Parecería que conseguir un canal de televisión es como hacerse de un título nobiliario. Todos saben que no va a ser un buen negocio pero muchos aspiran a tenerlo por razones de prestigio. Bueno, y por otras razones, algunas de ellas inconfesables.
Lo que está claro es que el mercado publicitario que recurre a la televisión abierta se reduce año trás año. Internet, la publicidad en la calle y en los móviles, la promoción directa y la multitud de medios de difusión hacen que la caja chica haya perdido el carácter casi monopólico que llegó a tener en el pasado. A la televisión tradicional le está pasando lo que a los periódicos un lustro antes: las nuevas generaciones ya no la sintonizan como solían hacerlo. Quitarle a Televisa y a TvAzteca una tajada jugosa del pastel será prácticamente imposible para los nuevos competidores, entre otras razones porque ese pastel se ha empequeñecido y seguirá haciéndolo.
En otras palabras, se da por descontado que la inversión para hacerse de una de las dos nuevas cadenas de televisión será más alta que los beneficios que puedan ofrecer las audiencias o el mercado. No va a ser negocio. Punto.
La pregunta, entonces, es ¿por qué hay tantos tiradores interesados en entrarle “a un mal negocio”. La respuesta, de nuevo, remite al título nobiliario: ser Barón de un medio de comunicación tiene otros beneficios.
El ejemplo de los periódicos es interesante. En la Ciudad de México, sólo El Universal, Reforma y La Jornada constituyen empresas estrictamente “periodiqueras”. Es decir, el principal negocio de sus propietarios es el diario mismo (cualquiera sea la forma de propiedad). Los restantes proyectos editoriales son en realidad parte de un proyecto empresarial mas vasto y constituyen apenas una esquina de los intereses del grupo. Son diarios que ni siquiera tienen que ser rentables, pues son sostenidos por el resto del corporativo. Unos lo hacen con mayor elegancia, otros sin ninguna, pero con frecuencia estos proyectos informativos y de comunicación están destinados a proteger los intereses del imperio económico al que pertenecen.
Con las nuevas cadenas de televisión parece ocurrir el mismo caso. Basta ver la lista de interesados que se ha manejado en diversos círculos allegados al tema de las telecomunicaciones: Germán Larrea (líder de la compañía minera Grupo México, tan cuestionado recientemente por los derrames de alto impacto ecológico en Sonora). Roberto Alcántara (vinculado al grupo Atlacomulco al que pertenece Peña Nieto, líder de empresas como VivaAerobús, Ómnibus de México, accionista importante de grupo PRISA en España y dueño la de la empresa que recibió la concepción del nuevo IAVE). Familia Maccise, (propietarios del Grupo Mac, con periódicos en el Estado de México e inversiones en Reporte Índigo; por su cercanía a Peña Nieto, se le considera una apuesta más cercana al poder político). Olegario Vázquez Aldir (hijo de Olegario Vázquez Raña cabeza del grupo de Hospitales Ángeles, hoteles Camino Real y otros, equipo de futbol Gallos Blanco, intereses en banca, propietario actual de Excélsior). Mario Vázquez Raña (hermano del anterior, aunque distanciados, propietario de los diarios El Sol en OEM, empresario mueblero y directivo sempiterno de comités olímpicos). Francisco Aguirre (Grupo Radio Centro). Manuel Arroyo (de Seguritech, proveedora de equipos de vigilancia, y comprador en 2002 del diario El Financiero). Y desde luego, Carlos Slim, por vía de algunos empresarios cercanos a él.
Ricardo Salinas Pliego ha señalado en más de una ocasión que la diferencia entre él y Emilio Azcárraga es que este último asume que la televisión es un negocio en sí mismo, mientras que el de TvAzteca entiende que la televisión es un negocio que sirve para hacer otros negocios. Me temo que la mayoría de los aspirantes a quedarse con alguna de las dos nuevas cadenas militan, en la segunda de estas corrientes. Es decir, aquella que usará la señal para defender a sus propios intereses.
Esas no son buenas noticias para el público. En el mejor de los casos simplemente habrá una cobertura sesgada para promover la imagen en la arena pública de imperios económicos. En el peor de los casos, la agenda es aún más perniciosa: utilizar el medio como un ariete para golpear actores políticos y sociales que pretendan acotar o cuestionar sus excesos. Basta recordar lo que Televisa hizo con Santiago Creel cuando este, como senador, intentó acotar la Ley Televisa, o el desprestigio infame que le endilgaron a Saba, el empresario farmacéutico, cuando quiso aliarse a empresas internacionales para presionar por una nueva cadena nacional.
La presencia de dos candidatos tan cercanos a Enrique Peña Nieto, la familia Maccise y Roberto Alcántara, tampoco es una buena señal, pues podría esconder un simple manotazo político.
En resumen, me temo que con proyectos empresariales de esta naturaleza las dos cadenas adicionales planteadas para romper el duopolio, lejos de ofrecer una alternativa nos van a dar lo mismo, pero más barato. Mala cosa.
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