Don Cucurulo, señor de muchos años, se encerró con una ninfa de la noche en un cuarto del lupanar atendido por madame Pompier. Como la pareja tardaba en salir, la dicha madama llamó a la puerta y preguntó discretamente: “¿Se puede?”. Con voz feble respondió desde adentro el añoso caballero: “Se trata”. La gallinita puso un huevo. En eso el gallo se acercó a ella con intenciones evidentemente lúbricas. “Aquí no -le dijo la gallina-. Nos puede ver el niño”. Ahora me arrepiento de haber tenido padres que me inculcaron los valores del trabajo, la disciplina y la honradez. Me arrepiento de haber estudiado durante el día la carrera de abogado y en la noche las maestrías en Letras Españolas y Ciencias de la Educación. Me arrepiento de haber trabajado 14 horas diarias por años y años para dar a mis hijos la mejor educación posible, herencia la más preciada que les dejaré. Me arrepiento de haber comprado una modesta casa para mi familia mediante un crédito bancario que tardé una década en pagar. Me arrepiento de haber querido forjar un patrimonio para cuando mi esposa y yo lleguemos al final del camino. De todo eso me arrepiento. He recogido el fruto que me dio la tarea iniciada a los 14 años, edad en que empecé a trabajar, pero nunca he dejado de ser de clase media. Y ahora resulta que quienes pertenecemos a esa clase somos egoístas, individualistas, aspiracionistas, poco humanistas, arribistas, neoporfiristas y neoliberalistas. También somos manipulables, y carecemos de todo sentido de solidaridad. El Presidente López nos sustituirá -tiempo tendrá para eso- por una nueva clase media que posea todas sus virtudes y ninguno de nuestros defectos. Hay quienes piensan, contrariamente a lo que dice el caudillo de la 4T, que la clase media la forman millones de mujeres y hombres que trabajan y pagan impuestos; que anhelan un porvenir mejor para sus hijos; que luchan y se esfuerzan cada dÌa por salir adelante y superarse. Son ellos los que no creen ya en el régimen, los que votaron en contra de Morena porque AMLO no pudo ya manipularlos. Son los que alzan la voz en las redes sociales para criticar las consecuencias de las erráticas políticas del caudillo; de sus obras faraónicas; del funesto manejo que de la pandemia se hizo; de las dádivas clientelares; del aumento de la pobreza y la criminalidad. Quizá la voz de la clase media se pierda en medio de la cotidiana propaganda presidencialista, pero resonará cuando los excesos de ese absolutismo lleguen a lo tiránico. La clase media sabe que los gobiernos fincados en la demagogia populista no suelen perdurar. La Historia enseña que la libertad de todos se impone siempre sobre el autoritarismo de uno solo. Lo dice la razón; lo confirma la justicia. Nuestros problemas terminarán por terminar… Aliviaré la gravedumbre de esa perorata con un lene chascarrillo final. Don Algón, ejecutivo de empresa, buscó en la oficina a su linda asistente Rosilí y no la halló. Le sorprendió no verla entre sus compañeros, pues era la hora del café. Alguien le dijo que la había visto entrar al cuarto del archivo. Fue allá don Algón, abrió la puerta del tal cuarto y se llevó una sorpresa que bien puede calificarse de mayúscula, por más que el adjetivo pertenezca a esa clase media de la expresión que es el lugar común. ¿Qué vio don Algón? He aquí que la bella chica y el encargado del archivo se hallaban entregados, sobre una mesa, a la realización del más antiguo rito natural. Antes de que el estupefacto jefe pudiera pronunciar palabra le explicó Rosilí: “él no tenía nada que archivar y a mí no me gusta el café”. FIN.