En la merienda de los jueves las señoras evocaban sus amores de juventud, algunos de ellos bastante tormentosos. Manifestó en tono terminante la señorita Himenia: “Pues a mí ningún hombre me ha tocado nunca”. Sonrió una: “¿Estás presumiendo?”. “No -replicó la señorita Himenia-. Me estoy quejando”. (Mi inolvidable tía Adela comentó cuando pasó a mejor vida una cierta amiga suya que en su score tuvo cero carreras, cero hits y cero errores: “¡Pobrecita! Se fue del mundo sin haber oído nunca un ‘te quiero’”. Pocos epitafios tan tristes he conocido como ése). Babalucas iba a vender su perro. Le dijo al presunto comprador: “Es manso y obediente”. Inquirió el otro: “¿Y de pedigrí?”. Aseguró Babalucas: “Jamás bebe una copa”. Creía yo que en la política no había ya buenas maneras. Más aún: pensaba que ni maneras había ya. La semana pasada, sin embargo, vi un caso de cortesía política que no puedo dejar de reseñar, pues contrasta con los modos, en ocasiones rufianescos, puestos en uso por la 4T. A ese caso me referiré luego. Antes hablaré de mí mismo, aunque es el tema que conozco menos. Sucede que participé en el Festival Cervantino, en Guanajuato, con una conferencia que mis anfitriones llamaron “magistral”, seguramente porque no la habían escuchado. El bello recinto universitario donde peroré se llenó a su máxima capacidad, y aun hubo gente que ya no pudo entrar por los cuidados que impone la pandemia. Cuando acabé de hablar -aunque parezca increíble siempre acabo de hablar- el generoso público guanajuatense me aplaudió de pie y me dedicó palabras afectuosas que agradeceré mientras me sea conservado el don del agradecimiento. Y viene ahora lo del insólito caso de urbanidad política que mencioné al principio. Se inauguró la Casa Coahuila, situada -”sita”, se decía antes- frente a la recoleta Plaza del Baratillo, uno de los más lindos y tradicionales sitios de la hermosa ciudad. En esa Casa se exhibe toda la riqueza -agrícola y ganadera, turística, industrial, gastronómica, artesanal, paleontológica, vitivinícola, minera, cultural- que ofrece a México el trabajo de los coahuilenses. (Si dejé de mencionar alguna otra riqueza me disculpo con ella). La inauguración fue hecha conjuntamente por el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez, y por el de Coahuila, Miguel Ángel Riquelme Solís. En términos de protocolo le correspondía al gobernante guanajuatense decir el discurso final de la ceremonia, pero cuando se anunció su nombre dijo que deseaba ceder ese sitio de honor a su invitado, el gobernador Riquelme, por lo cual él hablaría antes. Rasgo de buen político y de galana cortesía me pareció ése, y lo menciono aquí, lo mismo que menciono esa excelente obra, la de la Casa Coahuila, una más de las realizaciones del gobernador Riquelme, cuya buena labor al frente del gobierno cualquier observador puede constatar. Agradezco los amables conceptos que ambos gobernantes me dedicaron en sus discursos, y que para un hombre de mis años tienen un valor muy especial. Hablaré en próximo texto de mi feliz estancia en Guanajuato. Y al hablar de eso entonces sí será difícil que acabe de hablar. Adipia, dicho sea sin mala intención, era bastante gordita. Eso no fue obstáculo que le impidiera casarse con Borondo, un joven de la localidad. De regreso de la luna de miel fueron a saludar al padre Arsilio. El buen sacerdote le dijo al recién casado: “Veo, hijo, que has encontrado el camino de la felicidad”. Replicó Borondo: “Batallando un poco, padre, pero todas las noches lo encuentro”. FIN.