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Pena ajena

Superiberia

¿Les he dicho que sufro de pena ajena? Sí. Una de mis esclavitudes existenciales es ese mugroso sentir que me hace literalmente salir corriendo de algunas situaciones.

Si alguien quiere verme perder el control sobre todo, vaya conmigo a un lugar público y haga un oso descomunal cerca de mí. Si fuera excavadora, escavaría hasta el centro de la tierra y aparecería por Japón.

Sin embargo, no sólo esa es la pena ajena que padezco, también sufro profundamente por la de gente que ni conozco. En este contexto se podrán imaginar que lo que estoy a punto de contarles casi me hace irme del otro lado del mundo a comer un poquito de arroz.

Me encontraba yo muy cool en la terracita coqueta de un restaurante, tomando vino blanco mientras el sol golpeaba las blancas sombrillas, todo muy poético, muy de película de Woody Allen, cuando de repente la pareja que justamente estaba a un lado de mi mesa comenzó a tener una discusión bastante acalorada.

Ya saben, los restaurantes de hoy que juntan tanto las mesas que hasta parece que estuvieras comiendo con el de al lado. Mala idea para quienes vienen a comer y a “hablar” pues el de al lado escucha perfectamente hasta los susurros.

Así, Cirila comenzó a cuestionar a Cirilo por unos mensajes que habría encontrado en su celular, intrusión que le funcionó a Cirilo como argumento para desviar, por un momento, los reclamos de Cirila.

Sin embargo, Cirilo no se salió con la suya y tras Cirila aceptar que su error fue meterse a su cel pero era, en todo caso, un error menos grave que el de él que se andaba revolcando con una zorra, con respeto a las zorras.

No les había mencionado que la persona con la que me encontraría en tan espectacular locación estaba retrasada media hora debido al tráfico de viernes del ejecutivo feliz. Así que, no sólo me encontraba sin en quien intentar despistar mi pena sino justo al lado del incendio que cada vez se ponía más y más caliente.

De repente, cuando ya varias mesas a la redonda estaban con los ojos indiscretos sobre la acalorada discusión, Cirila hizo uso de la peor herramienta: atacar su masculinidad y le dijo: “No puedes conmigo en la cama y ahí vas en busca de otra a quien dejar insatisfecha”. ¡Mocos!

Ya no pude más, tuve que levantarme de la mesa y pedirle amablemente al mesero que me cambiara a otra pues la ceniza que me llegaba de aquel volcán en erupción era muy difícil de cargar. Así, mi vergüenza y yo nos fuimos a las mesas de adentro.

Y es que todavía no puedo creer que la gente esté dispuesta a hacer semejantes osos. Si uno tiene que hablar de esas cosas y va a utilizar a la insatisfacción como argumento de disputa, pues mejor se queda en su casa en donde pueda darle en la cabeza a Cirilo con una sartén ¿no?

Las peleas de pareja se lavan en el mismo lugar que la ropa sucia: ¡en casa! En donde nadie anda metiendo sus narizotas en nuestros asuntos, pero andar haciendo esos despliegues de ausencia de glamour es en sí una ausencia de glamour.

Así que por favor no anden haciendo drama y show en la calle, pues ocasiona muchas molestias a la gente, especialmente a quienes, como yo, sufrimos de pena ajena aguda.

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