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Gobierno de la 4t suma 7 reporteros muertos

Superiberia

Andrés Timoteo
el buen tono

córdoba.- El 2011 fue un año atípico para la prensa veracruzana y su tragedia resonó en todo el país. Ese año hubo un punto de inflexión que elevó a tope el grado de represión y violencia contra la comunidad periodística. Se trató del asesinato del periodista porteño, Miguel Ángel López Velasco, de su esposa, Agustina Solana Melo, y su hijo menor, Misael López Solana, también comunicador. Los tres fueron acribillados en su domicilio por un comando armado la madrugada siguiente al Día del Padre.
Fue un golpe para silenciar al comunicador o para castigarlo por no haberse callado. De eso no hay duda: Mentes y manos siniestras se conjuraron para escarmentar el quehacer periodístico y sembrar el terror en todos aquellos dedicados al mismo, desde el reportero de a pie que sale a buscar la noticia en la calle y el columnista que la analiza y la interpreta, hasta el redactor, el diseñador de página, el jefe de información o el propietario de cualquier empresa periodística.
Todos recibieron el mensaje de miedo y silencio obligado que dieron los facinerosos con el crimen de Milo Vela. Y les funcionó, en lo que cabe, porque en las redacciones se puso en la balanza de la conveniencia -no la perversa ni la financiera sino la de la sobrevivencia – publicar o no una determinada noticia, firmarla con el nombre del reportero o recurrir al clásico “De la Redacción” o “Por Agencias” para tratar de despistar a los represores de plomo y sangre.
Algunos medios informativos de plano optaron por el silencio total, eliminar la noticia comprometedora y hubo los que hasta suprimieron la sección policíaca. Los estudiosos le llaman a eso “cinturones de silencio”- y fue el signo de que fue efectivo el terror sembrado con aquel atentado. Terror que se continuó alimentando con la serie de asesinatos que le siguieron al de Milo Vela y su familia.

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