GRITERÍO HISTÉRICO
México celebró su segundo Grito de Independencia pandémico. Fue un festejo patrio -que no fiesta, pues en el país no hay alegría ni jolgorio- diferente al año pasado pese a que ya la peste tenía uncidos a todos pues ahora hubo un griterío histérico en todos sus aspectos. Sobre todo fueron gritos revisionistas y machacadores de ideologías extremistas: estatuas que quitan, personales totalitarios que llegan y son aplaudidos, vivas al caudillo tropical que ocupa la Presidencia y ejemplos por doquiera de que el México independiente es una
quimera.
En esto último, lo más evidente y vergonzante es que el gobierno mexicano se convirtió en un persecutor y represor de migrantes indocumentados. Las escenas de la embestida policíaca a palos y patadas contra los extranjeros centroamericanos y haitianos en el sur del país, sin importar que sean mujeres o niños, para frenar su avance, detenerlos y expulsarlos no solo contravienen la política tradicional de tolerancia y solidaridad para con los que antes se consideraban ‘hermanos’ de identidad latinoamericana sino que confirma el sometimiento a las disposiciones de Estados Unidos.
Desde tiempos del anaranjado Donald Trump a la fecha, ya con Joe Biden en la Presidencia norteamericana, México hace el papel de patrulla fronteriza obediente y dependiente de las órdenes emitidas en la Casa Blanca. Entonces, ¿cuál independencia a festejar? Por supuesto que el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador no tiene cara para vitorear a la gesta independentista cuando está sometido a la voluntad extranjera y, lo peor es que obedece lanzarse contra los pobres entre los pobres, que son las personas que huyen de otros países por la pobreza, la criminalidad, la
violencia y las dictaduras.
A lo anterior hay que sumarle el desastre humanitario doméstico que ha dejado la pandemia de la Covid-19, los fenómenos meteorológicos, la crisis económica -que se tenía desde antes de la peste gripal – y las erráticas políticas gubernamentales que ha dejado casi 4 millones de pobres adicionales en los últimos tres años. Entonces, ¿qué hay que festejar?, se repite. Poco, casi nada, tal vez el mero recuerdo nostálgico de la gesta de 1810 protagonizada por aquellos -esos sí- patriotas ilustres que iniciaron la guerra de emancipación de México, pero nada más.
Por ese contexto desagradable también el propio López Obrador recurrió a distractores anclados en la celebración patria. El más inocente fue incluir en la arenga de la noche del 15 de septiembre frases como las de “Viva la libertad, viva la justicia, viva la igualdad, viva la democracia, viva la honestidad. Viva nuestra soberanía, viva la fraternidad universal, viva el amor al prójimo. Vivan las culturas del México prehispánico”. ¿Viva la justicia? Que le pregunten a las víctimas de la violencia y sobre todo a las del crimen organizado que es tolerado y hasta ayudado desde el gobierno.
¿Viva la honestidad? Que le pregunten a Pío, Ramiro y Martín López Obrador, a la prima Felipa Obrador Olán, a Manuel Bartlett, a Irma Eréndira Sandoval, a Cui-tláhuac García, a Zoé Robledo y otros más de la cuadra obradorista y a los de enfrente, a todos los pillos del pasado, como Enrique Peña Nieto, Emilio Lozoya y otros tantos que gozan de impunidad garantizada a pesar de haber robado hasta saciarse el patrimonio nacional.
¿Viva la soberanía? Esto se contesta sin más con las palizas y detenciones a los migrantes. ¿Vivan los pueblos del México prehispánico? Pues solo los que están en los libros de historia porque los actuales siguen igual de pobres y abandonados, sin acceso pleno a la justicia, la educación, la salud y el desarrollo social. Además, hay por todos lados ejemplos de la indiferencia del gobierno lopezobradorista sobre temas puntuales que se ha negado a resolver para
beneficiar a los indígenas.
¿Viva el amor al prójimo? Que les pregunten a los niños -y a sus padres- que no quieren vacunar contra el Coronavirus y han tenido que recurrir a los amparos judiciales o a los médicos y enfermeras que dejaron a su suerte en medio de la pandemia o a los damnificados por el huracán Grace que llevan un mes esperando la ayuda o a los familiares de los 16 pacientes que murieron en un hospital de Tula, Hidalgo porque se interrumpió la corriente eléctrica con la cual funcionaban los respiradores artificiales o a los mil 700 niños que han fallecido por cáncer y a los que les negaron los medicamentos y fármacos para sus quimioterapias.
Ante todo eso era necesario un distractor mayor y el presidente hizo lo que mejor le sale: provocar y confrontar políticamente. Para la ceremonia oficial de ayer, 16 de septiembre, invitó al mandatario de Cuba, Miguel Díaz-Canel continuador de la dictadura iniciada por Fidel Castro y seguida por su hermano Raúl, y responsable del sometimiento del pueblo cubano a un comunismo retardatario que lo mantiene sumido en la miseria.
