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De política y cosas peores

Superiberia

En lo que al tabaco se refiere este amigo mío es un radical. Dice que cuando ve a alguien fumando no puede dejar de pensar que es un tonto, o una tonta. (Desde luego él emplea un calificativo bastante más sonoro). A veces siento la tentación de acompañarlo en su radicalismo, mas me lo impide mi talante benévolo, pacífico, magnánimo. Esa tentación deriva del hecho de que por causa del cigarro he perdido amigos y familiares muy queridos. Mi padre estuvo a las puertas de la muerte debido a ese pernicioso vicio. Sufrió un infarto, y aun así siguió fumando. Su médico, el sabio y bondadoso doctor don Juan Gallart, se percató de eso y le dijo: “Escoge, Mariano: el cigarro o la vida”. Mi papá escogió la vida. Fumaba unos cigarros al parecer muy fuertes, llamados Bohemios -venían en una cajetilla verde-, y no volvió a tocar la que tenía sobre el buró. Cuando mi madre vio que ya no fumaba quiso tirar esos cigarros. “Ahí déjamelos” -le pidió mi padre. Cuando cumplió un año justo sin fumar él mismo tomó la cajetilla, la aplastó en su mano y la arrojó al bote de la basura. Había vencido el vicio. Vivió 20 años más. Tengo una teoría: Diosito bueno sembró las plantas del maíz, del trigo, del arroz. El demonio sembró la del tabaco. Vi anoche una película que figura entre mis favoritas a pasar de ser un melodrama, o a lo mejor por eso mismo. Se llama “Now, voyager” (1942, con Bette Davis, Paul Henreid y una extraordinaria Gladys Cooper). El film termina con una de las más famosas frases que en la historia del cine han sido dichas: “Tenemos las estrellas; no pidamos también la luna”. Esa secuencia la usó en 1971 Robert Mulligan para su bellísima película “Verano del 42”, en la gozosa escena en la cual dos adolescentes, ansiosos por entrar en los misterios del sexo, procuran en la penumbra de la sala poner su mano en el naciente busto de sendas muchachitas. Pero advierto que he perdido el hilo de mi reflexión. Y no me extraña: a lo largo de la vida he perdido toda una hilandería. En aquel film que dije, el de Bette Davis y sus ojos, ella y su galán fuman como chacuacos a lo largo de toda la cinta. (Esa expresión, “fumar como chacuaco”, proviene del nombre de la alta chimenea que se alzaba en los ingenios azucareros, la cual de continuo estaba echando humo). En el tiempo en que se hizo “Now, voyager” no se conocían aún del todo los graves daños que el tabaco causa, y fumar era considerado de buen tono. Los principales programas en los comienzos de la televisión eran patrocinados por las compañías tabacaleras, que hacían profusa propaganda a su marca de cigarros. Vendían muerte, pero en aquellos años no se tenía conciencia de ello. Actualmente cada semana mueren en México más de mil personas por causas directamente atribuibles al tabaco. Yo pienso que allá cada quien con su garganta y sus pulmones -con su vida-, pero aplaudo todos los esfuerzos que se hacen para combatir ese suicidio lento -a veces no tan lento- que es el absurdo, desagradable y sucio vicio de fumar. En eso sí soy radical, como mi amigo el que llama “tontos” a los fumadores, aunque con otro término más duro. El eunuco del moderno harén le informó a su amo: “El capitán de la guardia vio desnuda a vuestra favorita”. “Sáquenle un ojo” -sentenció el sultán. “También le acarició todo el cuerpo” -prosiguió el eunuco. “Córtenle una mano” -determinó el poderoso monarca. Seguidamente denunció el eunuco, temeroso de añadir esta noticia peor a las otras dos, de por sí malas: “Y tuvo trato carnal con ella, mi señor. ¿Le cortamos la ésta al hombre?”. “No -dictaminó el sultán-. Nada más eviten que le den penicilina. Solita se le va a caer”. FIN.

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