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Noticias del imperio… electoral

Superiberia

 

Es inútil seguir debatiendo contra lo que no se puede modificar, pero hay que insistir en que los lineamientos ordenados por las leyes electorales para el manejo de información en los medios electrónicos, no sólo están realizados sin el más remoto conocimiento de cómo opera, elige y califica la información un medio de comunicación sino que también, son tan subjetivos que pueden detonar todo tipo de debates, sanciones e impugnaciones electorales. En realidad, parecen instrumentos para inhibir el debate y la información en lugar de alentarlo.

Los consejeros del INE han tenido que fijar esos lineamientos basados en las leyes, no se pueden apartar de ellas. Lo que sucede es que ahora las leyes y por ende los lineamientos son más estrictos, las sanciones más duras y la confusión puede ser mayor. Un ejemplo, en la sesión del INE decía Ciro Murayama, uno de los nuevos consejeros mejor calificados, que los lineamientos son una oportunidad de pasar en los medios “de la pluralidad a la calidad”. Reconocía que la calidad del debate es responsabilidad de los partidos políticos, pero también “de la forma en que se cubre la información”. Por ejemplo, “si se cubre el chascarrillo, la ocurrencia, la descalificación, el debate será de chascarrillos, ocurrencias y descalificaciones”. Y pedía a los medios mayor calidad.

En el plano teórico está muy bien, aunque no se puede responsabilizar al mensajero del contenido del mensaje. Pero, además, no es verdad que las ocurrencias, chascarrillos o descalificaciones son intrascendentes en una campaña electoral. En muchas ocasiones son el centro de una campaña y definen un resultado, porque posicionan la personalidad de un candidato: lo hunden o lo levantan. El “hoy, hoy, hoy”, de Vicente Fox en la campaña de 2000 fue una ocurrencia, que cuando se llevó a las mesas de análisis, esa misma noche, fue calificada, con razón, como intolerante y casi un berrinche de un político inexperto. Al otro día, el “hoy, hoy, hoy” se convirtió en una bandera de la gente, en una exigencia inmediata de cambio y fue determinante para el resultado electoral. Las intrascendentes fueron las mesas de análisis.

Una descalificación del candidato Andrés Manuel López Obrador en  2006, cuando iba arriba en las encuestas, cambió las tendencias: aquel célebre “cállate, chachalaca” que le espetó al entonces presidente Fox, se convirtió en una expresión, para los electores, de intolerancia y dureza, una expresión que tuvo enorme peso en ese proceso electoral y que se recuerda hasta hoy. ¿Qué hubiera pasado si no se la hubiera cubierto?

Un proceso electoral, platicaba con mi colega Aurora Zepeda, se define por la cabeza y el corazón. Claro que se deben observar propuestas y programas, pero la diferencia suele estar en las personas (y en eso se centran cada vez más los electores), tanto en lo que hace atractivo a un candidato o lo que lo descalifica. ¿Si un candidato ha mentido; si lo que defendía antes en un partido lo ataca ahora, en el mismo partido o en otro; si tiene acusaciones válidas (por supuesto que la difamación debe ser castigada) de corrupción o malos manejos; si sus expresiones delatan su verdadera personalidad o si su vida privada está marcada por hechos que se pueden considerar inaceptables, no se debe informar sobre ello, se pierde la calidad del debate? ¿Usted cree que la gente, para elegir un candidato, observará un largo análisis sobre el sistema de pensiones, con toda la importancia del tema, o decidirá con base en saber si ese hombre es, por ejemplo, un golpeador o abusador?

Los lineamientos están basados en campañas ideales, que por definición nunca son reales, porque no se piensa en lo que está buscando un elector para emitir su voto. Por supuesto que el debate de calidad, como dice Ciro, se debe respetar y ejecutar y eso sucederá, sobre todo en los programas de opinión, pero al mismo tiempo, la información no puede sustraerse de “ocurrencias, descalificaciones y chascarrillos”, porque todo eso es una parte sustancial, nos guste o no, de cualquier lucha electoral en todas partes del mundo (bueno, en la elección del comité central del PC de Corea del Norte, la verdad es que no).

Lo mismo ocurre con la transmisión de publicidad y propaganda presentada como información periodística. En el papel está muy bien, pero quién y con base en qué definirá qué es información y qué es propaganda. ¿Puede y debe, por ejemplo, un medio en forma transparente, como en casi todo el mundo, decir que la mejor opción es un candidato u otro?, ¿habrá que considerar ese derecho informativo publicidad?

En el mundo real las cosas son siempre más complejas, interesantes y con mucho más matices que en las leyes aprobadas por partidos que, en última instancia, lo que buscan es protegerse de la posibilidad de ser, ellos o sus candidatos, exhibidos.

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