A fines del próximo mes de julio se cumplen 100 años del estallido de la Primera Guerra Mundial; aunque el factor que determinó el inicio del conflicto fue el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo, el 28 de junio de 1914. El sobrino del emperador Francisco José, quien era la cabeza del Imperio Austro Húngaro, cayó junto con su esposa bajo las balas que disparó un joven nacionalista yugoslavo. Los países que se sumaron al conflicto esperaban en tensa calma el momento para que se declararan las hostilidades, y el asesinato del Archiduque inició un periodo de crisis política y diplomática, cuya presión desencadenó un mes después una de las guerras más sangrientas de la historia de la humanidad que se prolongó hasta 1918.
El cine se ha ocupado mucho de los conflictos bélicos. La Segunda Guerra en particular ha sido llevada infinidad de veces a la pantalla y la Primera sucedía prácticamente con el propio nacimiento de la cinematografía en su etapa silente. En estas semanas estaremos revisando algunos títulos relacionados con la Primera Guerra Mundial, la conocida como la Gran Guerra.
Una emblemática historia ocurrida en este contexto, es la que cuenta la película de Stanley Kubrick, Senderos de gloria (Paths of Glory, Estados Unidos, 1957). Se le ha clasificado como película “bélica-antibelicista”, aunque dudo que esa hubiera sido la intención del discurso de Kubrick que explicó que le interesaba más explorar el autoritarismo, la ignorancia y la sinrazón de los líderes. El director de Naranja mecánica realiza la adaptación de la novela homónima de Humphrey Cobb, escribiendo el guión con Calder Willingham y Jim Thompson, ambos guionistas reconocidos en los 50 y 60.
Con escasos 86 minutos de duración y filmada en blanco y negro, las situaciones de guerra en Senderos de gloria son escasas, pero con inteligencia y sensibilidad la historia explora la otra guerra, esa que se da entre los altos mandos, la que protagonizan los que están sentados en un elegante castillo, detrás de recargados escritorios, vestidos con elegantes uniformes, bebiendo y comiendo bien, con el pecho tapizado de medallas y condecoraciones. Es de esos mandos de los que habla Kubrick, de los que olvidaron el lodo, la sangre, la muerte, el miedo, de los que quizá nunca los padecieron. La Primera Guerra Mundial se peleó en la pesadilla de las trincheras y de eso se ocupa Kubrick de manera magistral.
En un primer momento Senderos de gloria no interesó a varios estudios, pero la insistencia de Kirk Douglas, protagonista de la cinta que ejerció toda su influencia para la realización del proyecto, hizo que United Artists asumiera la responsabilidad de llevarlo a cabo.
La acción se ubica en Francia en 1916 y en buena parte se deriva de hechos reales. Tras varias semanas atrapados en las trincheras, un batallón de franceses liderados por el coronel Dax, interpretado por Douglas, reciben la orden de lanzarse en un ataque suicida contra los contrincantes alemanes que aguardan más allá de “tierra de nadie”. Las condiciones de los franceses eran desfavorables y al iniciar la movilización se dieron cuenta de que marchaban a la muerte, y que sus superiores estaban completamente conscientes de eso, pues además ordenaron que se les disparara para obligarlos a seguir avanzando.
Varios murieron y otros regresaron a las trincheras por lo que fueron arrestados. Sometidos a corte marcial se les acusó de alta traición y cobardía, siendo fusilados para dar un escarmiento al resto de las tropas y dejar claro que los altos mandos pasarían sobre lo que fuera.
La película registra las largas conversaciones entre Dax
—quien defiende a sus hombres— y los déspotas oficiales interpretados por Adolphe Menjou y George Macready, en las que queda claro el alegato de Stanley Kubrick contra la absoluta arbitrariedad y ambición de los altos mandos, en este caso del ejército francés, pero que por desgracia suelen ser factor común en instituciones militares en todo el mundo.
Es una de las mejores películas sobre el tema y otra obra maestra de Kubrick.