La consulta popular lanzada por el PRI abre la caja de Pandora que había sido intocada desde 1977. ¿Qué tipo de representación queremos para el futuro? Más allá de la astuta y populista propuesta del PRI de reducir a la mitad las curules de representación proporcional, entremos al tema con seriedad. ¿Qué hacer con el sistema político electoral para que los ciudadanos se sepan representados por sus representantes?
El sistema mixto de representación mexicano es sui géneris, disminuye la sobre y subrepresentación, pero no la anula; crea cinco circunscripciones que sólo tienen que ver con la racionalidad geográfica de la vecindad. La propuesta es tan ajena a la lógica política de la representación que por eso suena tan bien el que pueda ahorrarnos dinero y esfuerzo reduciéndolos a la mitad.
La idea, aunque suene atractiva, es tan descabellada como proponer la desaparición de Aguascalientes, Colima y Tlaxcala, eliminar el costo de tres gubernaturas, su burocracia y sus respectivos congresos locales. También podríamos disminuir los 570 municipios de Oaxaca a sólo 100. Tocar la composición del Congreso es replantear la representación.
Existen cuestionamientos mucho más importantes y de fondo que una pretendida agilidad o un supuesto ahorro. Podríamos empezar por discutir si vale la pena regresar al modelo de representación que determina el número de distritos de acuerdo con el crecimiento de la población y no al revés. Hasta 1977 el número de distritos incrementaba conforme incrementaba la población, desde esa histórica reforma invertimos la lógica. En 1977 un diputado representaba a 250 mil habitantes, ahora representa a 375 mil. El año pasado el PRD se opuso a la redistritación porque alegaba que los distritos deberían representar ciudadanos y no habitantes. ¿Por qué no replantear la base de la representación? ¿Cada cuántos habitantes tienen derecho a una voz que hable por ellos?
En Alemania el sistema mixto de mayoría relativa y representación proporcional se resuelve por entidad; el número de diputados bajo este último principio se ajusta al mínimo indispensable para que la sobre y subrepresentación no exceda a una persona en cada estado. El número es variable y adoptar esta fórmula dificultaría los cálculos políticos de la nomenclatura. Reducir cargos de representación proporcional reabriría la desproporción entre votos recibidos y asientos conseguidos.
En el siglo XIX el país funcionó sin Senado; si de economizar tiempo en la aprobación de leyes se trata, lograríamos mucho más si nos convertimos en un país unicameral. Además, estaríamos incrementando la fuerza y eficacia del poder Legislativo como contrapeso del Ejecutivo. Asumo que no será bienvenida una idea tan radical, pero si queremos rediseñar el papel de nuestros representantes, podríamos regresarle al Senado la facultad de aprobar el Presupuesto de Egresos. Si el Senado realmente representara a los estados y al Distrito Federal hasta la Conago, que carece de sustento jurídico para existir, perdería razón de ser. Cuando Benito Juárez reinstaló el Senado se cuidó muy bien de no regresarles esa facultad; quería disminuir el poder del Legislativo, pero no incrementar el de los gobernadores de los estados.
John Stuart Mill, en su libro Consideraciones sobre el gobierno representativo (Capítulo V) dice que el corazón de la democracia está precisamente en la representación, tan es así que diputados y senadores ni siquiera deberían redactar leyes. El voto popular, dice el liberal inglés, no los hace juristas, por tanto deberían limitarse a discutir, en nombre de sus representados, las leyes redactadas por un grupo de expertos.
“Pero es igualmente cierto, aunque haya interés en no reconocerlo, sino por grados y poco a poco, que las Asambleas numerosas son tan ineptas para la redacción directa de las leyes, como para el ejercicio de las funciones administrativas. Hacer leyes es una de las cosas que exigen, no sólo espíritus expertos y ejercitados, si que también formados en esta tarea, por medio de estudios prolijos y numerosos. Bastaría esta razón, aunque no existiesen otras, para que las leyes no pudiesen ser hechas sino por un Comité compuesto de un pequeñísimo número de personas”.
No existe democracia que se precie de ser tal, que no tenga un cuerpo de representantes, y alterar la lógica de la representatividad de las fuerzas políticas no puede responder a propuestas frívolas, por populares y populistas que éstas sean. EI PRI, aun sin quererlo, nos obliga repensar el sistema representativo y la razón de ser de la pluralidad. Podemos asumir la existencia de los partidos y, al mismo tiempo, reconocer que tenemos muchas ventanas de oportunidad para que nuestros representantes sean más cercanos a los ciudadanos. El rediseño de la representación en el país, de necesitarse, debe ser integral, no puede dejarse a una pregunta que sólo admite sí o no, requiere seriedad y compromiso democrático.