in

De política y cosas peores

Superiberia

Tiempos de la Revolución. El abuelo de Babalucas se contrató como espía al servicio del orden establecido. Cundió el rumor de que las tropas de Zapata, llamado por unos “el Caudillo del Sur” y por otros “el Atila suriano”, se acercaban a la hacienda azucarera de don Mélido. La noticia le amargó el día al hacendado, quien envió al abuelo de Babalucas a averiguar si era verdad aquel rumor. Al día siguiente regresó el enviado. Le preguntó don Mélido, nervioso: “¿Viene Zapata?”. “No, señor -le informó el espía-. Me traje el burro”. A mí me gustan las teorías. ¡Son tan teóricas! Con la que no estoy en buenos términos es con la práctica.

Las teorías son muchachas sin compromiso con las que puedes entretenerte. La práctica, en cambio, es una severa matrona que jamás se presta a juegos o conversaciones fútiles. Lejos de mí la temeraria idea de contradecir a Goethe, pero pienso que las teorías son doradas, plateadas, verdes, rojas y amarillas, como el papel en que venían envueltos los chocolates con cereza de mis navidades infantiles, en tanto que la práctica tiene el tono grisáceo de la realidad.

Por eso huyo de lo práctico cada vez que puedo y voy por los camino de lo teórico, aunque casi siempre me lleven a ninguna parte. También esa ninguna parte es bella. Hoy expondré una teoría de la cual, desde luego, no soy autor, pero sí creyente convencido. Hay quienes dicen que la Tierra, a la que dan el nombre de Gea o Gaya, nuestro planeta, es un ser vivo, una criatura con inteligencia e instintos propios capaz de defenderse de su principal depredador, el hombre, único animal capaz de destruirla. Cuando algo la amenaza, por ejemplo el aumento de la población humana, Gea desarrolla de inmediato medidas para protegerse.

Esos medios pueden ser evidentes -una epidemia- o disfrazarse de conceptos sociales que son en verdad, aunque el hombre no se percate de ello, recursos defensivos de la Tierra ante las acciones de ese peligroso animal que pone en riesgo su existencia. Me parece que instituciones como el matrimonio y la monogamia terminarán por desaparecer, pues ambas contribuyen al aumento de la población.

En cambio irán proliferando otros usos como el aborto, la poligamia o amor libre, las relaciones homosexuales, todas las formas de interacción humana que no hagan aumentar la población del mundo, sino antes bien tiendan a disminuirla. Eso en virtud del instinto de conservación que posee esa criatura viva que no quiere morir: nuestro planeta. Así las cosas, lo que hoy es objeto de vituperio, sobre todo por parte de las religiones, sería nuestra salvación, la salvación de la casa en que la humanidad habita. Teoría, lo sé. Teoría pura.

Pero el lunes es día en que la realidad se nos presenta en forma particularmente artera. Hemos de enfrentar entonces ese día grisáceo con teorías en Technicolor, como los papeles plateados, dorados y coloridos en que vienen envueltos los chocolates con cereza.

Don Prematurio, esposo de doña Desilusia, solía dar trámite al acto conyugal en 10 segundos flat. Eso desesperaba a la señora, pues cuando él terminaba ella ni siquiera había empezado todavía. Una noche le dijo a su marido: “¿Por qué en vez de piyama no usas traje de piloto de carreras?”. (Nota. Conocí el caso de un infeliz señor que le compró en la calle a un merolico una pomada dizque para retrasar la eyaculación.

Por desgracia al ir a aplicársela confundió el pomo del merolico con el que contenía la crema que contra los callos usaba su señora. Después de untársela profusamente leyó la etiqueta. Decía: “Unos minutos después de la aplicación la parte afectada se desprenderá por sí sola”. (¡Pobre hombre! Le quedó solamente un molonquito). FIN.

CANAL OFICIAL

¿A qué viene el cubano?

Riesgo de deslaves