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El minutero

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LO QUE SE PERDIÓ

 

Ayer fue el Día Internacional de la Paz, un bien precioso que no se aquilata hasta que no se le tiene. Los mexicanos y los veracruzanos lo perdieron por una guerra no declarada -pero guerra al fin- contra el crimen organizado iniciada por el expresidente Felipe Calderón sin antes limpiar las estructuras de gobierno. La consecuencia fue que el pueblo quedó en medio de la batalla sin esquemas para protegerse tanto de los criminales como de los policías y militares involucrados en la reyerta.

En una guerra siempre hay un vencedor y un vencido, y en la que padece México los derrotados son los ciudadanos que a diario sufren las secuelas de  la violencia desatada –asesinatos, secuestros, extorsiones y amenazas permanentes -y de tener autoridades fallidas que no hacen nada para combatir a los delincuentes y que en muchas veces se coluden con ellos.  Todos aquellos que ostentas cargos gubernamentales pero que  no cumplen con la ley y que permiten que los malhechores hagan de las suyas, son responsables de la perdida de la paz.

 Los  gobernantes corruptos, los funcionarios comprados por la mafia,  las policías cómplices, los ministerios públicos podridos, los procuradores ineficaces y coludidos, los legisladores que se convierten en defensores de los intereses de los facinerosos en lugar de serlo de los ciudadanos y los  jueces “que se hacen araña cuando debieran de castigar”, como dice el corrido de Oscar Chávez, todos ellos son responsables de que la paz se haya sido robada al pueblo.

 ¿Qué se necesita para que haya paz?, es una pregunta que durante siglos se han hecho los sabios, los políticos  y hasta místicos. La paz no es obra divina sino humana. No llega mágicamente por designio de Dios sino que  se construye en base a la democracia, la igualdad de derechos y sobre todo la vigencia de la ley. El garante de la paz es el Estado, es decir, los sistemas de gobierno. En la Declaración del Derecho de los Pueblos a la Paz, emitida desde hace treinta años por la Organización de las Naciones Unidas en 1984 se precisa la obligación de los gobiernos –la misma declaración cumplió tres décadas el domingo pasado-:

 “Garantizar que los pueblos vivan en paz es deber sagrado de los Estados y para asegurar el ejercicio de ese derecho se requiere que la política de los Estados esté orientada a la eliminación del riesgo de guerra”, estipula. Letra muerta en México pues el país está envuelto en una escalada bélica no oficial pero si muy sangrienta que ha dejado miles de muertos y desaparecidos. Apenas en un pasado reciente –hace menos de diez años- hablar de guerra, atentados o ejecutados en masa era pensar en el Medio Oriente, en países africanos, en la ETA de la región vasca de España o en Colombia que se debatía entre carteles del narcotráfico. Hoy se tiene todo eso en México y en Veracruz al cruzar la puerta de la casa. Hoy, la paz es la añoranza de lo que se perdió.

 En este contexto, el fin de semana en Córdoba se realizó la tercera marcha de ciudadanos para clamar por el retorno de la paz. Los manifestantes expresaron lo que se dice en todas las plazas públicas de la entidad: están hartos de la violencia y de los actos criminales imparables. Exigieron que las autoridades cumplan con su deber e impongan la legalidad para rescatar la paz. Actualmente no lo hacen y he ahí las consecuencias porque en los tres niveles de gobierno –el federal, el estatal y el municipal- se corrompió el sistema de impartición de justicia, de persecución del delito y de la administración pública.

 Los cordobeses padecen desde al menos tres años una escalada de violencia histórica y no se salvan ni ricos ni pobres y ni  siquiera porque habitan en la trillada “tierra del gobernador”. Los operativos y blindajes policiacos y  los mandos únicos de las corporaciones son fracasos sonados. La delincuencia opera en las narices de todos ellos. Vaya, se ha llegado al grado de que en plena catedral de la Inmaculada Concepción se meten hombres armados a cometer un asalto con violencia. La llamada “casa de Dios” dejó de ser un refugio y eso solo se veía en la Colombia de los años ochenta cuando la mafia era más poderosa que los gobiernos.

 Aquí se hace un paréntesis irreverente –con el debido respeto para los que se sientan aludidos, claro- para comentar lo que dicen algunos jocosos cordobeses que al enterarse del asalto en plena catedral alertan que en estos tiempos “ya no es bueno ir a la iglesia porque antes solo te robaban en la limosna, en el cobro del diezmo, en los famosos sorteos para el seminario o en el pago de una misa pero ahora de plano entran los cacos con metralletas en mano para asaltarte frente al Altísimo. O sea, el derecho de robar ya no lo acaparan los curas pues estos ya tienen competencia que usa un método más convincente que el discurso del infierno o el cielo para que la gente les entregue la lana: una arma apuntando”. Ups. 

Regresando al tema serio, todo ese fracaso de las acciones gubernamentales para combatir la delincuencia da paso, forzosamente, a la duda razonable pues las autoridades no pueden ser tan ineficientes y la sospecha es que hay complicidad la cual se da no solo por participar en esos actos sino con el mero hecho de no hacer nada para evitarlo. La inactividad para perseguir a los criminales es un tipo de colaboración o  complicidad y entonces, las autoridades se han corrompido. No hay otra explicación.

