Nos dicen que “en la última década se ha producido un aumento importante en la migración femenina desde muchos países de la región; este fenómeno es provocado por el desempleo, cambios en las perspectivas socioeconómicas o la necesidad de conseguir un ingreso adicional para mantener a la familia y a los niños que quedan detrás. Las mujeres también emigran para escapar de la violencia sexual, el abuso, los estigmas sociales o las presiones para contraer matrimonio. Además, abandonan sus lugares de residencia para reunirse con sus cónyuges o para evitar la discriminación y las normas que restringen su vida debido a su condición de género”. (Santibáñez y Calle, 2010).
La tragedia que las niñas y los niños migrantes viven tiene muchos siglos, pero no en las magnitudes actuales. Cuentos y otras narraciones dan cuenta de ello (La vuelta al mundo de dos pilletes, por ejemplo) y sí, se pensaba que era propio sólo de los hombres el andar de un lado a otro, pero desde siempre, a las niñas las manda su familia a trabajar en el empleo doméstico, cosa que no inspira a nadie ningún relato.
Cepal afirma: “Con algunas excepciones, en la mayoría de los países de la región no se ha reconocido el derecho a la unidad o reunificación familiar dentro de la legislación nacional, lo que significa que las niñas y los niños están siendo separados de sus padres por largos períodos”, cuestión fácil de entender como muy dolorosa (en casi todos los casos) amén de la exposición de niñas y niños a todo tipo de abusos.
Una forma de mirar las prioridades de un país, es poner la mirada en los presupuestos. Sabemos que México invierte una considerable suma en educación, pero tenemos muy claro que estos recursos no llegan a las niñas y los niños. La muy desafortunadamente célebre CNTE y el otro sindicato han hecho con esos recursos un pésimo negocio. Pero además, al saber la cantidad de dinero que se está destinando a los partidos políticos, nos encontramos con que los valores para asignar recursos siguen teniendo un sesgo fuerte que beneficia sólo a unos cuantos. Que además, no son niñas ni niños, sino ya muy creciditos adultos, rasguñando el apelativo de mayores.
¿Cuánto asigna nuestra democracia para formar demócratas? Lo sabemos por experiencia, si no se construye ciudadanía, el presente está contrayendo una deuda impagable con las nuevas generaciones. Pero a nuestros y nuestras legisladoras, el tema parece no interesarles. A los partidos políticos, menos.
La reciente Reforma Electoral, al instaurar la paridad, exige que estos partidos modifiquen estatutos para garantizar que se cumpla dicho mandato. Esto implica que deben construir políticas internas que generen un cambio de valores y las y los militantes sean capaces de reconocer la igual dignidad de la persona, sea en cuerpo de mujer o en cuerpo de hombre. Pero hasta el momento, ningún partido ha dado un paso en esa dirección. En algunos congresos estatales, para colmo, buscaron la forma de burlar la ley.
¿Qué tienen que ver las niñas y los niños migrantes con el tema de construcción de ciudadanía? Mucho, puesto que si los recursos educativos se invirtieran en ello en lugar de dárselos a los sindicatos, la niñez migrante tendría muchas más posibilidades de defender y ejercer sus derechos, por ejemplo. Si la igualdad transitara como valor en la política, los destinos de las mujeres dejarían de ser tragedia impresa en la piel, para poder ser opción de desarrollo y con ello, ganar unos momentos más de felicidad y amor por la vida.