Desde luego no participaré mañana en esa absurda e indignante farsa que es la consulta para preguntarle al pueblo bueno y sabio si se debe aplicar la ley o no. A mis años no estoy para perder ni el tiempo ni el decoro. Cualquier cosa que haga yo este domingo valdrá más y tendrá mayor verdad y significado que acudir a esa burda simulación. Incluso si no hago nada contribuiré mayormente al bien de México que si atiendo el llamado del régimen a tomar parte en una astracanada así, carente de sentido y reprobable por su costo y por su notoria falsedad. Eso sí: veré cómodamente sentados en la primera fila del tinglado a Carlos Salinas de Gortari y Enrique Peña Nieto. Ellos serán los principales beneficiarios de esta comedia urdida por López Obrador para librarse de la promesa que hizo de perseguir al “innombrable” y a “la mafia del poder”. Será difícil que se reúna el número de votos necesarios para someter a juicio a esos y otros expresidentes, y así el adalid de la lucha contra la corrupción podrá lavarse las manos y declarar que la falta de castigo a los culpables no fue decisión suya, sino de los ciudadanos, que al no acudir en número suficiente a las urnas mostraron su falta de interés en que se persiga a quienes causaron daño a México. Así, hayan hecho pacto o no con el Presidente actual, Peña y Salinas podrán irse a su casa tranquilos y contentos después del espectáculo que parece montado para su beneficio. ¿Participar en esa comedia? Ni siquiera el titiritero asistirá, no sea que su presencia estimule la de los votantes. Engaño; engaño puro. Quienes contarán ese cuento no cuenten conmigo. Que acudan al sainete los que en el sainetero creen todavía. Don Poseidón, granjero acomodado, fue a la ciudad y un cliente suyo lo llevó a un recital de canto. Al final le preguntó: “¿Qué le pareció el repertorio de la soprano?”. “Bastante amplio -opinó el vejancón-. Lo malo es que nomás se le veía cuando se colocaba de perfil”. La cantina del pueblo estaba llena de una clientela de rancheros de pelo en pecho. De pronto se plantó ante ellos un pequeño señor y preguntó con claridoso acento: “¿Hay alguien aquí que se crea muy gallo?”. Al punto se levantó uno de los rijosos parroquianos. “Yo mero, amigo -dijo al tiempo que llevaba la mano a su pistola-. A mí ningún buey me brama y menos en mi ranchito. Donde me la pinten brinco y al son que me toquen bailo. Si nos vamos a morir ya vámonos enfermando.”. Iba a seguir ensartando refranes campiranos alusivos a la ocasión cuando el pequeño señor lo interrumpió. “Si es muy gallo hágame el favor de ir a mi casa y cantarme a las 5 de la ma´ana. Tengo que levantarme temprano para toman el tren”. En la habitación número 210 del popular Motel Kamawa tuvo lugar el amoroso trance. Flordelicia, joven mujer de buenas familias, hizo dación de su más íntimo tesoro -el de su doncellez- a su novio Leovigildo, que la quería en verdad. Al terminar el dulcísimo episodio Flordelicia se echó a llorar desconsoladamente. La tribulaba el hecho de haber hecho lo hecho. Recordó las enseñanzas de las madres del Colegio de la Reverberación y vino también a su memoria lo aprendido en la lectura de libros como “Virtud y castidad”, “Pureza y Hermosura” y otros semejantes. Tales evocaciones la hicieron derramar varias lágrimas de contrición. “No llores, vida mía -la confortó su apenado galán-. Mañana mismo iré a casa de tus padres a pedirte en matrimonio”. “¿De veras?” -se ilusionó la chica. “Te lo juro” -prometió sinceramente Leovigildo. Flordelicia lo abrazó, feliz, y le dijo: “Entonces vamos a repetir eso que hicimos”. FIN.