En cierto pueblo había un individuo diestro en el arte de poner apodos. Al alcalde, que en sus discursos decía siempre: “Yo no tengo cola que me pisen”, le puso “El jolino”. A una complaciente chica que trabajaba en la planta eléctrica de la localidad la llamó “La pies planos”, porque pisaba con toda la planta. Llegó al lugar un forastero carirredondo y cachetón, y de inmediato lo bautizó como “Carenalga”, forma apocopada de “Cara de nalga”. El fuereño se enteró del mote y le fue a reclamar aquella chunga. Le preguntó, irritado: “¿Usted fue el que me puso el apodo ‘Carenalga’?”. Respondió el otro: “Pué que sí; pué que no. Pero de que le queda, le queda”… La trabajadora social supo que don Pitonario era padre ya de 15 hijos. “¡Caramba! –bromeó con él-. ¡Va a necesitar usted un condominio!”. Intervino la esposa del sujeto: “Yo se los compro, señorita, pero nunca se los pone”… Pensé, necio de mí, que el concepto de “lucha de clases” era tan anticuado y obsoleto como las polainas, el polisón, la bigotera o el corsé. Don Pablo Salce Arredondo, culto y atildado personaje de Linares, Nuevo León, no decía: “Está equivocado” cuando marcaba en el teléfono un número al que no quería llamar. Decía: “Está erróneo”. Pues así, erróneo y equivocado, estaba yo al suponer que esa idea marxista-leninista, la de la lucha de clases, estaba ya en desuso y olvidada, al igual que las moxas o las sanguijuelas como remedios curativos. Sucedió, sin embargo, que López Obrador arremetió de súbito contra la clase media, sin que mediara provocación alguna, pues esa clase, a la cual tengo el honor de pertenecer, es de suyo pacífica y tranquila y no se mete con nadie, ocupada como está en ganar el pan honradamente y en procurar una vida mejor para sus hijos y sus nietos. Por un lado AMLO se reúne a desayunar, comer y cenar con los ricos de México, y llega a acuerdos con ellos, cosa que está muy bien. Por el otro adula a los pobres y los llena de dádivas para que no tengan ya que trabajar, cosa que está muy mal. Y a la clase media la agarra de su puerquito, como se dice cuando alguien hace a otro víctima continua de sus insolencias. Mientras más sólida y próspera es la clase media de un país, más próspero y sólido es ese país. Se diría, no obstante, que el caudillo de la 4T quiere que en México aumente la cantidad de pobres, para poder manejarlos a su antojo, y que no crezca el número de ricos, pues las doctrinas que hace 50 años aprendió leyendo a Rius son enemigas de la riqueza. Por eso ahora nos escogió a los de clase media como sus enemigos. Mañana atacará quizás a los filatelistas, los intérpretes de mandolina o los jugadores de conquián, pero por ahora nos fustigó con toda suerte de inris a quienes pertenecemos a la clase media. Presidente de media clase habemos, anclado en posturas ya superadas. No hagamos demasiado caso a sus palabras. Pronto se olvidará de nosotros, así como se olvidó -o fingió olvidarse- del nombre e investidura de doña Kamala. Preocupémonos, sí, de los efectos que los dogmas y prejuicios de AMLO pueden tener en un país que aspiró a ser de clase media y que cada día va cayendo más en el lumpemproletariado político, económico y social… Aquel viajero iba en automóvil por un camino rural y el vehículo sufrió una descompostura. La noche era fría y tormentosa y el viajero vio a lo lejos una casa. Llamó a la puerta y la abrió un hombrón de 2 metros de estatura, músculos de toro y aspecto amenazante. Le dijo al viajero: “Podrá pasar aquí la noche, pero vivo solo y deberá acostarse en la misma cama conmigo”. “Perdone –se disculpó el viajero-, pero mejor me voy. Creo que me metí en el chiste equivocado”… FIN.