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Sorpresas y sorprendidos

Superiberia

Adolfo Ruiz Cortines decía que, en la política, no había sorpresas sino, tan sólo, había sorprendidos. Yo agregaría que ello es válido no tan sólo para la política. La economía, la salud o la historia casi nunca nos presentan sorpresas. Son ciencias que se rigen por principios exactos y predecibles. Podrán ser ciencias axiomáticas, imperativas o hipotéticas, pero sujetas a pronóstico.

Si una sociedad o su gobierno gastan de menos, producirán recesión. Si gastan de más, producirán inflación. Si producen de más, bajarán precios. Si producen de menos, los elevarán. No tiene  vuelta de hoja porque, en la economía, no existen las sorpresas.

Si un paciente tiene fiebre sólo puede tener infección, alergia o traumatismo. No hay sorpresas. Cuando mucho, hay unas cuantas hipótesis y todas ellas ya sabidas.

Pero eso sucede no sólo con las ciencias sino hasta con la naturaleza y los pasatiempos. La naturaleza de la Tierra se rige por sus propias reglas y principios. Sus reglas pueden ser predecibles como las que regulan el día, la noche, las estaciones, la rotación, la traslación o la gravedad. Otras más, no pueden pronosticarse cronométricamente, como los terremotos, los huracanes,  los tornados o las sequías. Sin embargo, sus principios son inalterables. El agua corre hacia las tierras bajas. Los vientos corren hacia las depresiones. Las mareas persiguen a la gravedad lunar.  Así ha sido siempre y así será mientras exista la Tierra. No hay sorpresas.

Y, esta misma semana, pudimos ver que en el futbol tampoco hay sorpresas. En los ocho juegos que integraron la segunda etapa mundialista, ganaron los ochos favoritos. Y podríamos predecir, sin ser conocedores ni adivinos, que la gran final la disputarán dos de los diez equipos que anuncian posibilidades de ello. Se habrán ido España, Inglaterra, Italia y Portugal. Se irán otros cuatro fuertes en las siguientes etapas. Pero, al final de cuentas, quedarán Brasil, Argentina, Alemania, Francia, Holanda o Bélgica. En los próximos cien años futbolísticos nunca veremos una final disputada entre Corea y Senegal.

La historia tampoco nos platica sorpresas. Tan es así que podemos hasta jugar con lo que no fue e imaginar las consecuencias ficticias de haber sucedido. Eso se llama ejercicio contrafactual y sirve para el ejercicio de la imaginación, pero, también para valorar las secuelas de lo realmente acontecido.

Pensemos si Wellington no hubiera vencido en Waterloo. Siempre me ha dolido la derrota de Napoleón. Pero reconozco que, de adueñarse de Europa y, por lo tanto, de Asia, Oceanía y África, hubiera mirado hacia América. Primero, se hubiera hecho de la América Latina y de Canadá. No imagino la suerte de Estados Unidos, pero no la envidio. Su capital no sería Washington sino Nueva Orleans y nosotros hablaríamos francés, no castellano.

 Si Victoriano Huerta toma simplemente la renuncia de Madero, pero no lo asesina, no se convocaría al Plan de Guadalupe, no habría revolución de fondo, nos quedaríamos sin transformación social y hoy, a lo mucho, seríamos lo que son Colombia o Venezuela.

Si Hitler no traiciona la alianza con Rusia, no hubiera tenido frente oriental. No hubiera requerido la participación de Japón y éste no lo hubiera comprometido contra Estados Unidos. Al igual que el Bonaparte contrafactual se hubiera hecho de los imperios europeos. Sin el frente ruso, Roosevelt no se hubiera animado a entrar en ese pleito.

Por último, si Kennedy vive los cinco años presidenciales que le restaban hubiera, sin duda alguna, jalado el gatillo nuclear, en cualquiera de los conflictos. Vietnam hubiera sido el más lógico. En ello, no conozco analista alguno que me haya desmentido. Era un guerrero más que un político. Para el guerrero, como dijo MacArthur, no hay sustituto de la victoria. Para el político, como dijo Nixon, no hay sustituto de la paz.

De la misma manera, así es la política, como se dijo al principio. Si un gobierno hace mal las cosas, su partido perderá las siguientes elecciones. Si no manda el que debe hacerlo, habrá un mandante sustituto, pero no existirá el vacío de poder. El tiempo no se pierde porque el que no usan algunos lo aprovechan otros.

Pero así como no hay sorpresas, sí existen los sorprendidos. Porfirio Díaz es un buen ejemplo de ello. Su caída fue vista anticipadamente por todos, menos por él y sus seguidores cercanos. La Revolución Mexicana se venía gestando desde años atrás.   

Por todos los confines del país se habían formado cenáculos de discusión y de planeación política. En la secrecía se llamaban Comité Antirreeleccionista. Pero en su exterior se les conoció con el seudonombre de Club Verde y aparentaban ser una lonja de tertulia y pasatiempo. A la vista, los naipes, las fichas, las botanas y los licores. En la zona clandestina, los libros, los manifiestos y las armas. En la mente de todos, una sola idea: derribar al régimen.  

Tenía razón Ruiz Cortines. No hay nada sorpresivo sino tan sólo sorprendente.

Abogado y político.

Presidente de la Academia Nacional, A. C.

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