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Equipo de rivales

Superiberia

 

Ha concluido el ciclo de reformas. El espacio de oportunidad que se abrió con la segunda alternancia para conformar mayorías legislativas se ha cerrado con un saldo positivo para el país. El gobierno se apostará a implementarlas y, eventualmente, a cosechar sus beneficios. La oposición intensificará su labor vigilante y capitalizará las ventajas o las insuficiencias de los cambios. La elección federal intermedia y los procesos electorales de 2015 disminuirán la disposición de todos los partidos a cooperar entre sí. Las diferencias definirán ahora el debate político. El péndulo de la dinámica democrática oscilará inevitablemente hacia el extremo de la competencia.

Muchos hemos diferido y cuestionado la estrategia que siguió Gustavo Madero frente al gobierno. En particular, la decisión de diluir al PAN en la foto pactista. El partido no requería suscribir un contrato para acreditar su voluntad histórica de cooperar. No era necesario asumir como propias las tesis del PRD, muchas de ellas abiertamente contradictorias con nuestras posiciones, cuando tenía los votos para concretar mayorías con el gobierno. El regreso a la oposición exigía una estrategia que visibilizara no sólo nuestra contribución a los cambios, sino también la responsabilidad de quienes antes la negaron. La mecánica de negociación del pacto dificultaba, en la interpretación de muchos panistas, la posibilidad de evidenciar a quienes antes o ahora no permitieron o se resisten a la modernización del país. Al margen de estas diferencias sobre la estrategia, Gustavo Madero leyó correctamente la coyuntura y acertó en usarla para impulsar la agenda del PAN. Detectó que el gobierno buscaría su legitimación en el discurso reformista y que el PRD había abandonado la posición no cooperativa de los últimos años. En medio de los sobresaltos de la derrota, logró que el PAN no buscara la revancha en la posición obstruccionista y apostó por diferenciar al partido por su capacidad de generar bienes públicos. Fue un acierto condicionar la Reforma Energética a la aprobación de una Reforma Política que atajara la intervención extra legal de los poderes públicos en las elecciones locales y avanzara en los pendientes de la democratización del país. Pronto sabremos si su estrategia para con el gobierno y la suscripción del Pacto por México fueron o no decisiones correctas. Pero a la luz de los contenidos que el PAN llevó a las reformas, no cabe duda de que atinó en aprovechar una ventana de oportunidad que no habíamos tenido desde las reformas de las décadas de los ochenta y noventa. 

¿Qué debe hacer el PAN una vez que se ha agotado el momento reformista? Creo que su misión esencial es explicar y defender las reformas. Construir y difundir una narrativa que les dé sentido e intención de futuro. Hacer de esa narrativa el cimiento de una alternativa panista que procure la libertad. Debe apropiarse de las reformas porque ahí están buena parte de nuestras creencias básicas. El PAN siempre ha pretendido que el Estado deje de ser monopolio y se dedique eficazmente a regular los mercados. Hemos insistido en la imperiosa necesidad de eliminar restricciones a las libertades económicas y barreras a la competencia. Hemos repetido incansablemente que el sistema educativo debe orientarse a la calidad y, por tanto, que debían romperse sus inercias corporativistas. Nos hemos distinguido por esa terquedad de dejar atrás el presidencialismo autoritario y crear un régimen de poderes balanceados y permanentemente vigilados.

Debemos defender las reformas frente a su implementación. El PAN debe evitar la captura y la partidización de las instituciones que se han creado. No se puede desentender de ninguno de los tramos que ahora corresponden a la administración pública o a los órganos reguladores. Tenemos responsabilidad por el éxito o el fracaso de las reformas. De ahí derivan deberes de cuidado frente a su desdoblamiento: evidenciar las malas decisiones y apoyar aquellas que sean necesarias para su buen destino; criticar y colaborar para que ninguno de nuestros contenidos se pierda en el camino.

Para defender las reformas no sólo necesitamos creer en ellas. Exige, como condición necesaria, un esfuerzo por reconstruir nuestra unidad. Dejar de tratarnos como adversarios permanentes o enemigos irreconciliables. Ser simplemente un “equipo de rivales”, como se le denominó al desconcertante gabinete de Abraham Lincoln que integró a sus más visibles contrincantes internos. Dejar cualquier animadversión en el cajón de nuestras anécdotas, al menos públicamente, aprender a hacer compromisos estables entre nosotros y trabajar por los mismos propósitos. Convertirnos en un partido de rivales trabajando juntos para defender la causa que compartimos.

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