Acapulco, un renombrado paraíso turístico en México, se convirtió en un terreno desolado tras el impacto devastador del huracán Otis, una tormenta de categoría 5 que dejó tras de sí una estela de caos y destrucción. Mientras los turistas fueron evacuados en autobuses hacia lugares tan lejanos como la capital de México, miles de habitantes quedaron atrás para lidiar con la pesadilla que se había convertido su hogar.
A tres días de que el monstruoso huracán tocara tierra, los residentes recorrían las calles cubiertas de vidrios rotos, árboles arrancados de raíz y postes de luz derribados. Por toda la ciudad, la gente buscaba desesperadamente agua y alimentos en tiendas saqueadas. Algunos apelaban a la ayuda de radioaficionados para tratar de localizar a sus seres queridos, mientras que muchos imploraban a las autoridades mexicanas que suministraran recursos básicos.
La frustración era palpable entre los afectados. Roberto Alvarado, de 45 años, expresó su descontento después de un desencuentro con un sargento del ejército que distribuyó solo una caja de alimentos y cuatro botellas de agua por hogar, una cantidad que estaba muy lejos de satisfacer las necesidades de la población hambrienta y desesperada. Alvarado explicó: “La gente saquea porque necesita comer. No hay tiendas abiertas, ni panaderías”.
El huracán Otis, el más poderoso registrado en la costa mexicana del Pacífico, tomó por sorpresa a meteorólogos y funcionarios públicos debido a su intensidad y ferocidad. La ciudad quedó prácticamente aislada del mundo exterior, y las cifras de muertos se elevaron a 39, incluyendo 29 hombres y 10 mujeres, según declaraciones de funcionarios mexicanos el sábado. Además, el número de desaparecidos se incrementó a 10, y los residentes temían que el saldo de víctimas podría aumentar aún más.
Acapulco, una vez un destino de ensueño, se enfrenta ahora a una larga y desafiante recuperación mientras la comunidad lucha por superar los estragos dejados por este despiadado huracán.
