La mañana del lunes, la comunidad de la Universidad Autónoma de Morelos despertó con una triste y muy trágica noticia. Alejandro Chao Barona y su esposa, Sara Robledo, fueron encontrados sin vida al interior de su domicilio en la ciudad de Cuernavaca. Él era uno de los más importantes académicos de esa casa de estudios. Era también director de la Escuela de Trabajo Social. El hecho conmocionó a la comunidad universitaria y, claro, a la población morelense en general. En realidad este es uno de esos acontecimientos, de aquellos que suceden todos los días en todo el país, que nos duele.
Siempre hemos entendido que en un país, en ciudades y comunidades urbanas, la presencia de criminales es, si no natural, al menos entendible. Pero en nuestro país las noticias en los diarios, radio o televisión; los mensajes y las historias que se pasan de boca en boca y que hablan de hechos como el que narramos en el párrafo anterior, se han convertido en relatos cotidianos. Y no, no podemos ni debemos acostumbrarnos a ellos. Serán siempre causa de lamentos y, por supuesto, consignas que pidan a las autoridades que éstos dejen de ocurrir.
Se realizó una marcha en Cuernavaca; es la segunda, pues ayer mismo —casi de inmediato— se convocó y resolvió la primera. Participarán estudiantes, maestros y público en general. No sólo a la memoria y por el grito de exigencia que se hace para que se esclarezcan las causas del asesinato del muy querido catedrático y su esposa, sino también para presionar —de alguna forma— para que las autoridades de la ciudad, del estado, del país, comiencen a generar resultados con sus estrategias en materia de seguridad.
Las condiciones en las que han vivido varios estados y que tristemente es una ola que alcanza ya a territorios antes protegidos, han hecho que la mayoría de los programas en favor de la seguridad vayan encaminados a la lucha contra los grandes grupos criminales. O si no la mayoría, sí es a estos programas a los que se les da mayor difusión. En un acto entendible, debemos conocer cuál es el trabajo que se hace contra ese gran lastre que tanta sangre ha derramado en nuestro país.
Sin embargo, están también los números, las estadísticas y los casos, los miles de casos que se registran todos los días. Los delitos del fuero común. Están los asaltos, los secuestros, las extorsiones; de los que cualquier ciudadano puede ser víctima.
Hace un año, CIDAC, dirigido por Verónica Baz, lanzaba un informe llamado Delitos Primero, Índice Delictivo CIDAC 2012, en el que concluyó que Guerrero, Tamaulipas y Morelos eran las entidades más violentas del país.
Acontecimientos tristes, trágicos, como el que acabó con la vida del doctor Chao y su esposa, se viven todos los días; y son hechos alejados de la ola delictiva que generan los grandes grupos criminales, pero se convierten en gritos desesperados que una sociedad que espera porque la seguridad, la tranquilidad también exista en su espacio más íntimo, como lo es el hogar de cada uno de sus integrantes.
Addendum. Y, pues, un juez de Distrito le fijó una fianza al exgobernador Reynoso Femat por la suma de ¡30 millones de pesos! La cuestión aquí es que, de pagarlos, ¿no estaríamos entonces ante la confirmación de su delito? ¡Pues si de un despilfarro y corrupción es de lo que se le acusa! Si sale libre, es decir, si liquida esta millonaria fianza, estaríamos también hablando —y con horror— de la coronación del cinismo como forma de vida pública… y es que, ¿de dónde saldría todo ese dinero?