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De política y cosas peores

Superiberia

Don Poseidón, el padre de Glafira, bajó a la sala donde se hallaban su hija y el novio de la muchacha. Lo hizo porque escuchó ciertos ruidos que lo hicieron recordar ruidos ciertos. Grande fue su sorpresa y mayor aún su enojo, cuando vio que la parejita estaba celebrando sobre la alfombra de la habitación el consabido rito natural. Exclamó con enojo: “¡Esto no me gusta nada!”. Replicó el galancete volviendo la cabeza: “Tiene usted mucha razón, señor. Visto desde fuera este espectáculo carece de todo contenido estético”. Babalucas, enfermero, fue llamado a ayudar en una intervención quirúrgica. Le pidió el cirujano: “Bisturí”. Se lo entregó. “Pinzas”. Se las puso en la mano. Dijo el médico: “Gasas”. Respondió Babalucas: “De nada”… La adivina consultó su bola de cristal y le informó a la linda chica: “Llegará un hombre a tu vida”. Respondió ella, sonriendo: “Ya llegó”. Precisó la mujer: “Me refiero al que llegará dentro de unos ocho meses”. El odontólogo extrajo la muela del paciente. A la pieza dental venía unido un largo filamento del cual colgaban dos bolitas. “¡Caramba! -exclamó el facultativo, consternado-. ¡La raíz de la muela era más profunda de lo que pensé!”. Y cuando despertamos, el virus todavía estaba ahí. Y con él la enfermedad, la angustia, el hospital, la muerte. Pensamos equivocadamente que la pesadilla había pasado ya. Nos habíamos vacunado, o tuvimos el mal y lo vencimos, o estábamos hartos ya del largo encierro. El caso es que volvimos a salir a la calle y a la vida, como si nada hubiera sucedido, como si nada estuviera sucediendo. Llegó una nueva “ola” de contagios y estamos otra vez como al principio. Millares de chicas y chicos que fueron a la playa -a Cancún y Mazatlán, principalmente- a celebrar la terminación de sus estudios regresaron a casa inficionados. Mujeres y hombres que no han vivido más de 40 años están muriendo por centenas. Yo me declaro culpable de un descuido que mucho tiene de imprudencia y de irresponsabilidad. Me arrojé yo mismo a una ruleta que me puede llevar a caer en la nada. Supuse que los cuidados y precauciones que observé durante largos meses me protegen ya contra el peligro y que puedo salir a campo abierto aunque en torno de mí pululen las noticias malas. Quizá camino por la cuerda floja y no me he dado cuenta. Y; sin embargo, todavía me pregunto si debemos acostumbrarnos a vivir con este virus igual que nos acostumbramos a vivir con el de la influenza, porque ni modo de encerrarnos otra vez hasta el último día de nuestra vida. En fin, concluyo que no sé nada. Que nadie sabe nada. Edison le dijo a su esposa, exasperado: “¿Cómo que con la luz apagada? ¿Entonces para qué crees que me esforcé tanto en inventar el foco?”. Moneta, joven mujer que había heredado una fortuna, le reclamó a Bragueto, labioso sujeto que la pretendÌa: “Tú quieres casarte conmigo porque tengo dinero”. Respondió el untuoso tipo: “Estás por completo equivocada. Quiero casarme contigo porque yo no tengo dinero”. Una viajera iba en su automóvil por un camino rural y su automóvil se descompuso. Cerca vio una luz y se dirigió hacia ella. Resultó ser la casa de un granjero que le ofreció alojamiento por aquella noche. Le preguntó a la mujer: “¿Prefiere usted dormir con el nene o en el granero?”. La mujer recordó aquello de: “El que con niños se acuesta siempre amanece mojado”, y contestó: “Dormiré en el granero”. Al día siguiente su anfitrión la llamó a desayunar. En la mesa estaba un mocetón guapo y musculoso. “Soy el Nene -le dijo a la visitante-. ¿Quién es usted?”. Respondió ella, mohína: “Soy la pendeja que durmió en el granero”. FIN.

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