“Acúsome, padre, de ser bígamo”. Don Arsilio había oído varias veces la confesión de esa culpa, pero en esta ocasión se sorprendió, pues quien le dijo tal cosa era un adolescente. Le preguntó, asombrado: “¿Cómo está eso de que eres bígamo?”. respondió el muchachillo: “Uso las dos manos”. Florelina le reclamó a Remisio: “Todos los novios de mis amigas ya pidieron su mano, y tú eso es lo único que no me has pedido”. Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, comentó en una reunión: “Me encanta la costumbre de los franceses de besar la mano de la mujer al saludarla”. Opinó el duque Sopanela: “Excelente educación. Pésima puntería”. “¡Te amo, Filirola! -le dijo con vehemencia el apasionado galán a su dulcinea-. ¡Te lo digo con la mano puesta sobre el corazón!”. “Está bien -admitió la muchacha-. Pero ponla sobre tu corazón, no sobre el mío”. En mis tiempos -en realidad no eran solamente míos; los compartía con numerosos coetáneos-, en mis tiempos, digo, la imagen de la Justicia era la de una diosa. En el México de hoy la 4T la ha convertido en una daifa. Es ahora instrumento de persecución contra sus adversarios. No suelo usar la palabra “Órgano”. Se presta a equívocos de todas clases, los más de ellos vulgares y plebeos. Don José Ángel Cárdenas, el venerable organista de la Catedral de mi ciudad, interpretaba en las misas de boda la Marcha Nupcial de Mendelsohnn. Los majaderos le preguntaban con simulada cortesía: “Perdone, señor. ¿Usted es el que les toca el órgano a los novios?”. Pues bien: el régimen actual es notoriamente persecutorio. Los órganos de la justicia federal están al servicio del Presidente López, que persigue a quienes le son contrarios y protege a sus adictos, como es el caso del exonerado Bartlett y el de los hermanos incómodos del tabasqueño. Malo el país donde la justicia sirve a un solo hombre en vez de servirlos a todos por igual. En el solitario paraje llamado el Ensalivadero, propicio a amorosos escarceos, el joven amador quiso encomiar los encantos de su linda compañera, pero vaciló al hacerlo. Le dijo. “No encuentro palabras”. Ella lo interrumpió: “Y ahí donde tienes la mano menos las vas a encontrar”. La mano pachona. Tal nombre recibía una siniestra mano que, amputada del resto del cuerpo al que había pertenecido, se arrastraba por el suelo, subía al lecho donde dormía algún infeliz y lo estrangulaba con sus poderosos dedos. Cierta noche tres sujetos, un africano, un oriental y un mexicano, acertaron a encontrarse en la embrujada mansión donde la mano pachona se aparecía. El africano la vio reptar por el piso de su habitación y huyó espantado. El oriental la vio subir a su lecho y escapó empavorecido. El mexicano sintió la mano que le subía por el pecho y le dijo tranquilamente: “Quihubo, mano”. La maestra de aritmética le propuso a Pepito un problema: “Si en una mano tengo 16 manzanas, y en la otra 18, ¿qué tengo?”. Sin vacilar respondió Pepito: “Unas manotas brutas”. Joe Garagiola, famoso cátcher de beisbol, resentía en su mano los golpes de las pelotas que los pitchers lanzaban con toda su fuerza y su velocidad. Ideó varias maneras de protegerse: puso un pañuelo entre su mano y el guante; se colocó otro guante de tela. No le sirvió eso. Cierto día pasó por una tienda para damas y vio un relleno de busto. Lo compró, lo usó dentro de su guante y le dio excelente resultado: los lanzamientos ya no le dolían. “Pero dejé de usarlo -explicó luego-, porque me distraía mucho”. Para distraer un poco a mis cuatro lectores relaté este día historietas que se refieren todas a esas dos maravillas: nuestras manos. FIN.