Acción Nacional vivificó la letra muerta, fue fiel a la frase milenaria: no apagues la caña que aún humea Juan José Hinojosa Hinojosa.
Digámoslo sin ambages: el PAN ha sido y es el principal detonador de los cambios en México; desde reformas financieras y económicas hasta las políticas y los tratados de libre comercio. Lamentablemente, ya en el poder, esta actitud no fue correspondida por el PRI y el PRD. En el primer caso, hubo una clara estrategia —que funcionó— para reducirle la capacidad de maniobra. En el segundo, por una mezquindad añeja de la autollamada izquierda para oponerse a todo lo proveniente de una supuesta derecha. Son viejas inercias de lo denominado por algún autor “el pensamiento cautivo”: no contaminarse con nada que pueda ensuciar los dogmas, pesado lastre que vienen arrastrando para rechazar todo aquello que consideren una amenaza.
Un gran pensador del siglo XX, Paul Recoeur, advierte con claridad: “El viejo espíritu revolucionario y el antiguo reformismo sólo pueden salvarse juntos o perecer juntos, abriendo con su fracaso vía libre a la dictadura”. Desafortunadamente, en nuestro caso, retorna la amenaza del autoritarismo.
¿Por qué PAN y PRD no coincidieron desde 2000 para consolidar la democracia y aplastar al partido oficial? ¿Por qué el PAN, ante la negativa del PRD, se vio obligado a negociar con el PRI? ¿Por qué no prevalecieron acuerdos fundamentales? La historia habrá de juzgar a los responsables. Desde mi trinchera partidista afirmo que el PRD fue más responsable que el PAN de la falta de esos acuerdos. Sostengo además que el retorno de un PRI autoritario es del todo factible.
En la democracia y en la política hay que moderar los tonos cuando lo exigen las circunstancias. Llegar a pactos con quienes hemos discrepado y aceptar el compromiso cuando sea digno y el único medio de avanzar, son actitudes necesarias. Así lo exigen —la historia lo comprueba— la madurez, la prudencia política y la preeminencia del interés nacional.
El PAN es mucho más que Vicente Fox y Felipe Calderón y tiene una tarea enorme hacia el futuro: conservar el equilibrio para no perder la autocrítica de lo que se haya hecho mal y para ser un partido auténtico de oposición y no de obstrucción. Y siempre hacer todo esto con el principio de la dignidad por delante. Preocupa al panismo la actitud de su dirigencia, cada vez más como parte del espectáculo político y sin una definición clara de sus principios. La la política exige pragmatismo, sí, pero, sin brújula, deviene improvisación y oportunismo si no es que ignominioso servilismo.
Desde sus orígenes, el PAN se sentó con los hombres del poder para impulsar cambios. Adolfo Christlieb Ibarrola destacó en darle vocación de poder y puso los cimientos de reformas que por fin permitieron la alternancia y la lucha competitiva por los cargos de elección popular. Lo hizo con claridad y con conocimiento de la doctrina panista, siendo consecuente con la brega de eternidad.
Acción Nacional padeció un movimiento telúrico al arribar al poder, cuya réplica ha sido terrible al ser despojado de él. No debe andar deambulando para saber por qué debe luchar. Bien lo dice Carlos Castillo López (“hijo de tigre, pintito”): “Ser oposición es, sin duda, ser parte proactiva, propositiva, transparente, honesta y responsable de ser gobierno”.
Héctor Aguilar Camín y Jorge Castañeda hablan (Nexos, 419) del nuevo paradigma mexicano y mencionan diez relativas novedades históricas que curiosamente coinciden con las tesis panistas originales. Esa es la trinchera idónea para darle continuidad a una de las mejores tradiciones en la lucha de México por arribar a la democracia.