Nadie debería asombrarse por qué en pleno Distrito de la Moda de Los Ángeles se esté lavando dinero de narcotraficantes mexicanos en Estados Unidos, mucho menos que en todas esas operaciones de lavado de dinero, los dólares nunca hayan salido, en realidad de ese país. Tampoco de las cantidades: sin duda 64 millones de dólares, mitad en efectivo, mitad en ropa, es mucho dinero, pero para la magnitud de las operaciones oscuras que existen entre ambos países, es una cantidad menor.
Vamos a recordarle una vieja historia de lavado de dinero que involucra a México y marcó la historia del siglo XX. El 5 de junio de 2009 murió en Miami a los 92 años Bernard L. Barker. ¿Quién era Barker? El hombre que en 1972, recibió cuatro cheques por 89 mil dólares, una fortuna en esos años, de un banco mexicano como pago parcial para llevar a cabo una operación de espionaje en las oficinas del Comité Nacional Demócrata, localizadas en el edificio Watergate, en Washington, hecho que, año y medio después, conduciría a la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia de Estados Unidos.
Los cheques, según una amplia investigación de la revista Time, habían sido expedidos por el Banco Internacional de México (luego Bital y hoy HSBC), fueron emitidos por el abogado empresarial mexicano, Manuel Ogarrio Daguerre, quien, a su vez, los recibió de la Compañía de Azufre de Veracruz, subsidiaria de Gulf Resources and Chemical Group, propiedad de Robert H. Allen, encargado en Texas de las finanzas del comité para reelegir a Nixon.
De acuerdo con Time, Allen recibió recursos provenientes de contribuciones que hicieron diversas empresas y personalidades de Texas para la reelección de Nixon, y Allen depositaba esos recursos en la cuenta de la Compañía de Azufre de Veracruz que, a su vez, los depositaba en una cuenta bancaria de Manuel Ogarrio. El abogado enviaba el dinero a Houston, de donde era enviado a Washington y, posteriormente, transferidos a una cuenta bancaria de Barker en Miami, en un complejo engranaje financiero diseñado para borrar cualquier pista y que sirvió para financiar el caso Watergate, pero también en muy buena medida al partido republicano y la reelección de Nixon.
Es un buen ejemplo para demostrar, primero, la antigüedad de los mecanismos de lavado de dinero existentes entre México y Estados Unidos; segundo, lo sofisticados que pueden ser esos mecanismos, y tercero cómo involucran a todo tipo de personajes, desde los más altos a los más bajos.
Pero cuando hablamos de dinero del narcotráfico o del crimen organizado nadie sabe, con certidumbre, de cuánto dinero hablamos, asumiendo, además, que el crimen organizado es uno de los principales capítulos del proceso de lavado de dinero, pero ni remotamente el único.
Hace 18 años entrevisté al entonces zar antidrogas de los Estados Unidos, Barry McCaffrey. Allí me dijo lo mismo que sus sucesores me podrían haber dicho hoy: McCaffrey hablaba de utilidades de 57 mil millones de dólares y me decía que 90% de esos recursos quedan en el sistema financiero de Estados Unidos.
¿Cuánto saben, 18 años después, los gobiernos de ambos países? La última investigación oficial que se ha divulgado sobre el tema la presentaron en 2010, John Morton, secretario adjunto para investigación de Migración y Aduanas de Estados Unidos, y el entonces embajador Carlos Pascual, cuando dieron a conocer el Estudio Binacional de Bienes Ilícitos. Según el documento, dijo Morton, el narcotráfico en Estados Unidos genera para los cárteles mexicanos entre 19 mil y 29 mil millones de dólares, y buena parte de ese dinero se lava, regresa a territorio mexicano. “Cierta información obtenida indica que no más de la mitad del dinero llega a las entidades financieras por conducto de las organizaciones criminales; otra información indica que es un cuarto del numerario”, dijo Morton, al presentar el estudio en el que participaron instituciones financieras de México y Estados Unidos.
Pero una diferencia de diez mil millones de dólares en los ingresos es demasiado, como lo es decir que de esa cantidad van al mercado financiero la mitad o una cuarta parte. El embajador Pascual también dijo que el reingreso de ese dinero a México se da a través de envíos hormiga, con personas que trasladan entre cinco y diez mil dólares. En parte es así, pero si estamos hablando de cifras superiores a los diez mil o 20 mil millones de dólares al año, tendríamos un movimiento de millones de personas realizando esa tarea. Es absurdo. Son explicaciones
insuficientes, bien intencionadas, pero a todas luces insuficientes.
Por eso, con toda su espectacularidad, con sus más de mil agentes involucrados, con esos 64 millones de dólares ese operativo en LA no deberían sorprendernos. Lo que sí nos debería sorprender es que no se descubrieran más casos de este tipo, quizás porque como me dijo McCaffrey hace 18 años, 90 centavos de cada dólar se quedan, finalmente, en el propio sistema financiero estadunidense.