En el contexto de fuertes protestas y conflictos sociales, y del Mundial de Futbol en Brasil (que se realiza ahí después de 64 años), el expresidente Lula declaró que “México fue presentado como la gran novedad del siglo XXI y que estaba mejor que Brasil… Pero me fui a enterar y todo es peor que en Brasil… No hay ningún indicador comparable a los nuestros… y lo que se hace en materia energética en México, lo que no es ninguna hazaña, sucedió aquí hace 20 años”.
De entrada, contrasta este exabrupto con la recepción que le dio el gobierno mexicano al propio Lula y sus buenos comentarios sobre México, y con la bienvenida que le dieron los brasileños a la Selección Mexicana, agradecidos porque los mexicanos hicieron suyo el triunfo de los cariocas en el Mundial de 1970.
Por ello no dejaron de sorprender estas declaraciones, aunque en la actual coyuntura político-futbolera se unen a otros hechos sorpresivos, principalmente si se considera que Brasil es la séptima economía del mundo, y es reconocido como la catedral mundial del futbol.
Concretamente destacan: 1) los graves errores de planeación y la pésima organización —que datan del gobierno de Lula—, incluyendo la escandalosa corrupción, provocaron gastos excesivos, despilfarro y retrasos que pusieron en peligro el evento, a pesar de que ha sido el Mundial más caro de la historia; 2) la fuerza y virulencia de los movimientos sociales, no obstante que Brasil presumía de su modernidad y la reducción sustancial de la pobreza; 3) la incapacidad del gobierno de Dilma Rousseff para dar respuesta efectiva al encono social (de años atrás), y que ahora sindicatos, organizaciones y redes sociales de manera oportunista aprovechan que son el centro de la atención internacional, y que en octubre habrá elecciones; 4) la intensidad del conflicto social ha polarizado al país, incluyendo violentos enfrentamientos con la policía, opacando el ánimo festivo que normalmente domina al anfitrión; y 5) esta situación, no sólo ha imposibilitado el lucimiento del actual gobierno (el Mundial era una gran ventana), sino que ha deteriorado la popularidad de la Presidenta (de 47% de las preferencias cayó este mes a 34%), comprometiendo su reelección…
Ante este explosivo escenario, los actores políticos gubernamentales están sujetos a una intensa presión, y tratan de crear cortinas de humo para distraer la mirada sobre la gravedad de la crisis. Sin embargo, en el caso de las declaraciones de Lula el distractor falla, porque revelan desinformación o mala fe, y mal asesoramiento de sus amigos perredistas. La comparación en sí, es problemática. Por ejemplo, Brasil es el quinto país más grande del mundo, con muchos más recursos que México… Pero como Lula dijo que en todos los indicadores nuestro país “está peor”, se pueden poner algunos ejemplos que lo refutan: en el primer trimestre del año la economía mexicana creció 1.8% frente a 0.2% de Brasil; la tasa de desempleo mexicana ascendió a 4.8% y la brasileña supera 7%, y la inflación hasta la primera quincena de mayo fue de 3.4% mientras que la carioca rebasó el seis por ciento.
Si Lula quiere apuntalar la candidatura de Rousseff deberá cambiar de táctica, porque su exabrupto, en lugar de funcionar como distractor, atrajo más los reflectores sobre la crisis y sus causas (de las cuales Lula es corresponsable), que en lo logrado. Le debe preocupar no sólo las críticas y la imagen: el decir que la reelección de Rousseff dependa de que su país gane el Mundial. Por lo pronto, hizo bien el presidente Peña en no engancharse en una polémica claramente provocadora, en beneficio electoral de la izquierda en el gobierno.
Entretelones
Se pelean las comadres perredistas-obradoristas y se sacan las verdades y veleidades. La tragicomedia de la izquierda en marcha.