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Más Lorenzos y menos Gastones

Superiberia

México es, sin duda, un país de empresarios. De grandes empresarios, audaces y comprometidos. Nuestros empresarios están en las calles, con su negocio a cuestas. La crisis los obliga a descubrir nuevos modelos de negocio, nichos de mercado, propuestas de valor enfocadas al cliente. Desde la señora que, ante la pérdida del ingreso familiar, saca la mesa del comedor a la calle y comienza a vender antojitos, hasta el que descubre una esquina transitada y vende productos pirata, pero cuidadosamente seleccionados para el mercado que ha elegido. Todos están emprendiendo, arriesgando su capital, definiendo estrategias. Exactamente lo mismo que hace el empresario que exporta sus productos al otro lado del mundo, o el que desarrolla aplicaciones para teléfonos móviles.
Sin embargo, en México, como en muchos otros países, la imagen del empresario se asocia con conceptos negativos. En el imaginario colectivo, el empresario exitoso no tiene escrúpulos y está dispuesto a cometer cualquier clase de tropelías y abusos en contra de los trabajadores. No es de extrañarse, pues los ejemplos lamentablemente abundan: el recuerdo de las tiendas de raya puede ser lejano para nuestra generación, pero las historias de abusos y corruptelas llenan los periódicos todos los días. Operaciones financieras que lanzan a la calle a miles de personas, licitaciones hechas a modo, ventas infladas a los gobiernos. Políticos que se enriquecen de la noche a la mañana en cuanto tienen poder de decisión o de influencia, empresarios que hincan los dientes sobre una aerolínea y después viven a salto de mata. Y si a las historias reales sumamos las que intencionada y, maliciosamente, se vierten sobre la oligarquía rapaz y otras especies similares, se entiende que en nuestro país las empresas nazcan, crezcan y se desarrollen al margen de la formalidad y bajo el término de changarros.
El potencial de nuestro país es enorme, pero al parecer nuestros gobiernos no lo han reconocido. Las políticas fiscales no han sido suficientes para no sólo integrar a nuestros empresarios a la formalidad, sino para detonar la capacidad de comercio que evidentemente tenemos. Claro, si además los réditos electorales que proceden de la explotación de la pobreza son más jugosos a corto plazo, y es más sencillo manipular a quien vive al día que a quien tiene el futuro resuelto. Las últimas cifras publicadas sobre la pobreza son contundentes, implacables, vergonzosas para cualquier gobierno que tuviera como finalidad el bien común de la sociedad.
El círculo vicioso de la pobreza y los estímulos perversos para combatirla, pero que en realidad la eternizan, sigue orillando a nuestros trabajadores a buscar un futuro en otros países: la cantidad de dinero que recibimos como producto de las remesas provenientes del extranjero nos dan una idea muy clara de lo que seríamos capaces de hacer si el sistema funcionara correctamente. En la situación actual, el gobernante administra la miseria de los ciudadanos con vistas a la siguiente elección, mientras que recibe miles de millones de dólares producidos en otros lugares que sí tienen las condiciones necesarias para multiplicar el talento de nuestra gente. Así, con el control sobre el pueblo y los flujos ingentes que llegan sin hacer más esfuerzo que el de seguir expulsando trabajadores, ¿en realidad podemos creer que el combate a la pobreza sea una prioridad para el gobierno? La respuesta es palmaria.
El combate a la pobreza a través de estímulos, que no son sino limosnas, jamás terminará con el problema. Es necesario, urgente, que se cambie la concepción de políticas públicas basadas en una premisa errónea y que no ha funcionado. La solución a la pobreza sólo puede pasar por la creación de nuevas empresas, nuevas fuentes de empleo, políticas que generen riqueza. Políticas públicas que generen nuevos empresarios.
Hace unos días falleció Lorenzo Zambrano, un hombre íntegro que entendió perfectamente el papel y la responsabilidad de ser empresario. Un hombre que se atrevió a competir en ligas mayores y creó un emporio que lo ha trascendido. Zambrano disfrutaba su labor, y se emocionaba cuando recibía, por medio de las redes sociales, fotografías de los camiones de Cemex en todo el mundo.
Lorenzo Zambrano fue, y sigue siendo, un ejemplo de lo que debe ser un empresario comprometido con la sociedad. Era un hombre sencillo y generoso, y sin duda su deceso deja un hueco en la comunidad empresarial mexicana que será difícil de llenar, en todos sentidos: para que la gente vuelva a creer en los empresarios hacen falta más Lorenzos y menos Gastones.
Hace unos cuantos años y también en mayo, por cierto, murió quien fuera maestro y formador de empresarios, Carlos Llano Cifuentes. Recuerdo con cariño su extraordinaria manera de explicar el mundo, y la precisión en los términos que utilizaba. “Hay riqueza que genera pobreza. La riqueza debiera siempre generar riqueza”, nos decía a quienes lo escuchábamos sin perder palabra. Zambrano lo entendía, sin duda. Rosario Robles, quién sabe.

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