hacer prevalecer el estado de derecho y castigar severamente a los infractores.

No se trata de una disyuntiva, son tareas impostergables si queremos hacer humana la vida social. Curiosamente, en México es tan generalizada la corrupción como su condena. Hay una dualidad: agobia sufrirla, pero agrada recibir de ella sus favores; por eso la tarea de combatirla es compleja y difícil, porque el cáncer no cura al cáncer, tampoco una cafiaspirina.

Decir que la corrupción se ataca con buenas leyes y castigos severos, es una verdad incompleta, como lo sería imaginar que basta una buena educación para que todo marche de maravilla. Afirmar que con voluntad política del gobierno se abatirán la corrupción y la impunidad es una quimera, toda vez que se requieren dos acciones de la autoridad: EDUCAR y REPRIMIR. No más, pero no menos.

Todo lo anterior, recordando que: “sentir no es consentir, ni pensar mal es querer, consentimiento ha de haber, junto con el advertir”.

ADENDUM: Si Darwin viera las atrocidades de hoy, diría que el chango desciende del hombre.

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