 En todo este contexto hay algo peor en Veracruz. Los que deberían allegar justicia a las víctimas se convirtieron en sus enemigos. Es decir, la procuración de justicia en la entidad se ejerce culpando a los que padecen un delito y no persiguiendo a los que verdaderamente los cometieron. Quien es víctima de un homicidio, de un secuestro o de una extorsión termina siendo culpable ante los ojos de las autoridades que aplican la tesis de que se lo merecían porque seguramente era amigo de los delincuentes, estaba involucrado en actividades ilícitas o  tenía relación alguna relación sentimental con sus atacantes.

 Esa es la conclusión para dar carpetazos en las investigaciones  desde que en la PGJE estaba Reynaldo Escobar y Amadeo Flores hasta la fecha con el amateco Luis Ángel Bravo Contreras, y sin contar con la utilización de “chivos expiatorios” –falsos responsables de los delitos que se inculpan por contrato o por ser torturados-. La procuraduría veracruzana  ya ha sido exhibida a nivel nacional e internacional por esta práctica corrupta de falsear expedientes judiciales, culpar a las víctimas, inventar culpables y no perseguir a los verdaderos delincuentes.

 Por cierto, en este mismo contexto, hay un tema que retrata el oportunismo del gobierno estatal que se adorna con sombrero ajeno. El fin de semana fue liberada la joven Naranelly Ramírez Ramos, hija del exalcalde de Naranjal, Marco Vigilio Ramírez, después de cinco días de permanecer secuestrada. La muchacha fue plagiada el martes de la semana pasada por un grupo armado cuando se encontraba en una negociación de su familia y la liberaron tras pagar el rescate exigido que algunos dicen que fue de un millón de pesos.

La joven llegó sola en un autobús que tomó desde el paraje donde la soltaron pero ahora en los boletines gubernamentales se difunde que fue “rescatada” por la policía estatal. No tienen vergüenza.

 Y en este mismo caso no tiene desperdicio la semiótica del retorno de Naranelly Ramírez pues en el portal de su casa sus familiares montaron un altar con la imagen de la Virgen de Juquila a la que oraron por su liberación con vida,¡¡ y les funcionó!!. No tuvieron el perro para evitar el secuestro como lo recomienda el ineficiente secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez pero si su fe en la divina señora oaxaqueña. La ironía de las cosas en Veracruz: ahora no solo es necesario el perro para alejar a los delincuentes sino también los milagros para salir con bien de los actos criminales. Y no es burla a la fe de las familias creyentes sino descripción de la situación de los veracruzanos que están solos en esta guerra.

 

LOS CAFETEROS

 

Retomando el tema de la crisis del sector cafetalero por la plaga de roya que invadió los plantíos en varios estados del país, entre ellos Veracruz, los expertos afirman que ante un eminente desplome de la producción y también de la exportación del grano al extranjero, la solución para evitar una catástrofe integral es el consumo domestico. Es decir, que los mexicanos tomen  café para sostener  la rentabilidad de los cafetales y la economía de miles de familias que dependen de su  cultivo, desde los propietarios de los plantíos hasta los recolectores –cortadores de café, les llaman-.

 Pese a ser un productor de café, México  tiene muy bajo consumo per cápita –por persona-, de apenas 1.5 kilogramos  y eso que se afirman que el mismo ha aumentado desde el 2005. Es decir, un mexicano consume a lo largo de todo el año 1.5 kilos de café mientras que en otros países que también son productores como Colombia y Brasil, el consumo per cápita es de 3 kilogramos, el doble que en México. Y en Europa este se eleva hasta los 4 kilogramos.

 Además está el consumo gourmet o sea el consumir buen café, de calidad, y pagar un precio justo por el mismo que beneficie tanto al comerciante como al productor, y el llamado comercio equitativo que también se relaciona con la producción ecológica o bio, que observa el respeto a los ecosistemas al no utilizar fertilizantes ni herbicidas de origen químico sino natural.  Ambas opciones son un valor agregado no solo para consumir café de excelencia a nivel local y revertir los efectos de un desplome en los mercados internacionales.

 Córdoba no solo es una región cafetalera sino una ciudad cafetera. Hablar de la Ciudad de los Treinta Caballeros es imaginar una buena taza del aromático en una cafetería o un restaurante. Desafortunadamente ese concepto ha quedado en puro estereotipo pues los restauranteros cordobeses prefirieron sacrificar  la calidad por las ganancias.  Por ejemplo, en los tradicionales Portales ya no se toma buen café, “pura agua chirria” se quejan algunos  comensales desde hace tiempo. Ahí tiene su negocio el alcalde panista Tomás Ríos Bernal y entonces la deducción es que ni siquiera el café hace bien. 

Los clientes acuden a esas cafeterías por la tradición y porque están el centro histórico pero desde hace rato se dejó de ofrecer una bebida de calidad.  Hay  cafeteros cordobeses que  sostienen que son pocos los lugares donde se puede degustar un buen café, entre ellos – y no es comercial sino reconocimiento por parte de clientes- entre ellos El Huatusquito, Praga, Calufe, Coyametla, en el Comfort Inn, Tahona y hasta en la franquicia de Italian Coffe.  En los negocios de los  Portales, afirman, se paga caro por una taza de café barato. ¿Tanto así?.

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