Apenas hace menos de dos meses el gobierno de Díaz-Canel reprimió violentamente a los cubanos que se atrevieron, por primera vez en décadas, a salir a las calles para protestar por las condiciones sanitarias que viven en plena pandemia y las carencias para sobrevivir. Decenas fueron a parar a las mazmorras del régimen y se habló de por lo menos 200 ‘desaparecidos’ que no fueron llevados a las prisiones formales sino a centros clandestinos de tortura. El gobierno interrumpió la señal de internet y trató de bloquear todo tipo de comunicación al exterior para que no trascendiera la represión.
Ese fue el orador invitado al festejo patrio nacional, un gorila isleño. Claro que su presencia desató la polémica y es lo que necesita López Obrador para que no se hable de sus resultados como gobernante. Así, el escándalo es bienvenido como distractor de la opinión pública. También hay que decir que la presencia y apapacho del autócrata cubano no se puede desligar de su ‘alter ego’, el caso del panismo que, se supone, es la oposición política mayoritaria recibiendo en el Senado al extremista español, Santiago Abascal, líder del partido ultraderechista Vox. Ni a cuál irle. Unos abrazando a neonazis y otros a dictadores tropicales. Tal es la desgracia de México con sus hombres públicos.
LA ÚLTIMA CUMBANCHA
La vanidad supera el miedo y el respeto al otro, eso quedó evidente con la actitud de algunos alcaldes que se negaron a suspender o realizar virtualmente la ceremonia del Grito de Independencia la noche del miércoles. A varios en la zona centro les valió sorbete las restricciones sanitarias por la Covid-19 y dieron su Grito con público. Córdoba, Chocamán, Tomatlán y Nogales fueron algunos municipios con ediles irresponsables.
En Córdoba, la alcaldesa panista Leticia López quiso simular que se respetaban las medidas de precaución sanitaria, pero el parque 21 de Mayo fue un hervidero de gente. Únicamente fue cercado un pequeño cuadro en la explanada frente al palacio municipal mientras que en el rededor estuvo atestado. Y qué decir de Nogales donde el alcalde priista Guillermo Mejía hasta dio su anuencia para la realización de un baile popular masivo.
La explicación está en la vanidad, como se dijo antes, pues era su última ceremonia patria y los munícipes no se conformaron con hacerla en solitario y transmitirla en las redes sociales. Esos señores no quisieron irse del ayuntamiento sin dar el último grito a sabiendas que el poder se les escapa. Muchos, al menos los de los municipios mencionados, se irán por la puerta de atrás, en medio del repudio popular y difícilmente volverán por sus fueros en el terreno político. Por ello se empecinaron en su última cumbancha. Así de obvios, irresponsables y ordinarios con su grito histérico del adiós.
LES DIERON CARRILLO
En el ámbito estatal, no ven la suya los afectados por la violencia en Veracruz pues el gobernante en turno, Cuitláhuac García dio un albazo en la Comisión Estatal de Atención Integral a Víctimas (CEAIV) con la designación directa de Christian Carrillo Ríos. Obvio, en un albazo ‘light’ pues finalmente no impusieron a Yuliana Aguilar Rodríguez, impulsada por el secretario de Gobierno, Patrocinio Cisneros, para sustituir a Lorena Mendoza
Sánchez, la titular saliente.
Que la personera del primitivo Cisneros Burgos no se haya quedado al frente de la CEAIV ya es ganancia aunque el nuevo comisionado tampoco tiene un perfil sobresaliente ni que genere confianza. De acuerdo a la currícula difundida, Carrillo Ríos es prácticamente un tallerista pues ha tomado cursos en materia de derechos humanos, perspectiva de género, sistema penal acusatorio y diversidad sexual. Es decir, tiene la teoría pero no la práctica.
Es abogado, dicen, y lo máximo que se mencionó en el comunicado oficial es que ha sido funcionario menor de algunas instancias del ramo y como experiencia únicamente se cita que “ha acompañado a las madres de personas desaparecidas en la gestión ante las autoridades, búsqueda en fosas clandestinas, eventos y protestas”. Y paren de contar. En pocas palabras, García Jiménez ‘les dio Carrillo -o carrilla-’ a las víctimas, o sea les tomó el pelo.
Nombrar a alguien de tan bajo perfil en una comisión que debería de ser de suma importancia dada la tragedia humanitaria que hay en Veracruz sirve para calibrar el interés y la indolencia del gobernante hacia el tema. Pero no es algo nuevo pues hay que recordar que desde el 2019 mantiene como encargada de la Comisión Estatal de Búsqueda de Personas Desaparecidas alguien peor en cuestión curricular y experiencia, a la banquetera Brenda Cerón Chagoya.
Y banquetera no porque ande o construya banquetas sino porque antes de ser funcionaria era empleada de la empresa “Banquetes Momentum Catering & Planner”, una cocinera pues. Cerón nunca había tenido trabajo o encomienda relacionada con las víctimas de desaparición forzada y su único mérito es pertenecer al grupo “Las Carolas” que encabezan la exdiputada local por Morena, obviamente, Tania Carola Viveros y la actual secretaria de Protección Civil, Guadalupe Osorno, propietarias de la empresa de banquetes que la empleó antes de colgarse de la nómina estatal. El trabajo de Cerón es nulo y su permanencia insultante para las víctimas y sus buscadores.