A muchos pequeños empresarios nos tiene muy molestos la reforma fiscal, y esto porque a pesar de lo que se hable de simplificación administrativa, ahora tenemos más complicación para atender lo que la ley fiscal solicita que hagan los mexicanos.
Estoy de acuerdo en que la mayoría de los mexicanos, ¨hacíamos como que pagábamos impuestos y el gobierno también hacía como que los aplicaba en beneficio de nosotros¨. Pero la realidad es muy distinta. Lo asalariados de este país cargaban sobre sus espaldas el 48% del gasto público proveniente de ingresos fiscales. El resto, las empresas, los profesionales, los técnicos, etc., prácticamente no pagábamos impuestos.
La reforma fiscal, no fue tan grave desde el punto de vista del evasor fiscal, como la aparición de la ley contra el lavado de dinero, que a fin de cuentas, considera como dinero ¨sucio¨, cualquier dinero que no provenga de sus ingresos fiscales declarados. Esa ley es la que verdaderamente reduce un poco la evasión fiscal, pues ahora, los grandes empresarios no podrán mover sus millones libremente, y tendrán que escoger entre pagar impuestos o correr el riesgo de que les roben ese dinero que sólo podrán tener bajo el colchón y en efectivo.
Hasta aquí, desde el punto de vista de justicia tributaria, está muy bien que cada vez haya menos mexicanos posibilitados de no pagar impuestos. Todos deberíamos de pagar, y con ello, deberíamos también tener mejores servicios públicos.
Y aquí es dónde el inicio de mi aplauso al secretario de hacienda, se reduce a la nada. Mientras el Sr. Videgaray cumple con su función de manera excepcional, pues su obligación es recaudar más dinero para las arcas públicas, y vaya que lo cumple a cabalidad. (Las cifras de recaudación muestran en general incrementos significativos). Nos falta la otra parte de la ecuación para que todos vivamos felices.
Esa parte es la que le corresponde al gobierno en turno, municipal, estatal, o federal, y desgraciadamente, allí seguimos sin el mínimo control. Los medios de comunicación están llenos de información de presidentes municipales que usan las arcas públicas como si fueran particulares, con sueldos muy por arriba de lo que ganarían si trabajaran en el sector privado o en sus empresas, y si a eso le añadimos que en los gobiernos estatales y federal, también observamos una actitud patrimonialista de lo público, nos damos cuenta de que tener siervos que paguen muchos impuestos, sólo sirve para empobrecer más a un país ya de por sí en crisis económica.
Los servicios que proporciona el estado son una broma. O acaso usted considera que la cobertura universal de salud es verdad, o que la seguridad pública que le proporciona el estado es la mínima en una sociedad civilizada. O quizá piensa usted que las carreteras, caminos y calles son los que merecemos dado el importe de lo que pagamos por ellas. Y así, siga usted. La procuración de justicia sigue siendo una anécdota y no una realidad. El poder judicial sigue siendo subastado al mejor postor. Los ciudadanos no tenemos ni siquiera un organismo íntegro que vigile la actuación de los servidores públicos, lo cual convierte a la corrupción, a la impunidad y al apropiamiento de recursos públicos en deportes nacionales.
Entonces, quizá el hecho de que ahora paguemos más impuestos genere el resultado ansiado: Que nos convirtamos en ciudadanos, y comencemos a exigir nuestros derechos, los bienes y servicios que proporciona el estado tendrán que ser de calidad. Ya no más bacterias en los quesos que consumen nuestros hijos, ya no más irresponsabilidad y despotismo en el trato a cualquier mexicano. Esta sería una opción, un primer escenario en el cual todos saldríamos ganando. Pero parece un sueño utópico, porque los ciudadanos no exigimos, vemos la corrupción e impunidad como algo inherente a la naturaleza del mexicano, vemos la tranza como virtud y la practicamos tirios y troyanos con singular alegría. Esto nos lleva a una segunda opción: La de un país sumiso, hundido en la pobreza, con una clase media cada vez más pequeña, y con sectores cada vez más grandes de la población apenas subsistiendo, en línea con un enorme incremento en la violencia social y el atacarnos los unos a los otros. Mayor sumisión y mayor riqueza para las clases altas.
El tercer escenario, es que ante la desesperación de las masas, algunos huyan al extranjero, pero ante el cierre de la frontera norte, el país será cada vez más una olla de presión dispuesta a estallar, pues esa presión, la social, hará que volvamos otra vez a épocas de violencia que considerábamos superadas. Una nueva revolución, la posibilidad de que algunos estados del norte se separen de los Estados Unidos Mexicanos, formando una república independiente, y quizá un violento conflicto social, similar a la revolución de 1910.
Hasta dónde vamos a llegar, en mucho depende de las políticas del gobierno, pues no basta con buscar crecimiento económico (el cual no hemos logrado 2.4% fue la última estimación conocida para 2014). Lo verdaderamente importante es lograr una sociedad más equitativa, dónde los que más tienen no tengan tanto, y los que tienen nada o muy poco, logren tener muchísimo más.
Y para ello, habrá que aplicar la ley, no sólo a los contribuyentes, cautivos o no, sino también a aquéllos que malgastan y malbaratan el dinero de los contribuyentes.
Por último, un aplauso a nuestros genios financieros, quienes seguros de la absoluta nula memoria y ausencia de capacidad de análisis del pueblo de México, se aprovechan y deciden que ahora, un mexicano que gana un salario miserable, tendrá que aportar impuestos para que los grandes beneficiarios de la corrupción en CFE y en PEMEX gocen de sus pensiones vitalicias de decenas o miles de pesos… Paradojas de nuestro kafkiano país… Mejor hubiera sido investigar si son beneficios obtenidos por el sindicato de manera ilegal y proporcionar ingresos equivalentes a los de todos los mexicanos. Pensión igual para todos debiera ser la opción, y vería usted el esfuerzo por elevar las pensiones de todos, no nada más de unos cuantos privilegiados. Pero no, no pasará nada, y usted y yo, y sus hijos y los míos y sus nietos y sus bisnietos y demás descendientes, tendrán que pagar las pensiones por un millón de millones de pesos a CFE y PEMEX, ya que las empresas no lo pueden pagar, y en lugar de declararse en quiebra, por obra y gracia de nuestros diputados federales, le pasan esa deuda al país, al convertirla en deuda pública.
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