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Bistecca a la minifalda

Superiberia

 

Mi mamá y yo paraditas afuera de un restaurante esperábamos  a que Mr. JC pasara por nosotras, pues se ofreció ir por el carro para que nuestros tacones no tuvieran que caminar. Sí, mi marido es un caballero, no como otros…

Por allí, mientras platicábamos al calor de estos veranos caribeños insoportables, pasó un Cirilo con cara de león hambriento y miró a mi mamá como si fuera un pedazo de carne a ¾ de cocción.

Cuando hizo su aproximación al ligue —lo cual ya me parece de quinta estando en la calle—, lo hizo desde una postura completamente misógina. Como si ligarse a mi mamá no fuera el acercamiento hacia una mujer por la que se siente atraído, sino el acercamiento a una mujer a la que quiere meter a la cama sin importarle siquiera cómo se llama.

Nosotras, tras revirar respetuosamente a su ímpetu sexual con un: “Estamos casadas, no nos interesa”, recibimos como respuesta una frontal ofensiva hacia nuestra persona.

Yo nada que ver, lo sé, el ligue no era conmigo, pero al ser con mi madre lo tomé personal.

Me cuesta trabajo comprender cómo es que un hombre se atreve a acercarse con esa completa ausencia de reverencia a una dama y luego alejarse agresivo por no encontrar respuesta que beneficie sus bajos deseos.

Y es que en estas educaciones machistas a las que nos vemos sometidos, aunque poco a poco se vayan eliminando, pareciera que le enseñaran al hombre a saciar sus necesidades fisiológicas a cuenta de lo que sea necesario, llámese humillación o agresividad.

Puedo entender que la zona en la que nos encontráramos sea candela pura para esos menesteres del ligue. Probablemente dos mujeres en faldas cortas paradas en una banqueta esperando a ser recogidas signifique un escenario “claro” para bastantes primates que por allí pudieran pasar. Sí, es de caballeros no generalizar, y de idiotas caer en la trampa.

Como dice el dicho: caras vemos, corazones no sabemos.

No señores. No porque una mujer se encuentre en determinada situación la hace perteneciente a determinado grupo que se comporta de determinada manera.

Mucho ha sido el revuelo que el comentario de un miembro de un conglomerado eclesiástico causó cuando se refirió al abuso sexual como “culpa” directa de las mismas mujeres que andábamos por ahí en minifalda tentando los bajos instintos masculinos.

¿¡Pues, qué son animales que no pueden controlar sus bajos instintos!? ¿O será únicamente la falta de sexo que orilla al ser humano a caer en tan imbéciles juicios?

No, me niego a comprender cómo es que un hombre se atreve a abordar a una mujer con el discurso de “picas o platicas”, casi implícito en su actitud.

No todas las mujeres andamos buscando sexo casual en los bares aunque estemos rodeadas de otras mujeres y sin hombres a la redonda. No todas las mujeres deseamos encuentros “seudo sensuales” con hombres que no conocemos y, por favor, aprendan, Cirilos presos de sus carnales impulsos, a ver los fregados anillos de casadas, que para eso están.

Y si de casualidad hacen un abordaje digno de faena mesozoica y no reciben la respuesta que en sus adormiladas fantasías anhelan, aprendan a meter el rabo entre las patas e irse por el camino amarillo, porque eso de contestar con la agresividad de una leona en celo sólo muestra la falta de peso con la que inundan sus calzoncillos.

He dicho.

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